¿Qué le pega al jamón?
(Febrero de 1989)
Esta tarde han empezado los ensayos de El amor brujo. He llegado al Teatre Lliure con retraso. Yo, los barrios es que los tengo muy de la mano, pero nunca había estado en este sitio y entre una cosa y la otra me ha costado llegar. Ya habían empezado a ensayar. Muerta de vergüenza me he disculpado como he podido. No tengo la costumbre de ser puntual y esto también se tiene que empezar a acabar. Pons ha estado muy amable y me ha presentado uno a uno a los músicos. Luego hemos empezado a trabajar. Vamos a hacer una cosa muy fuerte. La versión de El amor brujo de 1915. Cantada. Desde Pastora Imperio no se había hecho una cosa así. Tengo nervios. Pero mucha ilusión.
La cantaora Ginesa Ortega entró por vez primera en el Teatre Lliure en el invierno de 1989. Fuera dejaba un mundo
Por la mañana un periodista me ha preguntado por qué me he decidido a hacer esto. Como no tengo mucha práctica con las entrevistas me he quedado al principio como cortada y pensando. ¿Por qué hago esto? Pero luego le he contado media vida al pobre. Y contada despacito desde el principio. Se ha asustado de que le dijera que no había tenido infancia. Pero es la pura verdad. Desde los 10 u 11 años, más o menos, llegaba del colegio, hacía los deberes rápidamente, como podía, y me ponía a escuchar flamenco. O me ponían a escuchar. Que si Juan Talega. Que si las siguiriyas del Morruro o del Marruro ése. Que si Lebrija. Que si Alcalá. Que si Utrera. Que si las cabales. Era escuchar no por el placer de escuchar. Era por la obligación de aprender. Que no siempre da placer. Me quedé sin infancia. Me ha dado una base. Soy una flamenca con base. Incluso me ha gustado haberlo hecho. Pero me quedé sin infancia.
De lo que vino luego mejor no hablar en público. Todo buena gente. ¡Pero qué domingos y fiestas de guardar! Con 12 o 13 años ya iba mucho de peñas. Llegabas a las de Málaga y te achuchaban hasta que no sacabas los verdiales y la malagueña. Al domingo siguiente donde Huelva. Fandangos, y no veas si estaban los de Alosno. Y esto último que ahora está pasando. Sevillanas en todas partes. La jodida moda de las sevillanas. ¿Pero cómo me voy yo a poner a cantar sevillanas? ¡Con estos pelos! El periodista me iba diciendo que sí con la cabeza, pero ahora pienso si habrá entendido bien bien lo que yo quería decirle. Lo que quería decirle no es tampoco muy sencillo. Lo que pienso es que yo me ha adaptado a las peñas más de lo que ellas se adaptaron a mí. Yo les cantaba la malagueña. Pero, en cambio, por su parte, no he visto que hicieran el más mínimo esfuerzo. Yo estaba allí para darles el gusto de acordarse. El gusto de acordarse y nada más. Cualquier otra cosa que yo les ofreciera, mía propia, iba en contra de su recuerdo y la rechazaban. Yo lo comprendo. Pero no sé si ellos me han comprendido siempre a mí.
A mí me parece de fábula todo eso de la cultura andaluza. Cómo no me va a parecer si tengo un padre andalucísimo. Pero la cultura o se mueve o se muere. Y como es lógico se mueve mezclándose con lo que tiene más a mano. Y a veces de la mezcla salen cosas mejores. El fino y el jamoncito están muy bien; pero al jamón le puede pegar también un tinto penedés. ¿O no? En fin. Yo canto flamenco y no me acuerdo de nada. Se lo he dicho al periodista y el periodista dale con la memoria, y que no. ¡Que no me acuerdo de nada, que no! Los que se acuerdan son los de las peñas. Y mi padre. Es normal. Ellos nacieron en otro lugar y cuando escuchan la música escuchan cuando fueron felices. O cuando les parece que fueron felices. Pero yo soy catalana. ¿De qué se va acordar una catalana? ¿De Cornellà? ¿O me voy a acordar yo de don Manuel de Falla cuando canto El amor brujo? Anda ya. A mí me parece que hay que despegar el flamenco de la melancolía. Los que puedan.
Yo puedo. Lo que me ayuda mucho es que mi madre sea gitana. Y eso de haber nacido en Francia, que tanta gracia le hace a todo el mundo. Es verdad que mi padre ha presionado mucho. Aún me acuerdo cuando salió hace ya bastante años La leyenda del tiempo, el disco de Camarón. Y yo una vez y otra vez al tocadiscos. Niña, cantando por Camarón no llegarás a ningún sitio. Mi padre. Lo mismo con las fiestas. Me he sentido más libre y mejor en las fiestas gitanas de la familia de mi madre que en las fiestas andaluzas que se montan en las peñas, y en la Feria esta de abril de Barberà, y eso. No sé: los gitanos cantan por cantar y no le buscan más vueltas. Cantan. Abren la boca. La cierran. Porque, vamos a ver... ¿Qué tengo entendido yo que han hecho los gitanos toda su vida? Moverse, ir de un lado para otro y pararse donde han querido. Allí donde han querido pararse se han puesto a hacer sus músicas y al poco han empezado a mezclarlas con la música del lugar donde estaban. No suena igual un gitano en Sevilla que en Budapest. Hay un fondo, pero no suena igual. Bueno, pues yo quiero hacer eso. La mezcla. La fusión, cómo ahora lo llaman. Porque el arte se mezcla. ¡Cómo no se va a mezclar el arte si el arte es comunicación! Lo que no se mezcla es la melancolía. Eso sí que no. Agua y aceite, eso le he dicho al periodista.
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