Vidas poco corrientes
Por fortuna, los Goya tienen estas cosas: al premiar, contra todas las expectativas, a Un instante en la vida ajena en lugar del favorito La pelota vasca, los académicos insuflaron nueva vida a una criatura de vida frágil, un documental que pasó tan fugazmente por las carteleras que no dio siquiera tiempo a repescarlo en estas páginas. Primera película como director del prestigioso operador José Luis López Linares, el filme es una rara avis. Y lo es por varias razones: una, porque pone ante los ojos de su platea potencial unas imágenes ciertamente insólitas, las que durante casi 60 años, entre 1922 y su propia muerte, ocurrida en 1982, filmó una cineasta catalana amateur, Madronita Andreu.
UN INSTANTE EN LA VIDA AJENA
Dirección: José Luis López Linares. Intérpretes: Salvador Guardiola, Madronita Andreu y la familia de ésta. Género: documental familiar, España, 2003. Duración: 70 minutos.
Otra, porque al centrarse en lo que lo hace, el mundo que rodeaba a la cineasta, se diría el auténtico contracampo de tantas filmaciones que hemos visto sobre la turbulenta historia de España en el siglo XX: aquí se ve, sencillamente, lo que no se puede contemplar nunca. Y otra, en fin, porque son el testigo inmejorable, el auténtico notario de un sueño imposible: el de mostrar un mundo sin tensiones, recorrido por un hálito de belleza, poblado por gentes hermosas y sanamente despreocupadas, burgueses y aristócratas captados en su inocente, hermosa holganza.
Un plano, el que abre impecable (e implacable) el filme, sirve como auténtica sinécdoque del mismo, al tiempo que desvela la propia noción del mundo de su autora. En él, una Madronita Andreu ya mayor entra una y otra vez en el campo visual para componer de la mejor manera posible el escenario que su cámara, inmóvil, va a retratar a continuación. Vuelve, obsesiva, constantemente, a arreglar un detalle, un cojín mal puesto, una luz que no le gusta, un color que no armoniza. Ahí está la verdadera esencia de la mirada y de la actitud de Andreu: el ordenar las cosas, el mundo, tal como le gusta verlo, sin transgredir jamás con el "mal gusto" (con los años, llegó a desarrollar, y eso se ve perfectamente en el filme, un agudo sentido del encuadre, desprovisto de cualquier otra lectura que no sea la casualidad o el pintoresquismo), sin expresar jamás la más mínima tensión, el menor elemento discordante.
Y a la postre, el trabajo de selección de López Linares entre los miles de metros de película que Madronita filmó en su vida lleva al filme a constituirse en un documento inapreciable de un mundo ya perdido, de una inocencia tan culpable ante su sociedad como desculpabilizada ante sí misma; un retrato de clase social como raramente nos es dado a contemplar en una gran pantalla.
Babelia
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