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Crítica:EL PAÍS AVENTURAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La aventura irónica

'El prisionero de Zenda', de Anthony Hope, podrá comprarse mañana lunes por 1 euro junto a EL PAÍS

Elvira Lindo

Si hay algo complicado en la escritura de una peripecia es salpicarla sin complejos con humor, porque si bien es cierto que el humor es un arma que facilita la lectura y atrapa al lector, también lo es que puede sacarnos de forma abrupta de la aventura en la que andamos metidos, y distanciarnos emocionalmente de lo que estamos leyendo. Ese raro equilibrio era más fácil en un universo en el que tanto los lectores como los espectadores eran más inocentes. Anthony Hope, el autor de nuestro libro, nació en un mundo que aún podía llamarse a sí mismo inocente, anterior a la Primera Guerra Mundial, y en un país, Inglaterra, en el que la ironía es un elemento tradicional de casi cualquier manifestación artística. Suponemos que el autor, sir Anthony Hope, que fue nombrado caballero tras trabajar para los Servicios de Información en la Primera Guerra (lo que le hace aún más rematadamente escritor inglés de lo que ya es), sentía una inevitable simpatía por su héroe, Rodolfo de Rassendyll, aristócrata haragán, que piensa que "para un hombre bien nacido, las ventajas son deberes" y que pasa la vida sin dar palo al agua, consciente de la superioridad vital que le proporciona su cuna y también divertido por un escándalo familiar que su hermano y su cuñada prefieren olvidar, pero que a él incluso le enorgullece: el hecho de que una antepasada suya tuviera un episodio extramatrimonial con el rey Rodolfo III de Ruritania, cuando éste pasó una temporada en Londres, y que desde entonces, la estirpe de los Rassendyll se vea obligada a recordar tan vergonzoso episodio amoroso porque cada cierto tiempo uno de los integrantes de la familia nace con el pelo rojo, el color tradicional del cabello de los reyes ruritánicos.

'El prisionero...' es esa historia impagable para una tarde perezosa de domingo
Robert Louis Stevenson llenó de elogios esta pequeña obra

¿Dónde está Ruritania? Ruritania es un país inventado, claro está, que podemos situar en un lugar impreciso del este de Europa y que vive al margen de los vaivenes del mundo, metido en sí mismo, en las presiones internas que agitan el pequeño reino. Ruritania es como esos países que inventó Hergé para las aventuras de Tintín: está dibujado literariamente con la misma línea clara que el dibujante belga utilizaba para el trazado de sus paisajes. Ruritania es como uno de esos decorados hollywoodienses en los que sabemos que todo es mentira, que los castillos son de cartón y los dramáticos colores del cielo están pintados a mano, pero aceptamos el engaño como los niños aceptan la lógica de un cuento y le damos naturaleza de realidad mientras lo leemos. Nuestro escritor creó el mundo ruritánico en 1894 y el extraordinario éxito de El prisionero de Zenda le ayudó a dejar para siempre la trayectoria ligada al mundo de las leyes que había estudiado en Oxford y a dedicarse en cuerpo y alma al oficio de la escritura. Robert Louis Stevenson llenó de elogios esta pequeña obra que tuvo una continuación en otra novela, Roberto de Hentzau, que generó toda una afición al universo ruritánico.

Como en todos los buenos argumentos de aventuras, la acción es enrevesada, pero fácil de resumir: nuestro héroe, Rodolfo, decide dejar un día esa vida dilentante de interminables desayunos de tostadas, té y huevo duro, y como todo aristócrata inglés que se precie, marcha a un país lejano con la voluntad de darle a su vida algo de emoción. Opta por Ruritania porque se sabe descendiente ilegítimo de aquella casa real y porque tiene curiosidad por constatar con sus propios ojos aquello que forma parte de la rumorología familiar: que en las venas de su familia corre sangre ruritánica y que el color rojo de su pelo no es una casualidad, sino una constatación genética.

Si hay algo con lo que no juega el autor es con nuestra paciencia. Anthony Hope no nos hace perder el tiempo, el mismo protagonista de la novela, Rodolfo, que nos narra sus aventuras en primera persona, nos dice con ironía: "Cuando leo una novela, suelo saltarme las descripciones preliminares...". Pues bien, las descripciones en El prisionero de Zenda son escasísimas, tan sólo unas explicaciones iniciales necesarias, y el autor nos coloca en el segundo capítulo en el centro mismo de la aventura. Rodolfo llega a Ruritania y allí conoce al heredero al trono; los dos comprueban maravillados que su parecido físico es prodigioso. El futuro rey, aún más haragán e irresponsable que nuestro héroe, le invita a comer y a beber a pesar de que al día siguiente se celebra su coronación. Como consecuencia de la juerga, el príncipe se derrumba casi inconsciente por la gran borrachera y sus fieles consejeros obligan a Rodolfo a suplantarlo para que el reino de Ruritania no quede en manos del malvado Duque Negro, que, como hermano del príncipe, es el segundo aspirante al trono. Mientras el verdadero rey de Ruritania es apresado en el castillo de Zenda por el Duque Negro, nosotros asistimos, durante toda la novela, al cambio de actitud de nuestro Rodolfo de Rassendyll, que no sólo sustituye al rey en su coronación, sino que se convierte en un monarca justo, firme y bondadoso que consigue enamorar a la princesa Flavia, algo que no había conseguido el verdadero.

El relato está dividido en capítulos que por sus elocuentes títulos lo convierten en una suerte de folletín de aventuras donde la acción es imparable, ágil, que parece estar exigiéndonos una lectura rápida. Por algo en 1896 se convirtió en un éxito teatral y por esa misma condición de relato intrépido fue adaptada al cine. Intriga, traición, ambición, amor, todas esas características componen esta historia en la que los niños situarían la aventura por encima del humor y los adultos el humor por encima de la aventura, porque, como todos los relatos irónicos, tiene dos lecturas según la edad a la que uno la lea. "Si ser rey verdadero está muy lejos de ser una prebenda -dice Rodolfo-, puedo certificar que ser un rey fingido tampoco lo es, ni mucho menos". La lectora entrenada que esto escribe probablemente leyó estas mismas palabras en su niñez, pero no captó todo el humor del relato.

El prisionero de Zenda es esa historia impagable para una tarde perezosa de domingo, como esa sesión de cine de aventuras que nos ponían en televisión después de comer y que nos hacía luego salir a la calle y jugar a indios o a espadachines según el argumento que hubiéramos visto. Sir Anthony Hope dijo: "A menos que uno sea un genio, es mejor aspirar a ser inteligible". En un mundo infinitamente menos inocente, él sigue divirtiendo, haciéndose entender. Ay, si muchos literatos siguieran este sabio consejo...

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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