El éxito y la culpa
El drama íntimo de quien se dedica al antiguo oficio de gigoló no es precisamente nuevo en el cine estadounidense (no hay más que recordar las peripecias de Richard Gere en el filme que justamente así se llamaba), pero ciertamente sí lo es el tratamiento que de esta profesión se hace aquí: nada menos que la única salida que se le brinda a un atribulado, a la par que enamorado, escritor de novelas, incapaz de encontrar otra salida profesional para sacar adelante a su esposa y a su hijito de corta edad que darse en alquiler para el disfrute de señoras pudientes. Un hombre (García, algo más que el protagonista: es el productor y quien ha hecho construir la función para su completo lucimiento) que, como el mismísimo director (George Hickenlooper, especialmente conocido por varios documentales sobre cineastas famosos), se nos dice que se licenció en la exclusiva Universidad de Yale, pero que para hacer compatible sus sueños de escritor abandonó otras ocupaciones, hasta encontrarse literalmente fuera del mercado.
SERVICIO DE COMPAÑÍA
Director: George Hickenlooper. Intérpretes: Andy García, Mick Jagger, Julianna Margulies, Olivia Williams, James Coburn, Anjelica Huston Género: drama, EE UU, 2002. Duración: 106 minutos.
Desde ahí, nuestro hombre se enfrentará a su esquivo destino. Y vendrá en su auxilio un atildado, irónico, cosmopolita celestino (Mick Jagger: su distante, impresionante elegancia es lo mejor de la función, con diferencia), una suerte de luciferino introductor en los ambientes del lujo y el sexo por dinero. Las referencias religiosas no son aquí gratuitas: no es que García padezca una crisis mística, ni nada que se le parezca. Pero sí que sufre, y cómo, por las infidelidades que hace padecer a su santa (Margulies), de forma que su comportamiento se hace progresivamente más culpabilizado. Y el poner como excusa de sus frecuentes incomparecencias en el lecho conyugal supuestas cenas de trabajo con los editores de su siguiente novela no ayuda, precisamente, a que se sienta mejor.
Hickenlooper trabaja con estos materiales, el éxito, la culpa, la infidelidad, con cierto desparpajo, aunque no exento de rutina. Cierto, una peripecia de guión pondrá al protagonista en la senda de una atractiva mujer (Williams), amante de su marido enfermo y anciano (Coburn), que no sólo le querrá para los previsibles juegos de cama, sino para una tarea sobre la que este cronista guardará escrupuloso silencio. Pero más allá de la originalidad del pedido, lo cierto es que el verdadero drama, la culpa, es tan palmariamente convencional, está tratado por todos, director y actor (¡esos gestos tan gastados, esa blandura lacrimógena tan de García, uno de los actores más evidentes de Hollywood!), con una previsibilidad tan grande que la película hace aguas justamente por donde no debiera: por la (imposible) identificación con ese marido/escritor/gigoló sufriente. De manera que, en algún momento, nos deja de interesar por completo por dónde errará la trama, hacia dónde conducirá al atribulado personaje, porque indefectiblemente sabemos dónde acabará: en el happy end que se ve venir desde mucho antes de que se nos presente el problema que hará del protagonista un tipo tan desmesuradamente sufriente.
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