Esta carta es para él

Escucho y leo sobrecogida las nuevas noticias sobre el accidente del Yak-42. Antes que cualquier otro sentimiento, me pongo en la piel de los familiares que ahora mismo, una vez más, ven multiplicado su dolor.

Desgraciadamente, la no identificación total de los cuerpos, además de implicar la más total falta de respeto por esas mismas familias y por los propios muertos, huele a punta de iceberg. ¿Por qué tanta prisa en cerrar todo lo relacionado con este accidente? ¿Cómo es posible que el Ejército no cuente con especialistas forenses entre su cuerpo médico?

Pero sobre todo esta desalentadora noticia coloca en una perspectiva farsesca y esperpéntica incluso los actos que se han hecho supuestamente ¿bien?: ¿a quién puso las medallas el propio Rey? ¿Por qué sometieron a las familias a dos horas de inútil llamada, nombre por nombre, féretro a féretro durante los trágicos funerales de Torrejón? Se pone la piel de gallina. Y creo que sólo hay un consuelo: yo no sé dónde pusieron esas medallas y dónde fueron a parar los nombres gritados en la explanada del funeral, pero sé a quién iban dirigidos. Por ejemplo, al teniente Mario González, merecedor de los más altos elogios de sus superiores, inteligente, joven y eficaz servidor de su país, amigo de sus amigos, adorado hijo y hermano.

No sé dónde están sus restos pero sí se dónde está su memoria y esta carta es para él. Ojalá que Trillo y la absurda maquinaria que sustenta la mentira institucionalizada y ofensiva la reciban también.