Torpeza más escarnio
A dos meses de la devolución a Irak de una soberanía limitada sobre la que se desconoce casi todo, Estados Unidos acumula errores cada vez más garrafales y un descrédito creciente en el manejo de un país que teóricamente acudió a democratizar. El Irak de hoy está a todas luces mucho más descompuesto que el de hace un año, cuando George Bush diera triunfalmente por finalizada la guerra. En él se suceden señales inquietantes de que Washington tiene cada vez menos opciones para llegar con alguna garantía a esa simbólica transferencia de poder y más evidencias de abusos inadmisibles por parte de una potencia ocupante cuya primera obligación es mostrar comedimiento en el uso de la fuerza y respeto hacia los derechos de sus prisioneros.
La sangrienta revuelta de Faluya -un bastión suní donde permanecen atrincherados dos millares de insurgentes, pese al empleo masivo de la fuerza- ha forzado a EE UU a acudir al impensable expediente de entregar el control de la plaza asediada durante semanas a un antiguo general de la Guardia Republicana de Sadam Husein. Si desde el punto de vista estadounidense la retirada contradice toda su doctrina previa, desde el iraquí el escenario de una ciudad sembrada de víctimas civiles de la aviación y la artillería pesada no puede sino espolear entre la gente corriente un creciente sentimiento de odio. Resentimiento que se traslada incluso al Consejo Provisional iraquí, la criatura política de Washington.
La carnicería de Faluya o decisiones como la caza a ultranza del clérigo fanático Múqtada al Sader, refugiado en Nayaf bajo la protección de sus acólitos armados, están consiguiendo la hazaña de unir contra EE UU a chiíes y suníes en Irak. Sin embargo, los daños causados por el torpe manejo de los principales focos de insurrección pueden ser a la postre más reversibles que el boquete infligido a la política estadounidense en Irak y el conjunto de Oriente Próximo tras la divulgación por la cadena CBS de fotografías, tomadas a finales del año pasado en una ominosa cárcel de Bagdad, que recogen vejaciones y torturas contra prisioneros iraquíes por parte de sus captores, mujeres incluidas. Es difícil imaginar un arma propagandística mejor en manos de los muchos enemigos de EE UU en una región donde, para mayor sarcasmo, Bush pretende aplicar un grandioso plan democratizador.
La Casa Blanca ha sido tajante al calificar la vileza de los hechos y señalar que se castigará ejemplarmente a los responsables, cuya general en jefe ya fue relevada poco después de los vergonzosos acontecimientos. Pero el mensaje de Bush, a quien las encuestas comienzan a mostrar las uñas, nace lastrado en su credibilidad por el secreto con que han sido mantenidos unos acontecimientos conocidos desde hace tiempo, y que se agravan en la percepción general porque sus perpetradores son militares de la superpotencia que, pese a Guantánamo, se sigue considerando abanderada de los derechos humanos en el mundo.
Son predecibles los efectos del bochornoso episodio -al que hay que añadir otro más limitado protagonizado por soldados británicos- sobre un soliviantado mundo árabe cuyas emisoras de televisión airean las humillantes fotografías. Basta imaginar para ello cómo se recibirían en EE UU imágenes de sus soldados tratados de forma semejante. En la concreta y descarnada situación iraquí, además, lo fácil es considerar como regla del comportamiento invasor lo que evidentemente es una lamentable excepción.
Irak cabalga así en una dinámica de acción-reacción capaz de liquidar en muy poco tiempo los planes políticos, tan mudables como a la vuelta de la esquina, con que Washington intenta manejar una ocupación convertida en pesadilla. A medida que sus bajas crecen geométricamente -
el mes pasado han muerto 126 soldados-, el Pentágono tiene cada vez más dificultades para mantener el control del territorio con una fuerza que se ha revelado insuficiente y que ya está siendo potenciada con el envío masivo de blindados. Los acontecimientos de este cruel abril invitan a preguntarse si el precario andamiaje está en condiciones de resistir muchas sacudidas más.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Irak
- Opinión
- Múqtada al Sáder
- Tortura
- Revueltas sociales
- Ocupación militar
- Prisioneros guerra
- Estados Unidos
- Malestar social
- Oriente próximo
- Integridad personal
- Acción militar
- Gobierno
- Asia
- Conflictos políticos
- Delitos
- Administración Estado
- Conflictos
- Partidos políticos
- Problemas sociales
- Política
- Administración pública
- Justicia
- Sociedad