La sombra de Stalin
Cada vez conocemos mejor a Stalin. Incluso nos vamos familiarizando con él. La apertura parcial de los archivos soviéticos primero, y la de también limitada de su fondo personal más tarde, nos permiten reconocer tanto la complejidad de su personalidad política como la increíble brutalidad de su actuación represiva. La interpretación resulta fundamental en el trabajo del historiador, pero los datos constituyen su material imprescindible. Esta verdad de Perogrullo se aprecia al leer Stalin, la biografía del dictador escrita por Walter Laqueur en 1990 y editada ahora en español por Vergara. Laqueur pudo tener acceso a las primicias de los archivos a través de la biografía del ruso Volkogónov y consiguió trazar un cuadro muy útil acerca de los cambios registrados en la imagen del zar rojo durante la perestroika. La calidad de sus interpretaciones se mantiene. Eso sí, la información resulta insuficiente.
STALIN Y LOS VERDUGOS
Donald Rayfield
Traducción de A. Diéguez
Taurus. Madrid, 2003
618 páginas. 23,90 euros
LA UNIÓN SOVIÉTICA Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Daniel Kowalsky
Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rebasseda
Crítica. Barcelona, 2004
534 páginas. 27,88 euros
Ahora, las piezas del rompecabezas oculto van saliendo a la luz. En 2001, Pavel Chinsky hizo una selección de sus Archivos inéditos, 1926-1936, las comunicaciones desde su lugar de veraneo que dejan al descubierto su forma de adoptar e imponer las decisiones, así como el manejo de los grandes procesos (documentados en La lógica del terror, de Arch Getty y Naumov). Otras buenas fuentes son la reciente publicación de la correspondencia entre Stalin y su fiel Kaganovich, así como la edición italiana, publicada por Einaudi, del Diario de Dimitrov, con menos aparato crítico pero más completa que la alemana de Aufbau (Berlín, 2000) (la inglesa de Yale es muy insatisfactoria). Gracias al Diario podemos entender la estrategia de las democracias populares y el fondo imperialista del terror.
El terror es precisamente el objeto de estudio de Donald Rayfield en Stalin y los verdugos, si bien desde una óptica original. Rayfield cuenta con una baza de gran importancia para la comprensión de Stalin: es especialista en la historia y en la literatura de Georgia, lo cual le permite adentrarse en las peculiaridades de su formación y de su pensamiento. Ha trabajado en archivos rusos y georgianos, y ha leído exhaustivamente la historiografía de la última década. Y por encima de todo percibió que la comprensión del fenómeno del terror sólo podía hacerse conjugando el seguimiento de la política de Stalin con la evolución de las sucesivas fases de aquél, desde sus orígenes en la checa de Dyerzynski hasta Beria, teniendo en cuenta a su vez los rasgos de cada uno de estos verdugos. Estamos ante una apasionante contribución a la historia del sistema estaliniano, de la personalidad intelectual, humana y política del jefe soviético, y de la inhumanidad de la represión que ordenara. La advertencia final sobre Putin es una señal de pesimismo.
Si algo falla en Stalin y sus verdugos son las alusiones a su política internacional, un campo de actuación donde sus planteamientos eran mucho más complejos de lo que indican las interpretaciones tradicionales. Es lo que viene a probar Kowalsky en su excelente análisis de conjunto sobre la intervención de la URSS en la guerra de España, que no se limita al plano político habitual e introduce capítulos esclarecedores sobre las relaciones diplomáticas -a pesar de que el archivo ruso de Exteriores sigue jugando a la ruleta no menos rusa con el investigador-, la cultura y la ayuda militar. Kowalsky deslinda muy bien los diferentes planos de una política orientada a ayudar inicialmente con cautela a la República, no a convertirla en peón soviético, y a utilizar la Guerra Civil a modo de instrumento para reforzar la seguridad de la URSS. Es un libro que marca un hito en el conocimiento del tema, y además ofrece en el apéndice 2 una espléndida guía de archivos ex soviéticos de interés para España. Únicamente cabe discrepar de su recomendación de comer la "carne no identificada" en la cafetería del antiguo Instituto de Marxismo-Leninismo. Son más seguros, si siguen allí, los hot dogs de la esquina.
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