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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Impresionismo fiscal

Jesús Mota

El programa económico del PSOE aparece ante la opinión pública escindido en dos grandes bloques, que responden a la distinción clásica en todo presupuesto entre ingresos y gastos. En ambos casos, queda excluido cualquier tipo de concreción, porque, aunque las líneas generales son defendibles en materias como aumento de la inversión educativa, en capital tecnológico y humano, mejora de la productividad o reordenación impositiva, queda todavía un amplio margen para la adivinanza y la deducción lógica. Cuando la materia es el dinero, es más importante el cómo se hace lo que un político propone que lo que dice que va a hacer.

Por ejemplo, del programa fiscal cabe deducir en primer lugar una tendencia muy acusada hacia un tipo único en el IRPF; tendencia que probablemente no cuajará por timidez política. Los autores del programa tributario del PSOE consideran que la progresividad de un impuesto directo no depende principalmente del número de tramos que se aplican, sino del mínimo exento y de cuál sea el tipo aplicable. Además, un tipo único simplificaría la gestión del impuesto, para el que cobra y para el que paga. Pero no está clara la rentabilidad política de proponer al electorado un tipo único -en torno al 30%-, por lo cual es dudoso que los socialistas lleven la lógica tributaria en renta hasta sus últimas consecuencias.

Cabe suponer que un gobierno del PSOE subiría la tributación de los carburantes y se aproximaría a la fiscalidad media indirecta europea

Más inferencias. A grandes rasgos, porque las cifras exactas no se conocen, la aplicación del programa fiscal socialista trataría mejor a las rentas del trabajo, peor a las de capital y, aparentemente, produciría una reducción en los ingresos fiscales netos del Estado. El cálculo de progresividad y la mayor recaudación en las rentas más altas, dicen los autores del programa, compensaría sobradamente la disminución de ingresos derivada de tipos más reducidos; sin contar, además, de lo recaudado por una inspección fiscal más eficaz. Puede ser, pero por el momento es más fiable contar solamente con los ingresos seguros.

Sí cabe suponer que una disminución de los ingresos tributarios directos sería compensada fácilmente con un aumento de la recaudación por impuestos indirectos. No es demasiado arriesgado suponer que un Gobierno del PSOE aumentaría la fiscalidad de los carburantes y crearía algún tipo de impuesto ecológico o ecotasa, y buscaría una convergencia rápida con la fiscalidad media indirecta europea, hoy superior a la española.

En conjunto, este modelo -inferido en parte- sería similar al que ha practicado realmente el PP: reducción nominal de la presión fiscal directa y aumento de la indirecta, en cuanto que ésta última es más rentable y, sobre todo, más fácil de recaudar. Similar, pero no necesariamente igual. Porque buena parte de las claves tributarias se esconden en los detalles. Véase un ejemplo: es posible reducir la tarifa del IRPF sin que los contribuyentes se vean favorecidos por la rebaja; basta para ello no actualizar los tramos cada año para incorporar el efecto de la inflación. Hay que suponer que la rebaja fiscal patrocinada por el PSOE llevará incorporada este pequeño detalle de la deflactación para que el contribuyente pague de verdad menos impuestos y no sólo durante el primer ejercicio de aplicación. Otro elemento de diferenciación sería la simplificación de los gastos fiscales que hoy socavan los impuestos españoles (IRPF, Sociedades) y que contribuiría a mitigar la rebaja fiscal.

¿Es creíble el modelo fiscal del PSOE? Desde luego que sí, por las razones expuestas. Otra cosa es si este modelo está bien coordinado con el programa de gasto que propone el primer partido de la oposición. De nuevo entramos en un ámbito de apariencias. Si se atiende a las promesas electorales -ordenadores, libros de texto, compromisos de seguridad, etcétera-, cabe calcular que el gasto aumentaría en unos cinco puntos sobre el actual. Pero buena parte de esas promesas serían probablemente reorientadas y convenientemente rebajadas por el realismo político. Los compromisos suelen resultar depurados por la cruda realidad. No está claro, por poner un caso, que el mejor modo de estimular la sociedad de la información en España sea subvencionar el coste de un ordenador por cada dos alumnos en los colegios públicos. Así que la coherencia entre ingresos y gastos puede ser superior de la que se desprende del conocimiento impresionista que se dispone hoy del programa económico socialista.

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