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Columna
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Vengativos

Andrés Ortega

En Estados Unidos van comprendiendo lo que ocurrió el 14-M en España. La tesis de que fuera un voto de "apaciguamiento" del terrorismo del 11-M ha remitido. Pero, aunque ha de aceptarlo, esta Administración no le perdona a Zapatero la retirada de las tropas españolas de Irak (ha sido con este anuncio que el estadounidense medio se ha enterado de que España tenía tropas allí), sin haberle dado una oportunidad al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Claro que sobre el contenido de una nueva resolución, la Administración manifiesta unos días unas intenciones, y otros, otras.

Es una Administración de vengativos. Algunos que conocen bien a Cheney, a Rumsfeld y a otros -por haber trabajado con ellos- así lo afirman. En su último libro, The Choice, el nada sospechoso Zbigniew Brzezinski recuerda cómo las potencias mundiales dicen que no libran guerras sino que crean paz, y que no invaden, sino liberan. Y sobre todo, en palabras de Peter Bender, "se sienten ultrajadas cuando un vasallo deja de actuar como vasallo". La vieja fórmula leninista retomada por Bush -"Quien no esté con nosotros, está contra nosotros"- es la vara de medir.

La mujer que sacó las fotos de los ataúdes de soldados muertos a la llegada a la base de Dover ha sido despedida, con su marido, de las contratas para que trabajaban. Washington no quiere imágenes de ataúdes de esta guerra. Y está en curso una operación para desacreditar al afamado periodista Bob Woodward por su revelador libro Plan de ataque sobre los entresijos de los preparativos de la invasión de Irak, incluso por los aspectos que le contaron, on the record, el propio Bush, Rumsfeld, o Powell, este último en desacuerdo, pero sirvió fielmente sin dimitir. Éstos no perdonan a los que se les atraviesan. Al candidato demócrata a la Casa Blanca, John Kerry, le están desmenuzando su pasado más remoto. A Bush, no. Las elecciones de noviembre las decidirá un puñado de votos en un puñado de Estados. Y, más que la guerra -los partidos de ambos están internamente divididos al respecto-, lo que se juzga es si el uno o el otro es apto para gobernar. Y es en esta cuestión de aptitud, también para buscar aliados, donde ha impactado la decisión de Zapatero, con casi un crimen de lesa majestad contra Bush.

España les ha fallado, y con un efecto dominó: la retirada española arrastra otras. Pero castigo, puede haber poco. El comercio tiene sus reglas. Estamos todos en la lucha contra el terrorismo, y no es previsible que EE UU no siga colaborando con España en la persecución del terrorismo global y no del local. En cuanto a las relaciones con Marruecos, desde los atentados de Casablanca y de Madrid, ya no se pueden permitir más errores en las relaciones bilaterales. Además, para Washington, la base de Rota es mucho más importante que las tropas españolas.

Como se señaló en una reunión este fin de semana en la sede del Council on Foreign Relations en Nueva York, el efecto español, más allá de su incidencia sobre el estado de la llamada coalición, ha puesto de relieve que la guerra de Irak quema a los políticos que la han defendido. Ha quemado a Aznar, abrasado en parte a Blair, al Gobierno polaco, y está por ver qué pasa con Bush. Pero ha tenido otro efecto que no gusta desde esta Administración: superada la falsa dicotomía rumsfeldiana entre una vieja y una nueva Europa, está impulsando un nuevo europeísmo, una transformación de la UE en actor global. Pese a sus limitaciones, la UE no busca convertirse en "contrapeso" a EE UU, sino ampliar su margen de autonomía de decisión y acción. Incluso los que entran en la UE el próximo sábado, muchos más atlantistas que europeístas, cambiarán pronto o están cambiando ya, en buena parte como consecuencia de la guerra de Irak.

El problema actual no es ya reconstruir, sino reinventar las relaciones transatlánticas en términos políticos y estratégicos, con una proyección global, el "nuevo Occidente", como lo llaman Moratinos y otros. Mas, ¿es posible, sin que, hoy por hoy, se vislumbre una solución para Irak? Pues nadie la ve.

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