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Don de lenguas

Era quizá inevitable que alguna vez se planteara que los alumnos magrebíes recibieran alguna enseñanza en árabe o de árabe en la escuela pública catalana. Resulta que, según el inventario oficial, estudian "casi 20.000 niños y jóvenes magrebíes, el doble que en el curso 2000-2001" (EL PAÍS, 23 de enero). Y en algún centro, como el Instituto Miquel Tarradell -¡Dios, qué ironía!-, constituyen gran parte de su alumnado.

La ministra delegada de Asuntos Exteriores de Marruecos, en su reciente visita a Barcelona, hizo la petición. El entonces todavía conseller en cap, Josep Lluís Carod Rovira, se mostró dispuesto a considerar la petición y ceder locales para impartir "clases de lengua árabe, no de otras materias". Por su parte, Josep Antoni Duran Lleida, secretario general de Convergència i Unió, coalición política, como se recordará, en la oposición, manifestó que "ni hablar" de ello, porque "terminaríamos completamente desnaturalizados como pueblo" cuando el objetivo es, por el contrario, "naturalizar el país".

"Si es bueno el bilingüismo, el trilingüismo, sin contar el inglés, debe de ser mucho mejor"
"La reticencia a la enseñanza del árabe surge del temor a que se transmitan preceptos religiosos"

Hay que precisar que la petición de esta enseñanza de lengua se hacía dando por supuesto que tendría lugar "siempre en horario no lectivo y fuera del currículo escolar". Anteriormente a la visita de la ministra de Marruecos, el Consejo Islámico de Cataluña había negociado durante tres años con el anterior Gobierno la posibilidad de que esta enseñanza se impartiera "en el horario correspondiente a la clase de religión", católica, claro.

En mi opinión, hay varios aspectos de la cuestión, de su planteamiento y de las reacciones conocidas que ha suscitado que merecen ser destacados. En primer lugar, nadie parece haber reparado en el pesado fardo lingüístico que los políticos discuten que el "niño y joven" magrebí debe llevar. El fardo consiste, por orden de importancia social, en el catalán, el español, el inglés -del que van escasos todos los niños y jóvenes catalanes, según las mismas fuentes- el árabe y, en muchos casos, una de las variantes del tamazigh o bereber. Hete aquí a un buen estudiante magrebí, hijo de la inmigración y, sin duda, dotado para las lenguas. Catalán y español, indistintamente, para colaborar a la "naturalización" del país que le acoge, a cuya falta de "naturalización" ni él ni los suyos colaboraron. El inglés es insustituible como lengua de aprendizajes técnicos y promoción laboral. Se espera, además, que sean respetuosos con sus mayores y con sus tradiciones y mantengan el uso doméstico de sus lenguas de origen. El prodigio sería total si, aunque sin que nadie tuviera que señalarlo, el estudiante inmigrado tuviera el catalán como lengua de uso preferido.

Detrás del diseño de este monstruo escolar se esconden varios supuestos cuya exposición a la luz puede desvelar su poca consistencia intelectual.

La reticencia a la enseñanza del árabe -perceptible incluso en quien la considera aceptable, como Carod Rovira cuando incluye la precaución "no de otras materias"- surge, probablemente, del temor a que al amparo de la enseñanza de la lengua se transmitan formularios y preceptos religiosos considerados de indudable peligro, como serían los islámicos. Es poco verosímil que los políticos y educadores piensen en el nacionalismo árabe o marroquí, por ejemplo, como los peligros de transmisión furtiva que evitar. Las clases de árabe podrían fácilmente convertirse en formas de difusión del islam y de elaboración de un discurso identitario resistente a la integración en Cataluña.

De ahí el "ni hablar" de Duran Lleida y su referencia a la "desnaturalización". Pero ¿tan insidiosos podrían llegar a ser los maestros de árabe? Se ve que sí. Quizá resulte significativo, a este respecto, que el Consejo Islámico de Cataluña, en una negociación con el anterior Gobierno, pidiera que las clases de árabe se impartieran en el horario correspondiente a la clase de religión, entonces todavía no lectivo. Induce a sospecha, ¿no?, la equiparación. Puedo sin esfuerzo imaginar cómo es o debería ser una clase de lengua árabe, pero en cambio ignoro cómo son las clases de religión católica. Hace tanto tiempo que no asisto... pero recuerdo, como sombras movedizas, la descripción minuciosa y torturante del suplicio de Cristo ante la fría mirada de sus inadvertidos ejecutores, los romanos, y la refinada perfidia de sus judíos inductores, o el desnudo san Luis Gonzaga revolcándose en la espinosa zarza para amortiguar la erecta exigencia del solitario pecado carnal o el innumerable bien que la evangelización de indios comportó y la labor y el honor de España y... ¿lo cuentan aún?

En la escueta negativa de Duran Lleida y el posterior manejo de la noción de "naturalización" y su opuesto activo no hay torpeza. Quizá hubiera sido mejor calificar la enseñanza del árabe de inadecuada. Pero en el fondo Duran Lleida aludía a un problema que, en general, ofrece serias dificultades de trato formal y público. Los oponentes del secretario general de CiU y los modernos que se espantan ante el léxico nacionalista también experimentan, inadvertidamente, estas dificultades. Lo que viene a decir Duran Lleida es que la acción nacionalista, propiciada por organizaciones políticas, puede introducir correcciones en la realidad social. Existen, por tanto, criterios, deducidos históricamente, para provocar modificaciones artificiosas, destinadas a corregir la realidad; a, si se quiere decir, naturalizarla; a devolverle una congruencia que fue también artificiosamente alterada en el pasado. Sus oponentes y los modernos aducen, sin embargo, que la realidad actual es un producto espontáneo y que, en términos generales, no debe ser corregida por artificio ninguno. Su naturalidad es intocable. No se considera la posibilidad, muy probable por otra parte, de que el pasado no fuera espontáneo, sino el resultado de mil causas artificiales, como las que han producido variaciones en el tamaño de las poblaciones y cambios en su concentración y localización. Sostener que no se produzcan o hayan producido rectificaciones por artificio es, cuando menos, incorrecto, y quizá también sea mentira. Ahí está Israel, para mostrarlo. Igualmente es inexacto decir que siempre es corregible una sociedad obtenida por artificio y ahí está Suráfrica señalándolo.

Total, para los modernos el estudiante magrebí debería, lógicamente, usar el español y el inglés y hablar el árabe en casa. Esto sería lo natural. Lo contrario supone exigir la existencia de un prodigio imposible.

A la vez, queda manifiestamente claro que el derecho individual de hablar una lengua sólo es posible ejercerlo en el contexto político instituido y vigilado por un Estado, que determina, por tanto, cuál es la lengua o cuáles son las lenguas de curso legal. Al estudiante magrebí se le impone un bilingüismo ajeno, sólo pensado y políticamente negociado para una sociedad concreta, la catalana, dentro del conjunto político de España. Un estudiante catalán debe ser bilingüe. Un magrebí ha de ser trilingüe. Esto es parte y principal del embrollo.

Ahora bien, si es bueno el bilingüismo, el trilingüismo, sin contar el inglés, debe de ser prodigiosamente mejor. No lo sé. Hay quien distingue entre sociedades bilingües e individuos bilingües. Dicen que es bueno serlo, que equivale a una refinada gimnasia mental y que las sociedades que lo son no sé exactamente qué ventajas tienen. Puesto que no soy bilingüe, no podría decir si es cierto o no. Tampoco me atrevo a preguntarles a los que se tienen por bilingües, tan grande es la vehemencia con que sostenían su condición. Quizá, pues, resulte exagerada la preocupación por el bienestar o la felicidad de los bilingües con el árabe además en casa.

Miquel Barceló es catedrático de Historia Medieval de la UAB.

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