La política de las mujeres
El artículo de Soledad Gallego-Díaz Que se note (publicado el 2 de abril) nos sugiere que lo que se juega en el debate político contemporáneo, más allá de la aceptación cuantitativa de que la mitad del mundo está formado por mujeres, es si los cambios cualitativos aportados por la mitad femenina de la humanidad a la realidad que habitamos se hacen significativos. De aquí que nos parezca pertinente plantear la siguiente pregunta: ¿qué cambia si nos tomamos en serio la política de las mujeres?
Romper la aparente neutralidad sexual implica movimiento y obliga a cambiar la perspectiva para abrirse a un mundo compar-
tido por mujeres y hombres. Sin embargo, este cambio del modelo dominante, intensamente arraigado, no es una tarea fácil. Va más allá de unos simples cambios cosméticos y significa correr riesgos. Cambios que no comprometen solamente a las mujeres. Es un trabajo conjunto de mujeres y hombres.
Por eso, cabe pensar que el futuro jefe del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha adquirido el compromiso de gobernar con igual número de mujeres que de hombres, ha asumido también que esta iniciativa pasa por poner en el centro la política de las mujeres. Una política que, sustentada en las relaciones personales y sociales, contribuirá a la apertura de la comunicación necesaria con las mujeres y hombres que conforman la ciudadanía, como escribe Soledad.
Por razones obvias -aunque no siempre evidentes-, las mujeres saben mejor que los hombres que repensar la política demanda que la norma no sea, nunca más, el ser humano entendido como neutro-masculino, y éstos deben saber que las conclusiones que de aquí se derivan son también relevantes para ellos y actuar en consecuencia. Así pues, más que poner, una vez más, todo el peso sobre las mujeres, queremos subrayar que aquí está también en juego la responsabilidad de los hombres. Por lo que cabe decir que tanto ministras como ministros, debido al compromiso institucional adquirido, estarían implicados en los cambios tendentes a desplazar la política tradicional. De manera que del campo de fuerzas del juego político emerja el horizonte de un nuevo espacio-tiempo compartido y dinámico, que rompa con el supuesto de que el saber y el hacer de las mujeres son desviaciones de lo pretendidamente normal y parta, por el contrario, de que esa supuesta normalidad es la que hay que cambiar porque no es compatible con lo que piensa y siente la mitad femenina de la humanidad.
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