Albaladejo plantea con su realismo tierno la adopción por gays
'Cachorro' cuenta la historia de un homosexual que debe ocuparse de su sobrino
No van a gimnasios, no usan marcas ni prendas ajustadas para presumir de músculo. Tienen alergia a las maquinillas de afeitar y pasean pelo en pecho sus michelines por los bares de Chueca y por los juzgados donde deben saltar todas las barreras que les colocan en el camino los bienpensantes. Miguel Albaladejo ha querido huir de la imagen cliché de los homosexuales de diseño y tirar por el suelo el arquetipo cinematográfico que les presenta siempre como los mejores amigos de la chica para agarrar el toro por los cuernos y plantear en Cachorro, que se estrena hoy en España, un tema candente: la adopción de niños por parte de los gays.
Y para ello ha elegido a una tribu especial. La de los osos. "No me gustaría que la película se utilizara como arma arrojadiza, pero, si puede ayudar a quienes luchan por esos derechos, me parece bien", aseguraba el director de cine al presentar su sexta obra -después de La primera noche de mi vida, Ataque verbal, Manolito Gafotas, El cielo abierto y Rencor- el miércoles en Madrid.
"Cachorro es una palabra que me gusta: suena a cuidado, cariño y protección"
No ha esquivado los grandes dilemas que a primera vista espantan a los más retrógrados. Ha construido, junto a Salvador García Ruiz en el guión y el desconocido José Luis García-Pérez, protagonista, un personaje promiscuo, lanzado, muy consciente de su condición, aterrado ante las ataduras, a quien le cae encima la responsabilidad de cuidar a su sobrino después de que su hermana -Elvira Lindo, dando nervio a una hippy descerebrada- se marcha de viaje a la India indefinidamente.
Una historia a la que le ha dado el título de una palabra que le encanta: Cachorro. "Me suena a cuidado, cariño y protección, y eso en esta relación es mutuo", afirma el director. Lo mismo el niño, David Castillo, le hace huevos con salchichas y cinta de lomo para cenar a su tío, que el protagonista protege a su pupilo con armas llenas de sentido común para combatir la vida dura que le espera.
Lo ha hecho con el alma, porque Cachorro es una de sus películas más personales, sin rehuir los rincones oscuros, ni las saunas, ni el sexo, ni los dilemas más hondos, que Albaladejo ha sacado de paseo por Chueca, el barrio de Madrid gay por excelencia. "Buscaba una mirada de normalidad, no pretendía ser estrafalario o raro, porque quería esa inspiración real que tienen todas mis películas", asegura el director.
No sabe si la película traerá polémicas o no. Cree que los tiempos andan revueltos, pero está dispuesto a aguantar los chaparrones con afirmaciones como éstas. "Dicen que los niños que se crían con parejas homosexuales no necesariamente se convierten en tales y que las estadísticas son idénticas a las de los criados en familias heterosexuales. Pero si fuera al contrario, ¿qué pasa? ¿Es que es malo?", pregunta.
Ha disfrutado trabajando con actores poco conocidos. Y ha cambiado de colaborador para el guión, aunque no dejará de hacer cosas con Elvira Lindo, su coguionista de cuatro películas. "Con Salvador me ha pasado lo contrario que con Elvira. A ella le gusta escribir diálogos y yo la cortaba. Salvador lo que ha hecho es cortarme a mí", asegura.
Ahora anda metido en el estudio de la delincuencia juvenil para su próxima película: "Se titulará Volando voy y cuenta la vida de Juan Carlos Delgado, ladrón de bancos y coches que a los 11 años estaba ya en la cárcel y se reformó con el tío Alberto", adelanta Albaladejo. Cambiará de ambiente, pero mantendrá ese compromiso firme con los seres de porcelana y cicatrices en los sentimientos que pueblan todo su cine tragicómico y cabal.
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