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Columna
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Hegemonía

Enrique Gil Calvo

En los próximos días se va a celebrar el debate de investidura que abrirá las puertas de La Moncloa al próximo presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Lo cual supone un acontecimiento histórico, dado el cambio radical de mayoría parlamentaria que ha impuesto su hegemonía contra todo pronóstico. Pero esta alternancia imprevista se ha producido con tanta facilidad que, a diferencia de otras ocasiones (como, por ejemplo, en 1996, cuando Aznar desbancó a González con una ventaja tan ajustada que a duras penas logró negociar una mayoría parlamentaria), esta vez no existe suspense alguno, dada la unánime previsión de investir a Zapatero. Por lo tanto, el único interés informativo del debate residirá en el contenido político del programa que presente el candidato más que en su nuevo talante escenográfico, que se presume revestido de un estilo formal de inequívoco aroma kennediano.

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¿Qué sería deseable encontrar en el discurso de ZP? Ante todo, hay tres puntos centrales de referencia obligada. El primero es el estricto cumplimiento del programa electoral en sus áreas de protección de los derechos (educación, empleo, vivienda y servicios sociales) que se dirigen a las cinco emes de exclusión social: mujeres, menores (jóvenes), mayores, migrantes y minorías (sexuales, religiosas o étnicas). El segundo es todo lo referente a la renegociación del pacto territorial: reforma del Senado, Plan Hidrológico, Estatutos catalán y vasco. Y el tercero se centra en las relaciones exteriores, dislocadas por la política de Lebensraum de Aznar: y aquí destaca la retirada de nuestras tropas en Irak.

Pero del discurso de investidura cabe esperar algo más. Las políticas concretas no son suficientes, por necesarias que resulten, pues además hacen falta estrategias a largo plazo. Ante todo convendría comprometerse a ejercer buen gobierno, entendido no sólo en términos tecnocráticos de solvencia técnica y eficacia administrativa, sino sobre todo en términos democráticos de servicio público y responsabilidad política: transparencia, imparcialidad, rendición de cuentas, imperio de la ley... Después está la necesidad de proceder a la regeneración democrática de nuestro sistema representativo, hoy afectado por múltiples defectos congénitos: partidocracia, parcialidad del Poder Judicial, corrupción clientelar, falta de control de los abusos de poder, impunidad gubernamental... Esta regeneración pendiente sólo puede ser abordada por consenso interpartidario y multilateral negociado en público con luz y taquígrafos. Pero nunca se llevará a cabo si su iniciativa no es asumida como propia y liderada con decisión por el poder ejecutivo, único capaz de sacarla adelante.

Finalmente, queda la promulgación de los objetivos últimos. Todo gobernante necesita una narrativa capaz de crear una tensión ética entre los ciudadanos, definiendo una estrategia a largo plazo que le permita mantener su hegemonía política sobre la sociedad civil que ha de liderar. ¿Qué quiere hacer Zapatero con su país, una vez que asuma las riendas del poder? ¿Cuál será su estrategia de fondo, su meta moral, su leitmotiv? Recuérdese el New Deal de Roosevelt, la Nueva Frontera de Kennedy, la Gran Sociedad de Johnson. ¿Cuál es la utopía factible con la que sueña Zapatero, y cuya esperanza le gustaría contagiarnos? Si Zapatero consigue hacernos creer en él, podría recuperarse la confianza del electorado en las instituciones políticas (Partido Socialista incluido), gravemente deteriorada tras los pasados escándalos. Para eso parece el líder ideal, pues no es narcisista ni megalómano como sus antecesores, sino modesto y ecuánime. Pero si logra devolver a los ciudadanos la confianza en sí mismos, correrá el peligro de alcanzar la hegemonía, obteniendo mayoría absoluta en el 2008. Entonces volverá a resurgir la oportunidad, y por tanto la tentación, de abusar del poder. ¿Sabrá ZP resistirla o caerá en ella como sus predecesores?

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