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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Presidente Zapatero

La democracia española sigue siendo más fuerte que cualquier agresión terrorista, doméstica o internacional, y ayer dio buena muestra de ello en el Congreso de los Diputados al materializar una vez más la alternancia con la elección del socialista José Luis Rodríguez Zapatero (43 años) como nuevo presidente del Gobierno, el quinto salido de las urnas desde 1979. Los votos de 183 diputados, que representan a 13,4 millones de electores y que rebasan la mayoría absoluta (176) exigible en primera votación, convirtieron en realidad el acrónimo electoral ZP.

Zapatero contó con el apoyo del PSOE y otras cinco fuerzas parlamentarias: Esquerra Republicana de Catalunya, Izquierda Unida, Coalición Canaria, Bloque Nacionalista Galego y Chunta Aragonesista. Si a ello se suma que dos importantes formaciones nacionalistas, PNV y CiU, se limitaron a abstenerse, Zapatero cuenta con suficiente base parlamentaria y fuelle político para impulsar desde La Moncloa su proyecto de cambio tranquilo, ese progresismo moderado y dialogante con el que se puede identificar una mayoría de españoles.

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Dos factores, que emergieron una y otra vez en las dos jornadas de debate parlamentario, fueron decisivos en la robusta investidura de Zapatero: su talante abierto y negociador y un amplio hastío por el autoritarismo demostrado por el Gobierno de José María Aznar en la anterior legislatura. El debate tuvo un contenido recurrente de censura retrospectiva de la última legislatura de Aznar, expresada casi de forma unánime por todos los grupos minoritarios. Por eso es positivo que tuviera un buen debut el líder de la oposición, Mariano Rajoy, que estuvo duro pero no crispado, exigente pero bienhumorado.

Con el terrorismo de ETA aún coleando, el nuevo y tenebroso peligro de Al Qaeda, las tropas españolas implicadas en un Irak asolado por la violencia y las tensiones territoriales internas, Zapatero no recibe una sinecura. Así lo entendieron las fuerzas no socialistas que le apoyaron y los nacionalistas moderados, en particular los de CiU, que se declararon no beligerantes contra el nuevo inquilino de La Moncloa. Sólo el PP, único grupo que votó contra la investidura, anunció una severa oposición, proclamándose el guardián de la vigencia del Pacto Antiterrorista, el mantenimiento del actual modelo territorial, la buena marcha de la economía, la preservación del peso que el Tratado de Niza le concede a España en la UE y la alianza con Bush en Irak.

Con la excepción de Coalición Canaria, la mayoría parlamentaria que se visualiza en esta sesión es de izquierda, una izquierda muy plural que espera de Zapatero que no le falle y haga realidad las muchas promesas concretas efectuadas en su discurso. En el aspecto político, la principal es la vía abierta a reformar la Constitución y los estatutos de autonomía, lo que supone la ruptura de un tabú. Pero también la liberación de RTVE del control del Gobierno y el reconocimiento de la pluralidad de España. Fue significativo el compromiso de Zapatero ante Joan Puigcercós, de ERC, para intentar que la futura Constitución europea reconozca explícitamente la lengua catalana.

En la escena internacional, Zapatero será juzgado por la reinserción de España en el eje promotor de la construcción europea y de su promesa de que las tropas españolas regresen de Irak si la ONU no se hace cargo de ese país antes del 30 de junio. Acuciado por Gaspar Llamazares, Zapatero reiteró este último compromiso al final de la primera jornada de investidura. Más inconcreto en lo económico, Zapatero dio la impresión de no querer comprometer la capacidad de maniobra de su vicepresidente Pedro Solbes. Eso sí, en lo relativo a la vida cotidiana de los españoles ha hecho ofertas que deberá cumplir: derogación del trasvase del Ebro; suspensión de la Ley de Calidad de la Enseñanza; incorporación de 36.000 nuevos efectivos a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; promoción pública de 180.000 viviendas a precios asequibles; subida del salario mínimo y las pensiones más bajas; pacto de Estado para la inmigración; ley integral contra la violencia doméstica, y reconocimiento del derecho al matrimonio de gays, lesbianas y transexuales.

Cuando Rajoy profetizó un Gobierno "débil e inestable" a causa de la diversidad de los apoyos que sustentan la llegada de Zapatero a La Moncloa, éste le respondió que el suyo será "un Gobierno estable y dialogante, no autoritario y prepotente". A la necesidad de votos por la falta de una mayoría absoluta se suma la virtud del talante de Zapatero. Aun pidiendo la retirada del plan Ibarretxe, el nuevo presidente le dijo a Josu Erkoreka, portavoz del PNV, que desea negociar con el lehendakari vasco. También con CiU. Una de las paradojas de esta legislatura que se abre bajo el espíritu del pacto es que CiU, la formación pactista por excelencia, no se haya sumado con su voto a favor de la investidura, justificándolo por su mala experiencia en anteriores apoyos al PSOE, y sobre todo al PP.

El debate de investidura ha oxigenado el viciado aire del Parlamento y ha significado una cierta reconciliación de la ciudadanía con la política. Con este capital comienza a gobernar un Zapatero al que incluso el PP, que arde en deseos de entrar en combate, debería conceder los cien días de gracia.

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