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LA COLUMNA
Columna
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Ministerios de ETA

Josep Ramoneda

LA RAPIDEZ con que la policía ha dado con los autores del atentado del 11-M confirma lo que ya se sospechaba: que la información existía desde hacía tiempo, pero que falló la interpretación y la dirección política. Los nombres de la mayoría de las personas detenidas estaban ya en los archivos de la policía, algunos de ellos incluso habían pasado por los juzgados. Desde países vecinos había sido señalada su peligrosidad. ¿Por qué, con todos estos datos, no se pudo prever lo que ocurrió? Al nuevo Parlamento corresponderá decidir si se abre una investigación como se ha hecho en el Senado de Estados Unidos. Sería razonable. En cualquier caso, la irrupción del terrorismo islamista, con el súbito despertar de las células dormidas que se habían instalado impunemente en España desde finales de los noventa, obligará a repensar muchas cosas.

Los ministerios del Interior de la democracia se han caracterizado, yo diría que sin excepción, por haber centrado sus mejores energías y recursos en la lucha contra ETA. ETA ha sido para todos los ministros que han ocupado este cargo una obsesión, perfectamente explicable atendiendo al daño físico, político y moral que ha hecho a la sociedad española. Pero, mientras los esfuerzos policiales se concentraban sobre ETA, España se iba sembrando de células del terrorismo islamista, del mismo modo, para poner un ejemplo de otro orden, que las mafias del Este penetraban en algunas zonas del país con efectos de grave deterioro en el tejido político-social. La obsesión era tan grande que cuando llegaban señales de alarma se tendía a minimizarlas: aquí los islamistas sólo vienen a descansar. De la misma manera que, para seguir con el ejemplo anterior, se decía que en la costa del sur las mafias sólo venían de vacaciones. La doctrina aznarista de que todos los terrorismos son iguales no ayudó precisamente a clarificar la situación. Y el deseo de que la realidad confirmara las estrategias políticas del Gobierno hizo el resto. Nada es más cegador que el miedo a que los hechos contradigan las expectativas políticas.

José Luis Rodríguez Zapatero, en una reciente entrevista, ha dicho que sus dos prioridades serán la lucha antiterrorista y la estrategia internacional contra el terrorismo. Dos cosas que, en realidad, van juntas. Zapatero no quiere, con razón, que su decisión de retirar las tropas de Irak se confunda con cualquier debilidad en la lucha antiterrorista. Y los hechos le dan la razón día a día, porque la guerra de Irak, de momento, ha servido para incentivar el terrorismo y no para derrotarlo. Pero Zapatero tendrá además la responsabilidad añadida de transmitir confianza a la población. Como ha escrito el ex secretario de Estado norteamericano Zbigniev Brzezinski es muy difícil que los países afectados por un ataque de este tipo no crucen la línea que separa la prudencia de la paranoia. Pero ciertamente "la seguridad total y la defensa total en la era de la globalización son inalcanzables". La ciudadanía es consciente de ello y vive con perplejidad lo que le ha venido encima.

ETA es un terrorismo indígena. Del que más o menos se tienen las claves y que, además, lleva unos años de evidente declinar. Indigna, atemoriza, pero forma ya parte del paisaje que uno ha aprendido a procesar. Lo cual en algunos momentos puede haber actuado negativamente como causa de resignación y desidia, pero ha ayudado a la sociedad a resistir en las coyunturas más difíciles. El terrorismo islamista de destrucción masiva nos deja en la más absoluta perplejidad. ¿Por qué nos atacan a nosotros? ¿De dónde vienen? ¿Qué buscan? ¿Quiénes son? Su carácter global añade inseguridad al ya suficiente desconcierto generado por el cambio súbito de los referentes que articulaban la vida de los ciudadanos, en esta compresión del espacio y aceleración del tiempo llamada proceso de globalización.

La presencia entre nosotros de terroristas suicidas lleva el desasosiego a sus cotas máximas. No hay ni siquiera la voluntad de supervivencia como mínimo punto en común entre nosotros y los terroristas. Al fin y al cabo, cualquier estrategia tradicional de lucha contra el terrorismo estaba fundada sobre el principio de que el terrorista busca, finalmente, la manera de sobrevivir. Las franquicias de Al Qaeda ni siquiera comparten este rasgo natural de humanidad. Con lo cual la desorientación es absoluta.

Después de lo vivido, los ministros del Interior ya no podrán mirar sólo a ETA. Zapatero tendrá que diseñar una estrategia policial, pero también política y cultural, para que la ciudadanía se sienta amparada y no crezcan en nuestra sociedad pluricultural desconfianzas que generen barreras insuperables que imposibiliten la convivencia. Sólo así se evitará que el país caiga en la paranoia y se despeñe por el peligroso camino de las medidas que, en nombre de la seguridad, debilitan las libertades.

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