La participación de candidatos de todo el abanico político ruso legitima los comicios
Los comunistas fueron los primeros en descartar el boicot que habría humillado a Putin
El triunfo de Putin en las elecciones presidenciales de ayer comenzó mucho antes del 14 de marzo, cuando la mayoría de fuerzas políticas de oposición abandonaron la idea de boicotear los comicios y aceptaron competir en las urnas, pese a todos los abusos que sufrieron en las parlamentarias del pasado diciembre, que dieron la victoria a los putinistas de Rusia Unida. La desconfianza mutua y las ambiciones personales de los opositores dieron legitimidad a los comicios en los que estaban representados, aunque con figuras menores, desde la derecha a la izquierda, pasando por los nacionalistas.
Solo Grigori Yavlinski, el líder del partido liberal Yábloko, fue consecuente y se abstuvo de participar.
Los comunistas fueron los primeros en descartar la idea de no presentar candidato. El boicó, de haberse llevado a cabo, hubiera sido una humillación para el actual presidente, ya que le hubiera dejado como únicos rivales a su amigo Serguéi Mirónov, de 51 años, y al ex boxeador Oleg Malishkin, que representa al ultranacionalista partido Liberal-Democrático. Vladímir Zhirinovski, líder de este partido y un veterano de las elecciones presidenciales en Rusia, del que Malishkin ha sido guardaespaldas, decidió esta vez no participar.
Guennadi Ziugánov, el líder comunista, a su vez, apoyó la candidatura de su colega Nikolái Jaritónov. Ziugánov había sido culpado antes del desastre que sufrió su partido en las legislativas, donde obtuvo casi la mitad menos de votos que en los comicios anteriores. Jaritónov, de 55 años, carente de todo carisma, había encabezado en la Duma el grupo parlamentario de los agrarios y tiene el grado de coronel de los servicios de seguridad.
Los putinistas habían tomado precauciones para el caso del boicó. Mirónov, que es presidente del Consejo de la Federación o Cámara alta del Parlamento, competía ayer precisamente por si ningún partido presentaba candidato, ya que las elecciones, según la ley, serían inválidas en caso de que sólo hubiera un único aspirante.
La Unión de Fuerzas de Derecha, aunque votó en su congreso por el boicó, no logró cumplirlo, ya que Irina Hakamada, de 48 años, decidió que había que aprovechar la oportunidad para divulgar las ideas liberales y se lanzó de lleno a la contienda electoral. Con ello, los liberales quedaron divididos: Yábloko optó por el boicó y también una serie de personalidades de derecha, como el ex viceprimer ministro Borís Nemtsov y el mejor ajedrecista del mundo, Gary Kaspárov, agrupados en el comité 2008: Elecciones
Libres, llamaron a no acudir a las urnas por considerar estas presidenciales "una farsa".
La izquierda y los nacionalistas también se vieron divididos. A Malishkin, de 53 años, teóricamente le quita votos Serguéi Gláziev. Este candidato tiene una doble dimensión: además de ser nacionalista, atrae también a votantes de izquierdas, por haber sido el autor del programa económico del partido comunista en los comicios de 2000. Gláziev fue uno de los fundadores de Ródina (Patria), organización urdida desde el Kremlin para escindir al electorado comunista. Inmediatamente después del relativo triunfo de Ródina en las legislativas, este economista de 43 años declaró que no pensaba competir por la presidencia, pero días después presentó su candidatura, a pesar de la oposición de muchos de sus colegas de organización.
Candidatos de segundo orden
Lo sorprendente y preocupante a la vez es que, aunque los candidatos rivales de Putin eran de segundo orden y las fuerzas que representan estaban divididas, el Kremlin no les ha permitido realizar una campaña electoral justa y en igualdad de condiciones. No sólo eso, Putin ha sido exhibido diariamente por televisión, en detrimento del resto de sus contrincantes, que encontraron una clara obstrucción a su campaña en provincias, pese a que ninguno de ellos representaba un peligro para el actual presidente
Hakamada, por ejemplo, no pudo reunirse en Nizhni Nóvgorod con los estudiantes de las universidades locales, ya que sus rectores, partidarios de Putin, lo prohibieron. Gláziev tuvo que realizar la mayoría de sus encuentros con los electores en la calle, porque no conseguía locales para sus mítines, y cuando lo lograba le cortaban la electricidad y obligaban a evacuar el local -como en Yekaterimburgo- alegando amenaza de bomba.
Las organizaciones de derechos humanos ya han denunciado la repetición de los abusos cometidos durante las legislativas, que fueron criticados también por los observadores de la OSCE. Como dijo Ludmila Alexéyeva, que encabeza el Grupo Helsinki de Moscú, "los resultados de estos comicios no reflejarán tanto el deseo de los electores como el de la Administración a todos los niveles, desde el Kremlin hasta las municipalidades".
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