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Columna
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El lobo

El lobo aún conserva en nuestra cultura la fama de fiero y de malvado. Afortunadamente, a los niños ya no les asustan como antaño con aquello de "que viene el lobo", pero la tradición continúa presentando esta especie como un bicho terrible y despiadado. Hay toda una leyenda negra en torno al Canis lupus signatus, que es como se denomina científicamente a nuestro lobo ibérico por las señales o rayas características de sus patas: una leyenda alimentada por viejas historias y por la imaginación de los pastores que solían fantasear sobre sus temibles efectos en los rebaños. Por si fuera poco, la industria del cine encontró en el mito del "hombre lobo" un fenomenal filón para el género de terror nunca sobrado de imaginación. La realidad es que ni siquiera en la Edad Media los lobos fueron tan dañinos como contaron y sobre todo jamás lo fueron tanto como para merecer su exterminio. Los trabajos magistrales de Juan Carlos Blanco y Luis Mariano Barrientos, investigadores del lobo ibérico, concluyen que estos animales no atacan a los seres humanos y sólo existe constancia de lobadas puntuales sobre rebaños muy desprotegidos.

A pesar de ello, sólo los buenos oficios divulgativos del inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente con aquellos documentales en que los lobos comían de su mano lograron a duras penas romper su mala imagen y quizá librarlos de su completa extinción en la península Ibérica. Se les ha combatido con cepos, cebos envenenados y a tiro limpio. Aún hoy se da la paradoja de que algunas comunidades como Andalucía lo protegen celosamente, mientras que en otras como Castilla y León está considerado como especie cinegética y lo pueden cazar sin mayor problema. Se calcula que en todo el territorio nacional habrá en la actualidad unos 2.500 ejemplares que habitan básicamente en el cuadrante noroeste del país y en algunas zonas de Sierra Morena. En Madrid, donde no se los veía desde hace casi un siglo, han vuelto a aparecer. Expertos del Departamento de Medioambiente de Comisiones Obreras constatan su presencia en Somosierra. De momento, sólo son grupos errantes y no hay señales de que existan asentamientos permanentes, como sería deseable. Tal vez esta noticia no llame demasiado la atención, ni provoque especial satisfacción entre la ciudadanía. Aún peor, es posible que produzca cierta preocupación e incluso rechazo entre quienes, por ignorancia, todavía ven peligrar su integridad física o sus intereses por el retorno de tan "terrible alimaña". Darle importancia a esos temores sería una falta de visión y una paletada imperdonable. La recuperación del lobo en la sierra madrileña no solo enriquecería el patrimonio faunístico de la región, sino que podría convertirse en el gran impulsor del imprescindible futuro parque nacional del Guadarrama. Este superpredador está considerado por los científicos como un bioindicador de primer orden. Su presencia permite suponer que el ecosistema cuenta con los elementos naturales y las condiciones ambientales óptimas. Al tratarse además de un animal situado a la cabeza de la llamada cadena trófica, su asentamiento realizaría una valiosa labor reguladora de las poblaciones de otras especies en la pirámide ecológica. Así pues, al nuevo Gobierno de la Comunidad de Madrid y a su Departamento de Medioambiente se le presenta una ocasión de oro que no puede permitirse el lujo de desaprovechar. Es necesario poner en marcha medidas que permitan la conservación y recuperación de la especie favoreciendo el asentamiento de la misma. Para empezar, hay que legislar dotándola de los calificativos de protección, además de realizar campañas divulgativas capaces de fomentar el respeto a su entorno natural. De la misma forma, han de conjurar los miedos en poblaciones próximas y establecer un fondo económico que compense posibles daños en la cabaña ganadera.

El lobo es un animal silvestre, organizado socialmente y de una astucia e inteligencia legendarias. Su enorme atractivo ha permitido que la exposición Amigo lobo que montó el naturalista Carlos Sanz fuera la protagonista del Museo Nacional de Ciencias Naturales; fue recorrida por miles de visitantes. El Ejecutivo regional podría convertir el retorno del lobo en estandarte de una gestión medioambiental que debería potenciar nuestros grandes espacios naturales. El suyo es un aullido de esperanza.

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