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Columna
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Regreso al Antiguo Testamento

Andrés Ortega

Mientras Europa debate si es judeo-cristiana o greco-romana, la Administración Bush lo tiene más claro con su regreso al Antiguo Testamento. No el del Cantar de los Cantares, sino el del "ojo por ojo", el del bíblico dicho de Rumsfel de que "la ausencia de la prueba no prueba la ausencia" y el de la doctrina guerra preventiva del Libro de Ester (8:11): "El rey facultó a los judíos (...) para que se reuniesen y estuviesen a la defensa de su vida, prontos a destruir, y matar, y acabar con toda fuerza armada del pueblo o provincia que pudiese venir viniese contra ellos, sus niños y mujeres, y apoderarse de sus bienes".

Esta visión permea American Dynasty, el indispensable libro de Kevin Phillips, antiguo estratega republicano en la Casa Blanca. Quizás el autor se exceda al intentar probar la tesis de la dinastía, incluso en las "dificultades con el servicio militar de tres generaciones de Bush". Pero es uno de los libros con más información sobre lo que significa no ya este George Bush, 43º presidente, sino toda la saga familiar y sus relaciones por cuatro generaciones con el mundo del petróleo, el mundo visto a través del petróleo, y el sector de los armamentos y de los servicios secretos. Es decir, la culminación de aquel "complejo industrial-militar" contra el que alertó Einsenhower. Por estas páginas desfilan Enron, Halliburg, y la privatización de la guerra propugnada y ejecutada por Cheney desde sus cargos en el sector público y el privado.

El libro refleja la madeja entretejida por Bush con el fundamentalismo religioso y la mayoría moral, a la que intenta dar nueva vida con la propuesta de enmienda a la Constitución para prohibir los matrimonios entre homosexuales, cuestión que les puede rebotar a los demócratas en la cara. Las elecciones de noviembre, hoy por hoy abiertas en un país tan dividido como hace cuatro años, se pueden jugar sobre pocos votos. Entre otros, según Phillips, los de los cuatro millones de cristianos evangélicos que no votaron en 2000, de los que ha hablado Karl Rove, el estratega político del actual presidente. Bush padre encomendó a su hijo el contacto con éstos grupos en un país en el que la mitad de la población es fundamentalista cristiana. El padre perdió en 1992, pero el hijo logró en esos colectivos una decisiva plataforma para su propia elección en 2000, incluso con más votos de estos sectores que su abuelo Reagan. Bush ha logrado, según Phillips, "unir en la misma persona la cabeza de la Derecha Religiosa y la de presidente de EE UU". Es un paso sin precedentes en ese país, un reflejo del cambio socio-religioso de los últimos años con el marcado crecimiento de los evangélicos y pentecostalistas, frente a la regresión del episcopalianos y los metodistas que representaba el 41º presidente.

El historiador McDougall, citado por Phillips, habló en 1995 de dos fases en la historia de EE UU como Estado cruzado: la "América del Antiguo Testamento" (defensiva y dura) de 1783 a 1898, y la del Nuevo Testamento, más proselitista y generosa. Bush y estos republicanos representan este regreso al Antiguo Testamento que el presidente cita muy a menudo, y aún más tras el 11-S por el que, según confidencias a amigos -asegura Phillips- "se sintió elegido por Dios para dar conducir a la nación en su respuesta a este ataque".

Eso es nuevo. No lo es que EE UU se sienta como "pueblo elegido" o un "nuevo Israel". Según algunas encuestas, 55 % de los votantes de Bush creen en un segundo advenimiento y que el mundo acabará en un Armagedón (en inglés se suele usar el nombre hebreo del lugar, mientras que en castellano se utiliza el de Apocalipsis, por el libro; y esto es del Nuevo Testamento, pero de su parte más dura) entre Cristo y el Anticristo. Bush cita a menudo Armagedón en sus discursos. De castigo y venganza, más que de perdón, trata este nuevo republicanismo que habla de "compasión"... para que la ejerzan las organizaciones caritativas, no el Estado.

aortega@elpais.es

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