Tedio, desolación y orfandad
La única buena noticia de la noche fue recordar que Bob Hope está muerto y, ya centenario, no podrá cantar el hoola-hoola en Irak, como hizo en las guerras anteriores, incluida la de Vietnam. Por lo demás, el guión de la ceremonia, que parecía escrito por el cirujano plástico de Linda Bush -deberían habérselo encargado a la espiritista de cámara de Cherie Blair, que es más amena-, no dio pie a la frivolidad ni a la emoción que los cinéfilos y mitómanos pedimos. No hubo entertainment. Quien mejor se lo pasó fue Peter Jackson, señor de los ricillos de su esposa, que parecía una extra de Tom Jones. Claro que el tal Jackson no va a rodar una película en los restos.
Me explico. Ford Coppola se llevó en su tiempo tres galardones por El padrino II, y ya ven que desde entonces dirige con la misma frecuencia con que yo ligo. Y esto lo digo con permiso de Diane Keaton, que anda por ahí entusiasmando falsamente a mis contemporáneas con la película de ciencia-ficción Cuando menos te lo esperas, en la que se casa con Jack Nicholson y liga con Keanu (lo último roza la trilogía de los zarcillos). Menos mal que no la premiaron, me habría producido una angustia indescriptible verle agarrar el premio con guantes de estrangulador/ginecólogo. Pensándolo bien, aparte de la ceremonia en sí, que convirtió la retransmisión en un velorio que el Trío Canal Plus trató de aliviar con su gracejo, hubo un montón de buenas noticias.
Me gustó que Sofia Coppola se fuera a casa con un solo Oscar. Puede que sobreviva en el Hollywood que se avecina, o en Sundance, que sería lo más propio
Me gustó que Sofia Coppola, mujer cineasta en la que creo y a la que amo, además, porque la he visto bautizar y porque superó el rodaje de Apocalypse Now, y además la he visto morir saliendo de la ópera en Palermo, se fuera a casa con un solo Oscar. Puede que sobreviva en el Hollywood que se avecina, o en Sundance, que sería lo más propio. Su Lost in translation es una película sencilla y encantadora: y no sólo porque a mí también me desconcierta Tokio, sino porque Bill Murray nunca va a conseguir un papel como éste. Qué humor, qué finura, qué actorazo.
Pasando al lado malo, donde me siento más segura que Lou Reed: tedio, desolación y orfandad. Billy Cristal arrancó fastuosamente, sentado en las rodillas de Clint Eastwood, y cantándole. Creí que iría a más: yo lo habría intentado, porque aunque te lleves una leche, siempre le puedes vender la exclusiva a nuestra telebasura. Más adelante no tuvo demasiadas oportunidades, ni un maldito decorado en el que ampararse. Menos mal que un pícaro Robin Williams le agarró de la manita, y ahí también pensé que podían llegar a más, y nuevamente me encontré chasqueada.
Lo más patético es que la sala estaba repleta de talentos, de genios incluso. Pero no había luces en el ático, el guionista había salido, la Academia se había mostrado disconforme pero tragaba con los cinco segundos de retraso en el envío de las imágenes de la ceremonia, y todos nos preguntábamos si en lugar de ello la habían pospuesto interminablemente y sobre la marcha durante cinco siglos, de larga que resultaba. Ya es lamentable, también, que el hombre que se jugó la carrera yendo a Irak en viaje de amistad, quiero decir Sean Ojos de Cama Penn, haya recibido un Oscar en el transcurso de la más penosa gala jamás contada. Chico, ser progre para esto, qué hetairada.
Quiero pensar que la culpa la tiene esa estúpida idea de los ejecutores de la cadena ABC, empeñados en adelantar la ceremonia a febrero, para más inri con Gibson en plena cruzada sado/maso -pero ningún Terenci Moix les escribirá a los niños de hoy El sadismo de nuestra infancia; vamos a peor-, y además en bisiesto, un gafe total. Estos modernos creen que han mejorado la gala, y todo lo que hacen es perder audiencia como agua entre los dedos. Si ya todo está inventado, cual diría Woody: las películas de hora y media como máximo, las canciones de tres minutos, los Oscar en marzo y Halle Berry con vestido transparente.
Deseo creer, también, que tras las deserciones que debieron producirse -manadas de espectadores reservando entradas para la segunda parte del Cristo Gibson: Resurrection!- los ejecutas de ABC serán despedidos. En todo caso, cuando me di cuenta -gracias a la sección Tribute- de que, con la que está cayendo, este año también nos hemos quedado sin Gregory y Kate, fui presa del síndrome de Lillian Gish abandonada en mitad de la tormenta y sin zuecos.
Sobre todo considerando que, en la platea, se encontraban, como sustitutos, Cold Jude e Ice Kidman, que hacen saltar estalactitas cuando se rozan. Sumen a ello que la música era onda country-patética, con guitarra, banjo e intensidad.
Dios salve a América. Por favor.
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