_
_
_
_
Reportaje:HISTORIAS DE LA FRONTERA | LA EUROPA DE LOS 25

Los contrabandistas de miseria

Cientos de ucranios malviven vendiendo tabaco en Polonia, próxima frontera europea

Pilar Bonet

Desde Ucrania, en el puesto fronterizo de Shegyni, los confines orientales de la nueva Europa se concretan en una aglomeración de gente, cargada de fardos, que hace cola durante horas para pasar a Polonia, el país que, preparándose para el ingreso en la Unión Europea (UE), ha introducido visados para sus vecinos ucranios. Los destinos más próximos de los europeos pobres que se agolpan en Shegyni son Madika y Przemysl, las localidades polacas adonde van a vender cigarrillos y vodka para ganarse un jornal de 50 grivnias al día (cerca de ocho euros). Sus destinos más lejanos son Portugal y España, donde, con papeles o sin ellos, se disolverán entre los europeos ricos para ayudar a sus familias en Ucrania. Desde Przemysl hay autobuses de línea a Alicante y a Madrid. Cuestan poco más de 200 euros y salen cuatro días a la semana en invierno y cada día en verano.

Más información
Del ballet al hormigón

Ocho euros es una suma importante para quienes están en paro o sobreviven con menos de 40 euros al mes en fábricas venidas a menos o en instituciones como la Filarmónica de Lviv. Obreros y músicos son hoy productos de exportación de la antigua Galizia oriental. Aquí, en esta región marcada por la diversidad de los pueblos que la habitaron, es perceptible que Centroeuropa, como concepto geográfico y cultural, se ha convertido en un entorno desgarrado por las nuevas fronteras de la UE. EL PAÍS recorrió en autobús el trayecto de 80 kilómetros entre Lviv y Shegyni con varias decenas de chelnokí (pequeños revendedores fronterizos) ucranios.

El autobús de línea no se había puesto en marcha aún cuando Zbiniev pedía ayuda para llevar hasta Polonia un cartón de tabaco y una botella de vodka. Zbiniev cobra 33 dólares al mes como vigilante. Por cada cartón de cigarrillos se gana cerca de dos euros. En un buen día pasa seis cartones. Zbiniev ha pensado en emigrar a España o a Italia como muchos de sus paisanos, pero ha desechado la idea: "Para eso hace falta buena salud, y yo no la tengo", dice.

El autobús, lleno hasta los topes de mujeres estruendosas, pasa de largo ante las paradas, dejando atrás a grupos de chelnokí. "Desde que Polonia introdujo el visado en otoño, es mejor cruzar la frontera en autobús que hacerlo a pie como antes", dice Svetlana, de 38 años. "En este autobús nos conocemos y nos ayudamos todos", dice. Svetlana, contable en paro, tiene dos hijos estudiantes y un marido que gana 50 euros al mes. Por su visado de 90 entradas en Polonia pagó cerca de 33 euros a una gestoría, porque, aunque el visado es gratuito, para obtenerlo en el consulado polaco en Lviv había que aguardar varios días o pagar a un revendedor de turnos.

Antes de salir, Svetlana llamó por el móvil a una amiga, que viajó a la frontera en los primeros autobuses del día. "De tanto ir y venir, nosotros conocemos a los aduaneros polacos, y ellos a nosotros. Hoy trabaja una brigada que no registra los equipajes", dice. "Cuando hay una brigada severa, no vale la pena arriesgarse, porque te confiscan la mercancía o te ves obligada a regresar con ella a casa, después de perder el día y el dinero del viaje". Dependiendo de quien trabaje en los controles polacos, la frontera peatonal de Shegyni está a rebosar o casi vacía.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Durante el trayecto, las mujeres hacen desaparecer las cajetillas de cigarrillos en las bolsas, prendas de vestir y gorras. Antes, redondean las aristas de los paquetes para burlar el tiento experto de los aduaneros, y luego ocultan los cartones en los asientos o en el fondo de las bolsas, pues, una vez al otro lado, tendrán que volver a colocar las cajetillas en su envoltorio de origen.

Al acercarse a la frontera, los pasajeros camuflan los objetos más incómodos. María le coloca un par de botellas de vodka dentro de la faja de Svetlana. Olga, a su vez, se ha metido los cigarrillos en el sujetador y nadie diría que lleva el cuerpo literalmente forrado de tabaco.

Los aduaneros y los guardias fronterizos ucranios son rápidos. El día anterior en Krakovets, el mayor puesto en los 542 kilómetros de frontera entre Polonia y Ucrania, Serguéi Kravets, vicejefe de los aduaneros ucranios, se quejaba de que sus colegas polacos "frenan el tráfico en la frontera de forma artificial". Los vecinos protestan así por su traslado de las cómodas fronteras occidentales de su país con Alemania a los confines orientales, donde las condiciones de vida son mucho más rudimentarias, nos dicen en Lviv. Entre los que esperan a que los polacos se tomen su tiempo está Natalia, que vuelve a Alicante, donde reside legalmente. Gana 800 euros trabajando en un bar en la playa, y su marido, 1.200 euros en la construcción. "Intentó abrir una empresa en Lviv, pero los impuestos no le dejaban vivir", dice.

Esta vez, los polacos hacen la vista gorda ante el contrabando de miseria. Cinco horas después de haber salido de Lviv, todos los pasajeros del autobús y su mercancía pasan al otro lado. Las mujeres desaparecen rápidamente en busca de los revendedores. "En Mastikaia dejamos el tabaco, y en Przemysl, el alcohol. No sólo a comerciantes polacos, sino también a los nuestros, que están organizados aquí", dice una ucrania. Ateridos y cansados, los que llevan todo el día esperando para cruzar a pie a Polonia ofrecen sus papirosi (cigarrillos) y garilka (aguardiente) a quienes circulan en sentido contrario por el corredor de alambradas metálicas que separa los controles de uno y otro país.

Puesto fronterizo ucranio de Drakovets, el mayor de la frontera de 542 kilómetros con Polonia.
Puesto fronterizo ucranio de Drakovets, el mayor de la frontera de 542 kilómetros con Polonia.VITALI HRABAR

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_