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Columna
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Maternal

Los valencianos nos miramos al ombligo. "¡Todo deriva contra nosotros, los valencianos, en la política general de los gobiernos de España!", escribía Luis Lucia Lucia en 1930 y denunciaba que "lo primero que hizo Primo de Rivera en su visita a Valencia, a raíz del golpe de Estado, fue dar, en su discurso del Palacio municipal, un golletazo definitivo al ferrocarril directo de Valencia-Madrid. Lo último, en su visita del pasado noviembre, ha sido dejarnos, al partir el tren, el triste legado de una nota oficiosa, que es la muerte definitiva de la pista Madrid-Valencia". Y concluía con un lamento: "Pobre Valencia, tan incomprendida como desamparada".

Ahora nos ha llegado a los ciudadanos que sobresale del programa nacional del líder del Bloc Nacionalista Valenciá, Enric Morera, su proyecto de concierto económico y la ampliación a un año de la baja maternal. Esta última reivindicación es respetable, pero destaca entre los planteamientos cardinales de un partido nacionalista. Es como si de repente la maternidad, estado universal de obligado interés, hubiera encontrado en su propia esencia, el carácter instrumental de un programa político que, como todos ellos, pretende la captación de votos.

Los valencianos, a partir de ahora, deberíamos ser más maternales, más sensibles y más considerados con una forma de estar cuya característica primordial es el misterioso paso del no ser al ser, con sus maravillosas consecuencias.

Vicent Franch, por su parte, ha promovido, víctima de su rigurosa lógica, la constitución urgente de un englobado Consell Nacional Valencià que reúna en su seno a todas las fuerzas políticas, entidades ciudadanas y personajes independientes que se acogen bajo el paraguas nacional y valenciano. El mensaje maternal de Enric Morera nos ha sorprendido, máxime cuando el veredicto en las urnas, en este próximo 14 de marzo, es incierto. Hemos pasado de un ansia de hermanamiento, a la atomización de propuestas. Y este abanico insolidario de opciones políticas no presagia nada bueno. Hace unas semanas todos querían entrar en coalición y ahora cada cual quiere ir por su parte.

No cabe más que una alternativa política nacionalista valenciana con posibilidad de influir. El papel de un partido político es la obtención del poder. Y cuando se alcanza, uno puede caer en la intoxicación en ese escenario donde se explican las insensateces de los políticos, cuando se despegan del suelo en levitaciones ideológicas que les conducen a los despropósitos.

Es evidente que con una representación nacional valenciana integrada por los grupos, partidos, asociaciones y entidades, los intereses de los ciudadanos de ese territorio se verían favorecidos. "Salvo el poder, todo es ilusión", según cantan los guerrilleros peruanos. Y con esa fórmula, de un Consejo Nacional Valenciano (CNV), que recogiera las propuestas nacionalistas, desde las más recalcitrantes hasta la casi extinta Unión Valenciana, cualquier determinación trascendente y toda forma de combinación para ejercer poder, pasarían por esa intangible coalición, cuya vocación de partido abierto le llevaría a decidir en los gobiernos que se constituyeran. Ahora sí con una fórmula maternal de nuevo cuño y sin obediencia al poder central, que tanto obsesionó a nuestros antepasados.

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