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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Los escenarios de la tragedia

El amanecer del barrio con más pena

Los vecinos del Pozo del Tío Raimundo despiertan conmocionados sin acabar de creerse la tragedia que han vivido

Antonio Jiménez Barca

A las doce en punto, el barrio del Pozo del Tío Raimundo, en el distrito de Vallecas, se echó de nuevo a la calle. Los vecinos, los mismos hombres y mujeres que un día antes habían salido de sus casas precipitadamente, gritando, muchos de ellos en pijama, para auxiliar a los heridos de la explosión que mató a 67 viajeros, se congregaron en torno a la estación de cercanías. Se arremolinaron cerca de 1.500 personas. Durante casi 15 minutos, en un silencio absoluto, bajo una llovizna amarga. Hasta los niños de un colegio, de poco más de cinco años, que abultaban menos que la cuartilla que enarbolaban con la palabra "no", se estuvieron calladitos, sin decir ni una palabra, impresionados sin duda por el mutismo completo de sus mayores. Después llegaron los aplausos, los insultos a los terroristas y las maldiciones. "Ha ido a suceder en el barrio más obrero, en el barrio con más pena de todo Madrid", señalaba Juan Castillo, un vecino, de 52 años.

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Un rincón de la estación se llenó de velas rojas, de flores frescas, de estampitas religiosas. El muro se pobló de pancartas y de dibujos. Uno de estos dibujos, hecho por Daniel, de seis años, mostraba un tren de colores al que está a punto de caerle encima una bomba negra.Dos mujeres se desmayaron de angustia y de cansancio entre sollozos. A su lado, Benita Prieto, de 50 años, vecina de toda la vida del Pozo -"desde que esto no era más que campo y una vaqueriza"- miraba hacia el apeadero, y murmuraba: "Fue tremendo. Había que estar aquí para creerlo. Yo bajé al oír la explosión y vi un muchacho de unos 20 años, tirado en la acera, herido, que me decía, 'me voy a ahogar, señora, me voy a ahogar'. Yo le abracé, me senté con él, le dije que respirara despacito. Mientras tanto, los otros vecinos más jóvenes ayudaban a otros heridos. Pero yo me quedé con este chaval. Que gracias a Dios se recuperó. O eso creo."

Cada cual contaba su historia, su pequeño capítulo del drama. Una mujer de unos 50 años no hacía más que repetir: "Una vecina mía, que se llama Isabel y tiene cerca de 30 años, estaba en el tren. Y salió malherida en la pierna. Pero lo peor no es eso: lo peor es que ahora tiene pesadillas, y se ha pasado toda la noche en el hospital despertándose, sobresaltada, chillando, porque dice que vuelve a ver la explosión".

Ayer, mientras el Pozo trataba de recuperar la normalidad, alguien comentó que en Atocha había un aviso de bomba. Y una chica ahogó su miedo en un grito. Un hombre mayor, que llevaba una radio en el bolsillo, se llevó rápidamente el auricular a la oreja y, tras escuchar durante unos segundos, tranquilizó al corrillo que se arremolinaba a su alrededor: "No es nada, es una falsa alarma". Poco a poco la concentración se disolvió. El que más o el que menos regresó a su casa o a su trabajo. Pero un grupo de unos 10 hombres se quedó mirando la estación, como si reviviera en silencio la pesadilla. "Fíjate", explicaba Matías López, de 60 años, "que en este barrio hemos pedido muchas cosas desde los años 50: las calles, porque esto era un barrizal; casas decentes, porque vivíamos en casuchas; colegios, carreteras... y ahora nos hemos juntado de nuevo para pedir una cosa más simple, pero más importante: que haya paz, o al menos, que nos dejen en paz".

Una hora después, en una cafetería cercana, tres personas miraban la televisión. Comentaban las imágenes de personas destrozadas de dolor en el hospital Gregorio Marañón o en la improvisada morgue del Ifema. Después, irrumpió su propio barrio en la pantalla, se vieron a sí mismos manifestándose, y callaron de golpe.

Muchos vecinos colocaron carteles y dibujos en el muro de la estación de cercanías del Pozo.
Muchos vecinos colocaron carteles y dibujos en el muro de la estación de cercanías del Pozo.CLAUDIO ÁLVAREZ

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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