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Columna
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Las cuentas secuestradas

Algunos de los más eminentes economistas del establishment académico llevan más de diez años advirtiéndonos de que el optimismo a que nos empujan los índices económicos y financieros al uso ocultan graves disfunciones de nuestras sociedades. En el ámbito latino, Daniel Cohen, profesor de de Pantheon-Sorbona, en Infortunios de la prosperidad (Julliard, 1994) y Riqueza del mundo, pobreza de las naciones (Flammarion, 1997); y en el anglosajón, el Nobel de Economía de 1998, Amartya Sen, en On economic inequality (Clarendon Press, 1996) y, sobre todo, en Development as freedom (Alfred Kurpf, 1999), subraya la escandalosa paradoja de que cuanta más riqueza producimos, más pobres generamos. Escandalosa, porque lo que calificamos de riqueza es el resultado de una serie de indicadores que no sólo se limitan a reproducir los parámetros principales del modelo económico liberal conservador, sino que omiten, ocultan los costes ecológicos y sociales, que su funcionamiento, arropado en el manto del concepto de desarrollo, origina. Los medios de comunicación, con su martilleo de PIB, PND, Ibex, cotizaciones del dólar, euro, yen, etcétera, han conferido condición pública inapelable al modelo. Ahora bien, el peso de los disconformes con esa omnipotencia y, de manera especial, la visibilidad de los deterioros que causa han suscitado la reacción de la opinión pública mundial, personalizada en una propuesta institucional de las Naciones Unidas.

En efecto, en 1990, y en el marco del Programa para el Desarrollo (PNUD), se publica el primer Informe mundial sobre el desarrollo humano sostenible (DHS) y se crea el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que comprende tres parámetros esenciales: la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y el PIB por habitante. Posteriormente, este índice se complejiza y se extiende, alcanzando hoy a 175 países. A la par aparecen otros marcadores, uno de los más reveladores, el de pobreza humana (IPH), revela el nivel de privación de una persona. Y así, en cuanto a la esperanza de vida, las probabilidades de no llegar a los 40 años; en cuanto a la educación, el porcentaje de adultos analfabetos; por lo que se refiere a las condiciones básicas de vida, el porcentaje de quienes no tienen acceso al agua potable y el de los niños de menos de cinco años que no llegan al 60% del peso que les corresponde.

En la última década, numerosas iniciativas afrontan la dominación del social conservadurismo y abren nuevos cauces para la determinación de la riqueza y la prosperidad desde otras perspectivas. Por ejemplo, el Institute for Innovation in Social Policy de la Universidad de Fordham (USA) propone un Índice de Salud Social (ISS); el Institut de Développement Durable de París ha elaborado un Indicador de Inseguridad Social (IIS) que incluye las desigualdades en renta y patrimonio, los niveles de endeudamiento y la satisfacción de las necesidades básicas; la Red de Alerta sobre las Desigualdades (RAI), que agrupa en Francia una serie de organizaciones solidarias, ha creado un barómetro (www.bip40.org) que recoge aspectos como la precariedad y la siniestralidad laboral, la exclusión social, el aumento del trabajo sombra, la penalización de la pobreza, la discriminación de la mujer y la violencia doméstica, etcétera. Sin olvidar los indicadores de los destrozos naturales desde el ecological footprint de Zackernagel y Rees, hasta las cuentas del agua, el coste físico de los procesos económicos, etcétera. Pero es fundamental que los medios de comunicación acompañen este movimiento. ¿Quién sabe, por ejemplo, que, aunque Pakistán y Vietnam tengan el mismo PIB por habitante, el Índice de Desarrollo Humano del primero es cuatro veces inferior al del segundo? O ¿por qué no nos han dicho que EE UU era el último país de los 17 de la OCDE, según el indicador de pobreza humana del BIP 40? De ahora en adelante, cada vez que se hable de empleos creados, deberán añadirse los empleos destruidos y los empleos precarizados. Y junto al anuncio del crecimiento del PIB y del PNB deberán figurar los indicadores de las destrucciones ecológicas y sociales que les sean imputables. Así liberaremos de su secuestro a las cuentas que dan cuenta de la realidad y podremos comenzar a cambiarla.

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