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Reportaje:TERREMOTO SOCIAL EN EE UU

"Es otro muro de Berlín que cae"

Parejas gays de todo el mundo siguen casándose cada día en San Francisco, otra vez símbolo de una gran polémica social

En Castro, el barrio gay de San Francisco, hay mucha fiesta. "¡Felicidades a los recién casados!", dicen los carteles en los escaparates. En la peluquería Notorius, en la calle Castro, 561, se ofrece un corte de pelo gratis al teñirse si se presenta el certificado de matrimonio.

El Coro de Gays y Lesbianas de San Francisco, dirigido por Katherine McGuire, canta bajo la bóveda del Ayuntamiento de la ciudad en honor de la actriz Rosie O'Donnell, que se acaba de casar en el despacho del alcalde con Kelli Carpenter, con la que vive desde hace seis años. La actriz, vestida de azul, saluda al centenar de personas que le aplaude, condena "los comentarios perversos y crueles de Bush" sobre las bodas gays y se vuelve a Nueva York. El coro le despide con San Francisco. Katherine McGuire -nacida en Australia- lleva escrito en la camiseta "recién casada", porque es lo que hizo el pasado lunes. "Jamás pensé que iba a pasar una cosa así. ¡Estoy feliz! ¡Hay mucho amor flotando aquí!".

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De nuevo en el Ayuntamiento, Donald Bird no para de trabajar. Tiene autorización del alcalde para casar. "La semana pasada fue un frenesí: había de 200 a 300 parejas que querían casarse cada día. Ahora está todo más organizado. Sólo se puede casar uno con cita previa, y hay unas 80 bodas cada día". Para casarse hay que llamar al teléfono 1415-554 49 52 entre las nueve de mañana y las cinco de la tarde (nueve horas más en España). La licencia cuesta 82 dólares (unos 65 euros), más otros 62 por la breve ceremonia.

Después de más de dos semanas y de 3.500 bodas -todo empezó el pasado día 12-, lo que más le impresionó a Donald es lo que dijo un alemán que se casó el pasado miércoles: "Es otro muro de Berlín que cae". Las parejas llegan de Wisconsin, Boston, Nueva York, incluso de Salt Lake City (la capital de Utah, el estricto Estado mormón), y de otros países. Además de alemanes, ha casado a franceses, italianos, mexicanos...

"Españoles aún no, por lo que yo sé, pero somos varios los que nos encargamos", dice Bird. Ahora le toca el turno a Avinoam Greenfield y a Avishay Caspi, de Israel: se intercambian los votos mientras tienen en brazos, entre los dos, a Gor, su hijo adoptado de dos años y diez meses.

Hay jóvenes, pero una buena parte de las parejas son maduras, gente unida desde hace años. Peter y Chris, por ejemplo, han venido desde Alaska. Después de la rápida ceremonia, se besan en la boca y responden sin dejar de mirarse mientras bajan la escalinata. Llevan 15 años juntos -ahora tienen 40- y resplandecen en sus esmóquines. "Lo que hemos hecho hoy ha sido rendir homenaje a nuestra relación", dice Chris. Se hacen las fotos con las flores, y de vuelta a Alaska.

Todo el mundo se siente un poco especial. "Es como hacer historia", dice Joyce Sheperd, que lleva siete años viviendo con su pareja, Gail. ¿Miedo a que esto no sirva para nada? "No. Tenemos una tradición de ir eliminando poco a poco las discriminaciones de todo tipo, y ésta es una más que va a ir cayendo".

Y todo el que se casa se emociona y contagia a los que tiene cerca. Con sendas orquídeas en las solapas, Thomas Blackwan, de 45 años, y Robert Halloway, de 38, de San Francisco, tienen en las manos temblorosas su certificado de matrimonio. "Es sólo un trozo de papel. El amor que nos tenemos va mucho más allá", dice Bob. "Pase lo que pase, es algo muy importante", según Thomas. "Aunque sea temporal y luego resulta que no se debería haber hecho o que esta pieza de papel no vale, creo que a largo plazo todo será legal".

Darleen, de 35 años, acaba de casarse con Alejandra. Cuando acaba la ceremonia, a la que asisten sus padres -la madre, en silla de ruedas, atendida por el padre, que además se encarga del vídeo-, Alex, su hijo, de 14 años, se sienta en un escalón, pensativo o cansado. Está contento, asegura, pero prefiere no hablar. Su madre dice que ha sido muy comprensivo. "Ya es mayor como para saber qué es esto y me ha apoyado mucho. Tengo suerte".

Alejandra Delgado tiene 22 años, es encargada de almacén y mezcla el inglés con español: "Claro que soy diferente desde hace dos minutos: estoy casada, tengo una esposa y es un orgullo que no puedo explicar". Aun así, lo intenta: "Lo que está pasando aquí es un cambio. Las leyes tienen que cambiar, porque si hay dos personas que se quieren no debe importar de qué color o de qué sexo son. Son dos personas que se casan".

Una vez que ha empezado a explicarse, Alejandra no para: "¡No estamos en contra de la familia, como dicen algunos, because nosotras mismas vamos a tener familia! Que se casen los homosexuales no daña a los que no lo son. Ellos se casan, nosotros nos casamos también y no molestamos a nadie. Y las leyes no pueden decir nada, because nosotros vamos a amar a quien queremos".

Donald Bird hace un alto entre boda y boda. Son los días más intensos de su vida. Cree, como todos, que esto puede cambiar, pero no detenerse. "Tiene que seguir adelante, porque ya es demasiado tarde para otra cosa. Este país lleva en marcha más de 200 años: hemos pasado por la obtención del derecho de voto para las mujeres, por el movimiento de los derechos civiles... Ésta es otra etapa de la libertad para todos: la libertad para casarse".

Una pareja casada de homosexuales compra con sus dos hijas adoptivas, en San Francisco.
Una pareja casada de homosexuales compra con sus dos hijas adoptivas, en San Francisco.AP

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