La hora de la ONU
El creciente desencuentro entre EE UU y los chiíes de Irak, la mayoría de la población, agrava una situación suficientemente socavada por el deterioro de la seguridad en el país árabe ocupado. Los reiteradamente enmendados planes de Washington para gobernar la transición iraquí tropiezan ahora en el escollo fundamental de que el ayatolá Alí Sistani se opone a la pretensión estadounidense de ceder el poder en junio transitoriamente a una designada asamblea de notables y a un Gobierno provisional. El jefe espiritual de los chiíes exige elecciones directas a esa asamblea y ha reforzado su criterio con un edicto religioso. Sus acólitos se han echado a las calles por decenas de millares.
Este pulso, que ha forzado a Paul Bremer a viajar a Nueva York para pedir a la ignorada ONU sus buenos oficios, es mucho más que un enfrentamiento entre el procónsul de Bush y el poderoso Sistani. Su trasfondo es la incapacidad estadounidense para manejar las claves de la ocupación. E ilustra el dilema de la superpotencia, que quiere controlar la transición del país árabe y sostiene a la vez el discurso de que son los propios iraquíes quienes la tienen entre sus manos.
No le falta razón a EE UU cuando cree imposible celebrar en Irak elecciones antes de junio con unas mínimas garantías de limpieza, transparencia y seguridad. Un punto de vista compartido sotto voce por el secretario general de la ONU
. Nada lo certifica mejor que el brutal atentado del domingo en Bagdad. Washington e
sgrime como argumentos suplementarios que unos comicios precipitados producirían pingües rentas políticas a los baazistas en algunas zonas y harían a los islamistas dueños indiscutibles de otras. Y un Irak radicalizado comprometería seriamente las posibilidades de reelección de Bush.
Washington no puede permitirse el lujo de perder electoralmente un país en el que mueren centenares de sus soldados y cuesta a sus contribuyentes miles de millones. Pero tampoco el de ignorar las advertencias del jefe espiritual del 60% de la población, precisamente la más sometida por la dictadura de Sadam. El hecho básico es que la transición iraquí no podrá llevarse a cabo en unas mínimas condiciones de legitimidad sin la implicación de la ONU. Y Kofi Annan se resiste a ello mientras persista la violencia y tras el ninguneo a que ha sido sometido por EE UU. Quiere seguridades de que si Naciones Unidas vuelve a Bagdad será para desempeñar un papel relevante.
Si Bush necesita de la ONU para respaldar un proceso político creíble, como es el caso, debe estar dispuesto a darle una autoridad a tono con su responsabilidad. Cualquier fórmula alternativa a unos indeseables comicios precipitados debe contar con el beneplácito de Naciones Unidas y su participación en la fiscalización posterior.
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