Los rebeldes estrechan el cerco a la capital mientras bandas leales siembran el terror
Comienzan a hallarse cadáveres maniatados y rematados a quemarropa en Puerto Príncipe
Las milicias contra el Gobierno de Jean Bertrand Aristide cerraron la pinza sobre Puerto Príncipe con la conquista de Mireblais, a menos de cincuenta kilómetros de una capital nuevamente bajo asedio, tomada por bandas de facha pavorosa que hostigan a balazos, saquean y juran dar la vida por el presidente y arrebatar las contrarias. "¡Si Aristide se va, corten cabezas y quemen viviendas!", ordenan sus cabecillas, enarbolando la divisa de los generales negros en la guerra de independencia contra el poder colonial de Francia.
Los seis cadáveres encontrados ayer, presumiblemente de opositores o consecuencia de las cuchilladas entre saqueadores por el botín, la probable existencia de otros, el sistemático asalto a los automovilistas, la quema de gasolineras, el robo de coches, el masivo saqueo del puerto y el cierre de comercios multiplicaron la psicosis de revancha y degollina. Un fotógrafo recibió un machetazo en el brazo, dos equipos de televisión extranjera fueron apedreados y a un corresponsal intentaron arrastrarlo fuera del coche para robarle, molerlo a palos o algo peor. La gente que escapó, metiendo la directa o la marcha atrás, se santiguaba durante el relato de la peripecia: "Tuvimos suerte de escapar con vida".
EE UU y Francia animan a la renuncia de Jean Bertrand Aristide, pero el ex cura salesiano no parece dispuesto al abandono porque aún confía en la capacidad disuasoria del horror y las matanzas por él mismo anticipadas si los insurrectos asaltan la ciudad. El gobernante piensa que el espanto en ciernes debiera activar el despacho de una fuerza internacional, pedida por el Caricom (Comunidad del Caribe), que ayude a contener el avance de los sublevados y salve su presidencia al obligar a una negociación política. "Esto es como una marmita. Puede estallar en cualquier momento", dijo François Handfield, empleado de la ONU, que abandonó el país.
La noche del jueves pareció de cuchillos largos porque las sombras de los chimeres y los neumáticos incendiados cerca de los hoteles de la prensa internacional y la zona de Petion Ville presagiaban una jornada de cuchillos largos. No la hubo, pero las detonaciones y el tiroteo sobre viviendas opositoras, algunas habitadas por franceses, sobrecogieron. Algunos dispensarios recibieron heridos de bala. A esa hora, el comandante Guy Philippe y los ex militares y bucaneros a sus órdenes estrechaban el asedio de la capital, mientras la retaguardia aguardaba órdenes en las piscinas de los hoteles de Cabo Haitiano o sesteaba en Gonaives.
La soldadesca atacante no combatió ayer cuerpo a cuerpo, ni asaltó trincheras a bayoneta calada porque la policía gubernamental de Mireblais, la última presa, con 140.000 habitantes, fue ahuyentada casi a guantazos. Su cárcel quedó abierta y, al grito de "¡Viva el Ejército!", 67 cacos pusieron pies el polvorosa. El Ejército fue abolido en 1994. Los Cayos, tercera ciudad en importancia, había caído antes. La marcha de las hordas antigubernamentales se efectúa por los cuatro puntos cardinales y es tan cómoda que infunde sospechas sobre las verdaderas intenciones del ex clérigo.
El populacho capitalino que patrulló con cuchillos, garrotes, pistolas y fusiles a bordo de camiones y destartalados coches, y unos 3.000 policías protegen al gobernante. La conquista de Los Cayos fue ejecutada por las cuadrillas de la denominada Resistencia de Base, aliada con la Plataforma Democrática, que agrupa a los partidos políticos de oposición, todos a la espera de la caída de la última ficha del dominó. En Puerto Príncipe, un grupo robó las armas de los guardias de una universidad privada, y la estampida de los empleados de Tele-Haití, única cadena de televisión por cable, fue inmediata cuando algunos trogloditas amenazaron con convertirlos en teas.
Pandillas oficialistas
Una turba vitoreó a Aristide frente al Palacio Nacional durante la mañana de ayer y levantó barricadas de chasis de automóvil, postes, sillas y basura, inagotable en esta caótica ciudad de más de dos millones de habitantes. Las primeras venganzas fueron conocidas al alba: dos cadáveres con la cabeza reventada a balazos yacían en una céntrica avenida. No se descarta su asesinato en una comisaría o cárcel porque estaban maniatados, sin los cordones de los zapatos, ni la correa del pantalón: bocabajo uno, mirando al cielo, el otro, ultimados los dos a quemarropa.
Las desgracias se suceden. Los vuelos con Haití quedaron suspendidos, la frontera con República Dominicana, sellada, y la oposición de esta crisis a coces enfría el champán y ofrece una "salida razonable" a Aristide. Las embajadas prosiguen con la evacuación de sus nacionales, mientras la francesa protestó el ataque a compatriotas en Martissant, situada en la periferia de Puerto Príncipe. El Gobierno haitiano tiene la obligación de "garantizar la seguridad de todos", pidió la legación gala en un comunicado, de grotesca lectura en las actuales circunstancias. París reclama la renuncia de Aristide.
La exaltación y la violencia acentuaron la penuria de alimentos y medicinas, el hambre y las enfermedades, entre los cientos de miles de habitantes de las ciudades aisladas; también, el éxodo de haitianos hacia República Dominicana, cerca de 400, Jamaica y Cuba, mientras EE UU devolvía medio millar de boat people. No importa, volverán a hacerse a la mar porque, al igual que el millón de compatriotas emigrante durante decenios, piensan que, con Aristide, o sin él, Haití no tiene futuro.
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