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Tribuna
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Europa frente a Al Qaeda

1. Nosotros, los europeos, creíamos que lo sabíamos todo. ¡Pobres estadounidenses! El 11 de septiembre de 2001 habían descubierto el terror en casa. Nosotros, por supuesto, ya lo conocíamos, y sabíamos cómo reaccionar. Incluso estábamos dispuestos a darles varias recetas. Sólo que... Desde el jueves 11 de marzo, y sobre todo desde el día 13, cuando se supo casi con seguridad que Al Qaeda era responsable de los horrores ocurridos en la estación Atocha de Madrid, de pronto nos sentimos tan desconcertados como los neoyorquinos del 11 de septiembre.

Hubo un momento en el que, pese a los estremecimientos solidarios, creímos que el atentado era atribuible a los folclores regionales: el País Vasco y su ETA, como Irlanda y su IRA, como, hace tiempo, las Brigadas Rojas en Roma y la banda de Baader en Alemania. Y a un problema regional había que dar una respuesta regional. Después del 11 de septiembre en Nueva York, comprendimos la intervención en Afganistán, base de Al Qaeda. Pero pronto nos tranquilizamos, convencidos de que el terrorismo no amenazaba nunca más que las vidas y los intereses de los estadounidenses.

Todavía hoy nos refugiamos tras la actitud de José María Aznar, ese cualquiera, esa oveja negra del que nos viene todo mal. Hasta el escrutinio del domingo, era el heraldo, el paladín del Occidente atlantista. Liberado de una Francia a la que siempre había odiado, le daba lecciones sobre el buen uso de la derecha cuando es verdaderamente liberal. ¡Once años consecutivos de crecimiento! ¿Quién mejora eso? España estaba radiante, llena de dinamismo, y en las filas de los politólogos de la derecha francesa y alemana todos se preguntaban si no habría convenido seguir su ejemplo y permanecer junto a Estados Unidos, incluso participar en la aventura.

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De pronto, se ha hundido; es verdad que después de haber intentado manipular la opinión pública al hablar con una seguridad imprudente de la responsabilidad de ETA. Es justo reprocharle ese error y esa mentira. Pero además, nos olvidamos alegremente de lo que habíamos escrito la víspera y decretamos que ha pagado el precio de su intervención en Irak, es decir, se viene a sugerir que el castigo, si hubiera sido un poco menos horrible, habría estado merecido. Ahí está la trampa: la tentación de transformar a los terroristas en justicieros acecha a cada instante a quienes advirtieron, con razón, que la intervención en Irak no iba a servir para combatir el terrorismo, sino para favorecer su alarmante expansión. Pero es ahí, precisamente, donde surge el impulso de gritar: ¡cuidado! El hecho de que la previsión de una catástrofe se haga realidad no significa que haya que resignarse a sufrir las consecuencias.

2. El 11 de marzo, en Madrid, cayó sobre todos nosotros una amenaza inmensa y devastadora. Tanto si estuvimos en contra de la intervención de Irak como si no -y nosotros fuimos de los primeros en denunciar que sus condiciones eran inaceptables-, todos los europeos estamos igualmente comprometidos a partir de ahora. La prueba, por si hacía falta, es un dato muy concreto, evidente e ineludible, que refuta de forma contundente nuestra tendencia a considerar el horror como un "castigo". Ese dato es que el pueblo español al que Al Qaeda ha decidido atacar, asesinar y desafiar es el que, de toda Europa y hasta de todo Occidente, se opuso con más violencia a la guerra de Irak, el que salió a la calle en mayor número para denunciarla y exigir a su Gobierno que se opusiera.

¿Es que los bárbaros y los asesinos son, además, cretinos políticos? ¿Acaso sus jefes más cínicos eran incapaces de imaginar el partido que podían sacar a los atentados "dirigidos" contra los verdaderos responsables de la guerra de Irak, en vez de asesinar indiscriminadamente a un pueblo que se había opuesto a ella? Nuestra necesidad de coherencia habría quedado satisfecha y la guerra habría sido un conflicto lógico cuyas normas serían visibles. Está claro que no existe terrorismo bueno. Ahora bien, en la historia, el terrorismo practicado al servicio de una Resistencia, que respeta las vidas de los inocentes y la población civil, no es deshonroso. Pero ya no podemos engañarnos: Al Qaeda no expresa más que un deseo vengativo de reafirmar su capacidad invencible de hacer daño y exaltar entre los jóvenes el culto a una muerte transfigurada.

En resumen: sí, la guerra de Irak fue una aventura peligrosa. Sí, la decisión de emprenderla sin haber impuesto la paz en Israel fue un crimen. Sí, Aznar se equivocó al aliarse con Bush y Blair en su cruzada irresponsable. Pero, aun así, no se puede aceptar que el incendio se extienda y que el mundo se abrase con el pretexto de que los bomberos, al principio, estuvieron entre los incendiarios. ¿Estados Unidos tiene una gran responsabilidad por la expansión del islamismo integrista? Sin duda. ¿Quién lo niega? Pero no por eso el integrismo es más aceptable. El hecho de que Francia fuera uno de los países responsables del Tratado de Versalles no quiso decir que los estadounidenses tuvieran que renunciar a luchar contra Hitler.

3. Escribo estas líneas en Marruecos, donde he vivido las horas trágicas de España en compañía de un amigo, el novelista Juan Goytisolo. Su padre es vasco y su madre catalana. Se ha visto envuelto con frecuencia en los debates de la extrema izquierda francesa. Odia a ETA, pero le espantan Aznar y Bush. Habría podido sentirse discretamente satisfecho. Al fin y al cabo, Aznar no ha tenido más que lo que se merecía. Le cito porque su reacción me ha parecido ejemplar. La idea de que los jefes de Al Qaeda puedan jactarse de poder interferir en el escrutinio electoral de cualquier país del mundo le resulta insoportable.

Mientras esperaba a escribir para EL PAÍS el artículo que ha aparecido en España, me pidió que insistiera en la idea de que no existe guerra de civilizaciones cuando el enemigo no representa ninguna civilización. "Dejemos de lado la teología", me ruega. "Cuando se entra en la interpretación de los textos sagrados, se entra en la confusión, la división y el duelo. Si queremos hablar de civilizaciones, hay una, la islámica, de gran dimensión histórica, una de las más importantes de la historia del hombre, que nunca ha cedido a los impulsos de la muerte como sacrificio ni la locura vengativa. Esta gente no es de los nuestros".

Lo que dice Juan Goytisolo no ha dejado de inspirar nuestra postura, que es también una lucha. El integrismo islámico, nihilista, violento y radical, hace que Dios intervenga en la historia y se alza, para empezar, contra los musulmanes mayoritarios, que buscan la "adaptación" (Ijtihad), al contrario que los que preconizan la guerra santa (yihad). Cuando se piensa que, entre los sospechosos de haber cometido los atentados de Madrid, hay una mayoría de marroquíes, en un momento en el que Marruecos dedica todos sus esfuerzos a modernizar el islam, es fácil ver qué gigantesca prueba de fuerza se está llevando a cabo dentro del mundo musulmán.

4. Entonces, ¿qué se puede hacer contra el terrorismo? La respuesta nace directamente de todo lo anterior. En primer lugar, no ceder en absoluto ante un enemigo que es, a la vez, totalitario y demente. No dejarle creer que puede dictar su ley a la opinión pública de un país democrático. No decidir, por ejemplo, si una ley sobre el velo es oportuna o no, en función de las amenazas integristas que suscite. No insultar nunca a los desheredados, los parias, los abandonados ni los rebeldes con la sugerencia de que los terroristas son, directa o indirectamente, los defensores de sus causas. Organizar la coordinación de las fuerzas de policía, los servicios de información y las políticas de inmigración a escala europea y de forma absolutamente federal. Pero también abandonar la idea de Estados Unidos de que un gran plan global -el suyo- para Oriente Próximo puede imponer, mediante la guerra y según los caprichos de la hiperpotencia, una democracia conforme a los cánones occidentales. Es decir, proporcionar a los musulmanes todas las armas políticas posibles para que combatan ellos mismos, en primera fila, el islamismo integrista.

Para ello, en Europa es preciso acelerar la integración y la promoción de las clases dirigentes musulmanas y decidirse, de una vez por todas, a arrebatar a los terroristas el argumento de la sacralización de Palestina. Todo el mundo, empezando por los principales escritores israelíes, pide a Europa que imponga la paz mediante el acuerdo entre un Estado palestino y un Estado israelí. Mientras persista este problema, será imposible quitarles de la cabeza a la mayoría de los musulmanes la idea de que no somos quiénes para excluir a los terroristas del universo civilizado.

Ya que he hablado de Marruecos, me gustaría hacer una observación. Todos los órganos de prensa de este país, y son muchos, condenan el terrorismo y el integrismo violento, pero esos mismos medios informan a diario sobre los acontecimientos de Oriente Próximo con acentos -los mismos que, muchas veces, se oyen en Europa, y sobre todo en España- que no pueden sino incitar al lector a mostrarse indulgente con el terrorismo. La causa palestina aparece siempre como un motivo popular para el compromiso. Un atentado suicida lo comete siempre un "mártir" palestino, y la "carnicería" de las represalias es siempre obra del colonialismo israelí. De esa forma se va acumulando en la mente del lector un sentimiento indignado a disposición de la violencia. Eso es lo que hay que detener a toda costa. Por supuesto, la paz en Oriente Próximo no haría desaparecer el islamismo integrista, pero sí daría a los musulmanes muchas más posibilidades de combatirlo con eficacia.

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