¿En qué manos estamos?
¿Hasta qué punto es una banalidad lo que dijo Federico Trillo en una reunión con afiliados del PP en Santa Pola, Alicante? ¿Es algo que, como dijo ayer el portavoz del Gobierno, no merece mayor comentario? Lo que Trillo dijo sobre el islote Perejil fueron banalidades incoherentes, pero quien las dijo es el ministro de Defensa de España. Quien ocupa ese cargo está obligado a prever el efecto de las tonterías que puedan ocurrírsele. La ministra de Exteriores reveló ayer a mediodía que ya había tenido que hablar cuatro veces con autoridades marroquíes para intentar que esas ocurrencias no afecten a las delicadas relaciones entre ambos países; luego el asunto ha dejado de ser banal.
Federico Trillo dijo que lamentaba no haber sido ministro hace ocho años para haber tomado entonces Perejil y permitido así faenar a los pescadores españoles. La frase no tiene sentido, es una simple majeza de bar, que revela una escasa consideración hacia nuestros vecinos, más propia de militares africanistas que del ministro de un Gobierno democrático. El conflicto pesquero no habría podido sino empeorar si hubiera habido una operación militar en ese peñasco. No tuvo su mejor noche porque también dijo que ese episodio fue el primero "en 70 años" en que los soldados españoles habían sido capaces de "defender la dignidad nacional frente a Marruecos". Son comentarios que parecen sacados de los muñecotes del guiñol.
La presidenta del PP en Santa Pola trató de defenderle alegando que no fueron manifestaciones públicas, sino palabras dichas en un acto interno. Casi lo empeora, porque da a entender que eso es lo que piensa el ministro de Defensa, aunque sólo lo dice ante los suyos. Y no era una reunión privada, sino un acto ante militantes para presentar, con presencia de la prensa, la precampaña del PP. La excusa del propio Trillo de que el comentario se refiere al pasado, y no tiene proyección al presente o al futuro, es también insustancial: no alivia la voluntad de afrenta que encierra, y ése es el problema: Marruecos. Un país con el que tenemos muchos intereses compartidos y mucho interés en evitar, precisamente, reacciones de honor ofendido.
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