El gigante sensible
Enfermeras, auxiliares y limpiadoras narran el día a día de los heridos del Gregorio Marañón
Los quemados no son los únicos que tienen los nervios a flor de piel en el hospital Gregorio Marañón. En este gigante con capacidad para más de 1.500 camas, las 68 víctimas del atentado (10 de ellas muy graves) tienen un triste protagonismo, y son un foco de una nueva onda expansiva, esta vez de solidaridad.
Una de las zonas donde más ha golpeado la barbarie es en la planta de cirugía torácica, donde 16 heridos en la masacre, la mayoría inmigrantes, se reponen. "No son enfermos normales; cómo van a serlo con lo que han vivido", dice Isabel Espada, supervisora de la planta.
Enfermeras, auxiliares y encargadas de la limpieza conviven cada día con el resultado del horror. "La planta está más silenciosa de lo normal. No sólo por ellos, sino por nosotras", dice Pilar Alonso, una de las enfermeras del turno de mañana de ayer.
El personal se vuelca con los 68 heridos del atentado que siguen en plantas del hospital
El estado de los ingresados es peor que el habitual para ellas. Además de hemorragias pulmonares, todos han sufrido quemaduras y problemas en los oídos. "Tienen un dolor muy difícil de controlar. Es una mezcla física y psicológica donde los calmantes no son efectivos", comenta María José Roldán, otra de las enfermeras.
"No pueden ser un paciente más. No son lo mismo que una persona que sabe con tiempo que la van a operar y se prepara. No son enfermos. Son personas sanas que iban a su trabajo cuando explotaron las bombas", dice una de ellas. "Las noches son lo peor. Y el miedo que tienen a qué pasará cuando salgan del hospital", comentan.
Para superar la presión, las trabajadoras de la planta hacen su particular terapia de grupo. "No es nada dirigido, pero nos reunimos y hablamos", añade Pilar. Ellas son, además, las confidentes de los enfermos. "Todos tienen su historia, y muy dolorosa", explica Marisol Peñalba, una de las auxiliares. "Como nosotras nos encargamos del aseo y las comidas, aprovechan para desahogarse. Como una de las señoras, que tiene un hijo autista y no sabe qué es lo que está pensando, solo en casa", añade. Los pacientes también les cuentan el atentado. "Recuerdan. Dicen los psicólogos que eso es bueno", dice Carmen Girabent, directora de enfermería del hospital.
En una semana, los ingresados han mejorado. "Pero aún les quedan dos semanas", calculan con la sabiduría de su experiencia. Desde el jueves, cuatro pacientes de la planta han recibido el alta. Pero las camas nunca se quedan vacías. A cada alta le sigue un ingreso desde reanimación o cuidados intensivos, donde están los enfermos más graves.
Con cada uno tienen que volcar todo su apoyo. Como ayer, cuando llegaron los padres de un rumano -pañuelo en la cabeza, ella; traje oscuro y sombrero, él; enorme maletón- que ha vuelto a hablar y para los que van a necesitar un intérprete.
Ayer llegó una carta del marido de una mujer que ya está de alta. Cuenta cómo un médico le acompañó hasta la planta donde estaba su mujer, y cómo recibió del personal "una atención y un afecto" que "seguro va mucho más allá de su deber". "Quiero expresar a todos mi agradecimiento y el de mi familia. Gracias de todo corazón", acaba.
Al leerla, las enfermeras Pilar, María José, Isabel, Gema, Luisa, Maleni y Mara; las auxiliares Marisol y Julia; las limpiadoras Carmen y Carmen; y las alumnas Tamara, Susana, Vanesa y Belén sintieron otra vez el picor de las lágrimas al fondo de sus ojos. Un brillo húmedo que no las ha abandonado -ni a ellas ni a sus compañeros de otros turnos- en la última semana.
Pero no son las únicas con la lágrima fácil. Hay miradas turbias en vigilantes y personal de prensa. También en el director de Atención Sanitaria, José Antonio Serra, cuando describe la dedicación de todos ("también albañiles, secretarias, jardineros, personal de laboratorio o cocineros"); o cuando cuenta cómo el representante de un laboratorio le ofreció gratis unos lotes de analgésicos el pasado día 11; o que el personal de la unidad de intensivos y reanimación, el que trata los casos peores, se ha negado a ser trasladado a puestos de menor tensión "para no separarse de sus enfermos".
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