Nuevas tecnologías
El surgimiento y consolidación de las nuevas tecnologías videográficas -el DVD- y las televisiones de alta definición han conmocionado lo establecido. Según el anuario de la SGAE de 2003, que recoge los datos del 2002, el gasto de los consumidores en compras de DVD fue de 205 millones de euros frente a los 126 millones de euros que se gastaron en compras de VHS, tendencia que aumenta constantemente, pues en ese año de 2002 el número de aparatos reproductores en el sistema DVD aumentó un 68% con respecto al 2001, alcanzando los 11,3 millones de unidades. Para bien o para mal, lo cierto es que la sociedad española no se diferencia del comportamiento de las sociedades europeas occidentales. Valgan de ejemplo un par de datos: en 2001 los ciudadanos de los países de la mencionada Europa occidental se gastaron algo más de 3.000 millones de euros en comprar vídeos en el sistema DVD. Un año después, en 2002, la cifra alcanzó los 5.225 millones de euros, es decir, cerca de un 75% más.
Y puesto que se habla de Europa occidental, resulta ineludible mencionar la larga lucha de las cinematografías nacionales por reivindicar la llamada "excepción cultural", concepto que abanderó el Gobierno socialista francés, y muy particularmente su entonces ministro de Cultura, Jack Lang, en defensa de las cinematografías europeas frente a la omnipotencia de la norteamericana. Es decir, considerar al cine como una excepción en el clima de liberalismo económico y comercial que surgió en los acuerdos de 1994 de la Ronda de Uruguay, promovido y potenciado, naturalmente, por Estados Unidos.
Desde ese año de 1994, y con constancia, se debaten dos opciones: la de quienes consideran que el cine es un producto más que debe regirse, como tantos otros, por las leyes del libre mercado, y la de quienes consideran que debe protegerse, es decir, subvencionarse, por su condición artística, por su cualidad cultural. En todo caso, conviene recordar que la libérrima actitud norteamericana no lo es tanto. Su potente entramado industrial (producción, distribución y exhibición, en salas y para las televisiones) no sólo se basa en su capacidad creadora y en su indudable y ya tradicional excelente oficio. También acude a prácticas proteccionistas que nada tienen que ver con la libertad: desde la obligatoriedad de rodar en inglés o, en su defecto, no acceder a los circuitos comerciales más rentables al prohibir el doblaje en las películas extranjeras, a presiones comerciales cercanas al totalitarismo al imponer en la distribución y exhibición "lotes" de sus filmes, en los que para conseguir títulos de presumible rentabilidad hay que asumir, también, filmes de poco interés, nula calidad y muy escasos dividendos en taquilla. La estadounidense es, sin duda, la industria mejor y más completa desde el punto de vista artístico y técnico, pero también es comercialmente la más depredadora.
En todo caso, cambian los hábitos, surgen nuevos artefactos, pero los ingresos no disminuyen en absoluto. Valga de ejemplo máximo el que en el mercado de la industria cinematográfica más poderosa, la estadounidense, las cifras anuales de recaudación por ventas de DVD y proyecciones en televisiones se ha igualado a las de las taquillas de las salas de exhibición. Dicho lo cual no puede olvidarse que el estreno de un filme en las salas sigue siendo imprescindible para su lanzamiento comercial y que, en buena medida, su aceptación popular y crítica influirá notablemente en las cifras que pueda alcanzar en los nuevos y domésticos circuitos de exhibición.
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