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Reportaje:

El no de María

Una mujer de 62 años muere en Italia por negarse a que le amputaran un pie gangrenado

Enric González

María, de 62 años, acudió a un servicio de urgencias de Milán el 25 de enero, con una broncopulmonía y un pie gangrenado a causa de una diabetes desatendida, que le había bloqueado las venas. Los médicos dijeron que había que amputar para salvar su vida. Pero María, el nombre ficticio con el que toda Italia la conoció desde ese día, dijo que no. Que prefería morir entera. Y murió entera el pasado día 11, sin que ruegos, presiones y miles de cartas de desconocidos le hicieran cambiar de opinión.

La decisión de María dejó atónitos a los médicos del hospital de San Paolo. Cuando le explicaron que la amputación no sería tan traumática como podía suponer, que era imprescindible para evitar una septicemia mortal y que debía aceptar, ella no alegó razones religiosas o morales. Simplemente se negó. Su marido y sus hijos insistieron tanto como los médicos. La mujer respondió que comprendía sus razones, pero les pidió que comprendieran también las suyas.

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A la fiscalía

La dirección del hospital recurrió a la Fiscalía de Milán, que abrió un expediente sobre el caso. La Convención sobre los Derechos del Hombre y sobre la Biomedicina de 1997, recogida ya en al menos una ocasión por el Tribunal de Casación italiano, establecía sin embargo que los médicos sólo podían intervenir contra la voluntad del paciente cuando éste hubiera perdido el pleno uso de sus facultades mentales.

Los fiscales enviaron al hospital a un psicólogo y a un psiquiatra, para que evaluaran el estado mental de la enferma, y ambos volvieron con la misma conclusión: María estaba bien, lúcida y equilibrada. Dada la confidencialidad del caso, los dos peritos se limitaron a explicar a la prensa que la enferma no apelaba a ningún principio fundamental para argumentar su posición. Se trataba simplemente, dijeron, de su "concepción parafilosófica de la vida". Se negaba a vivir con un solo pie.

El dilema se convirtió en tema de debate público. El alcalde de Milán, Gabriele Albertini, le dirigió una carta abierta a través de la prensa para rogarle que recapacitara. El Vaticano le pidió "reflexión". El ministro de Sanidad, Girolamo Sirchia, se sumó a las voces que insistían para que aceptara la amputación, pero reconoció que a María no se le podía imponer nada en absoluto: "Puede estar muy equivocada", explicó Sirchia, "pero debemos respetar la elección del enfermo".

Las secciones de cartas al director de los periódicos se llenaron de mensajes a la desconocida, la gente llamaba a las tertulias radiofónicas para opinar y decenas de especialistas en leyes, ética y teología escribieron artículos en la prensa. Los médicos del hospital de San Paolo recibieron miles de cartas.

María no cedió. Y su familia, gente modesta del barrio de Giambellino, asumió finalmente la decisión tomada. El 29 de enero la mujer abandonó el hospital y tomó un avión hacia Catania, donde la esperaban varios familiares para acompañarla en automóvil hasta Porto Empedocle, el pueblo donde nació.

Luego, para evitar la curiosidad de los vecinos, se trasladó a una aldea cercana. Allí murió, con los suyos, el pasado 11 de febrero. La familia mantuvo en secreto el fallecimiento hasta el miércoles, cuando María ya estaba enterrada, entera, con sus dos pies.

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