Nuestro futuro energético
Todo parecía sencillo antes de la guerra de Irak. Estados Unidos derrocaría a Sadam, liberaría las reservas petrolíferas de Irak y empujaría a la baja a los precios mundiales. Por el contrario, los precios del petróleo se han disparado en todo el mundo. Por lo tanto, no es de extrañar que la atención se haya centrado en la oferta de energía. Nuestro futuro energético estará forjado por dos cuestiones relacionadas entre sí. La primera es nuestra arriesgada y creciente dependencia del petróleo de Oriente Próximo.
Nadie sabe cuánto petróleo queda y cuánto costará extraerlo, pero quizás se alcance el techo de la producción mundial en los próximos 25 años, o incluso en fecha no muy lejana, y las reservas restantes se concentrarán en Oriente Próximo. Mientras, la demanda mundial de energía se disparará con el crecimiento de China, India, Brasil y otros países. Si Oriente Próximo ya se encuentra al borde de la ruptura, imaginemos qué ocurriría si aumenta la competencia por el petróleo de la zona.
Deberíamos lograr fuentes de energía fiables, que no sean nocivas para el medio ambiente, y que se puedan obtener a precios asequibles
El segundo gran desafío se deriva del hecho de que los combustibles fósiles (gasolina, carbón, gas natural) están provocando cambios duraderos en el clima del planeta. Hay tres problemas en buena medida no reconocidos. Uno, el cambio climático provocará cambios en todos los aspectos (temperatura, pluviosidad y patrones de las tempestades), lo cual provocará a su vez cambios fundamentales en el entorno físico, como el aumento del nivel del mar y modificaciones en la química oceánica; dos, el cambio climático no será necesariamente gradual (la larga historia del cambio climático demuestra los riesgos que suponen los cambios drásticos y abruptos en el transcurso de sólo unas cuantas décadas), y tres, puede que los humanos reaccionen mal a dichas alteraciones, y los cambios en los patrones monzónicos o en el nivel del mar podrían causar una enorme inquietud política, movimientos de refugiados e incluso guerras.
Algunos alarmistas afirman ahora que necesitamos reducir drásticamente el consumo de energía, lo cual afectaría negativamente a la economía mundial. Es posible hacer un uso más eficaz de la energía, pero esto no puede resolver ni el problema de las reservas de petróleo a largo plazo ni el del cambio climático. Otros declaran que debemos abandonar el hábito de los combustibles fósiles y avanzar desesperadamente hacia las fuentes de energía renovables, como la solar o la eólica. Pero estas alternativas son enormemente caras, y no pueden sustituir de manera realista a los combustibles fósiles.
Nuestro objetivo debería ser el de conseguir fuentes de energía fiables que no sean nocivas para el medio ambiente y se puedan obtener a precios asequibles. Propongo dos ideas clave. En primer lugar, deberíamos reconocer que incluso si escaseara el petróleo, seguirá habiendo abundancia de otros combustibles fósiles, como el carbón, el gas, y fuentes no convencionales, como el esquisto y las arenas bituminosas. Debemos desarrollar las tecnologías y la infraestructura necesarias para usar estos combustibles de manera eficaz y segura. Por ejemplo, existen procesos químicos para convertir el carbón en gasolina. El carbón también puede convertirse en hidrógeno si preferimos pasarnos a la economía del hidrógeno, en la que las pilas de combustible de hidrógeno sustituirán al motor de combustión interna de los automóviles.
En segundo lugar, a medida que vaya aumentando el uso de otros combustibles fósiles, cuando el petróleo comience a escasear, será necesario controlar los efectos de dichos combustibles fósiles sobre el clima. La forma ecológica de usar los combustibles fósiles implica capturar el dióxido de carbono en las centrales eléctricas en lugar de emitirlo a la atmósfera, y después eliminarlo de alguna manera enterrándolo en el suelo. Los mayores consumidores de energía del mundo, empezando por EE UU, Europa, China, Japón e India, deben ponerse de acuerdo para adoptar medidas colectivas para desarrollar nuevas tecnologías de captura y almacenamiento del carbono, y para utilizar fuentes de energía alternativas.
Mientras tanto, los precios del mercado energético deben reflejar los verdaderos costes sociales, de forma que los proveedores y consumidores de energía tomen mejores decisiones respecto a la eficacia, las fuentes alternativas y las tecnologías seguras para el medio ambiente.
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