_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tri karty!

Que quiere decir -en transcripción del ruso, que ruego me disculpen los expertos- "tres cartas", las que necesita conocer Herman, el protagonista de La dama de picas, para ganar en el juego y ganarse para siempre a su enamorada Lisa. Pero las cosas no son tan fáciles, entre otras cosas porque el personaje tampoco lo es, porque vive entre la obsesión y la certeza, entre la duda y la fatalidad. Por eso es tan difícil de cantar y, sobre todo, de interpretar. Por eso, seguramente, así como podemos recordar enseguida grandes voces en el Borís mussorgskiano -de Pirogov a Kotcherga- o grandes Lenski en Eugene Oneguin -de Lemeshev a Burrows-, cuesta mucho más pensar en el Herman perfecto y seguimos quedándonos con sólo dos: Khnaieff y Atlantov. Herman es lo que hoy llamaríamos un jugador compulsivo, pero, además, está enamorado y, como diría un ruso, pues eso: es ruso. Quiere decirse que, junto a vicios y virtudes, debe representar, al mismo tiempo, un alma que en el momento en que se escribe la pieza de Pushkin y la ópera de Chaikovski, seguía funcionando como una evidencia clarísima por más que se tiñera entonces del barniz, un algo untuoso, que le otorgaba a sus clases altas -por supuesto, protagonistas de La dama de picas- el deseo de parecerse a los franceses, enemigos queridísimos.

Más información
Plácido Domingo baja al infierno del juego y la pasión en 'La dama de picas'

Herman, de todos modos, es otra cosa. Tiene mucho que torear, una vida interior que le hace migas cada minuto del día y la necesidad escénica de mostrarse sin que acabe por ser una caricatura de sí mismo. Debe encarnar eso que Juan Eduardo Zúñiga, supremo conocedor de la literatura rusa y gran escritor él mismo, llamó un día "la estética del riesgo absoluto", la que practicaron el propio Pushkin o su sucesor Dostoievski. Y para eso hace falta algo más que cantar bien. Y ese algo más es lo que diferencia unas óperas de otras. Por eso, también, La dama de picas es una obra maestra.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_