Crímenes, peste y casa de vecinos
La venganza da a los humanos una especie de exaltación de dioses justicieros: Huye rápido, vete lejos (Pars vite et reviens tard, 2001) cuenta una presunta plaga de peste en París, castigo divino, un desastre universal en un ambiente de barrio, la Edad Media ahora mismo, en este tiempo. Fred Vargas (París, 1957) es novelista policiaca y arqueóloga, estudiosa de la vida medieval a partir del análisis de restos animales: el apellido lo ha tomado del personaje de Ava Gardner en La condesa descalza. Ha creado al comisario Adamsberg y su ayudante, el capitán Danglard, dos temperamentos antagónicos y complementarios: al comisario le parece interesante no hacer nada, lo que el capitán encuentra pavoroso.
HUYE RÁPIDO, VETE LEJOS
Fred Vargas
Traducción de Blanca Riestra
Siruela. Madrid, 2003
331 páginas. 16,80 euros
En París un pregonero difunde mensajes que anuncian el advenimiento de la podredumbre y la destrucción del mundo corrompido. Son citas de viejos tratados sobre la peste negra y del diario de un inglés de 1665, Samuel Pepys, que vivió la gran peste de Londres, 65.000 muertos. En el mismo momento, una mano enigmática traza en algunas puertas bellos signos terribles: ¡la cifra-talismán con que se marcaban las casas para espantar la plaga y el contagio! Y miles de histéricos empiezan a pintar sus puertas cuando el primer cadáver aparece.
Hay cinco asesinatos en ocho días de verano. ¿Ya está la peste aquí? Periódicos y televisiones dudan de la policía, que habla de muertes por estrangulamiento con un cable de plástico, aunque las víctimas quedan manchadas, con la lengua negra y picaduras de pulga de rata, probables transmisoras de la epidemia. El comisario Adamsberg, bajo, moreno, de ropa arrugada, hombre aparentemente con problemas, dado a la indolencia, la ensoñación y el paseo, busca a un asesino múltiple. Cuenta con el auxilio de Danglard, su adjunto, espíritu tenaz y preciso, experto en elaborar, clasificar y manipular ficheros, y bebedor de cantidades desesperadas de cerveza. A Danglard lo dejó su mujer, con cinco hijos. Adamsberg, en su desconcierto crónico, es un favorito de las mujeres, novio infiel de la extraordinaria Camille, compositora de música cinematográfica.
Fred Vargas tiene más investigadores
fijos: un prehistoriador, un especialista en la Gran Guerra, un medievalista y su padre, policía acabado, juntos en una casa de hombres solos. Su París es doméstico, vecinal, de profesiones y oficios crepusculares o asomados al pasado, punto de reunión de pregoneros, marinos náufragos, presidiarios inocentes, maestros condenados por pederastia en un error de la justicia y convertidos en falsos aristócratas u honrados consejeros sentimentales. Este emocionalismo de casa de vecinos es muy querido por la imaginación francesa, que lo usa profusamente en novelas, tebeos y películas: el desastre universal resulta ser un asunto de familia que el instintivo Adamsberg solucionará por el fugaz resplandecer de un diamante en una plaza llena de gente. Y lo que tardaba en hacerse entretenido acaba entreteniéndonos, además de informarnos sobre los estragos de la peste en Europa desde 1347.
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