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Reportaje:UN PROYECTO EUROPEO

Europa se une ante las catástrofes

Los Quince cuentan con un centro de reacción de ayuda a los desastres naturales, capaz de ponerse en marcha en horas

En la periferia de Bam, devastada por un terremoto el 26 de diciembre, se alza, transcurridos ya algunos días del drama, una apresurada tienda de campaña. Junto a la instalación de la ONU, el tenderete azul cobija la coordinación europea de los equipos de socorro, procedentes de una decena de países. Era la primera vez que la enseña europea con las estrellas ondeaba en el escenario de una catástrofe.

Agostino Miozzo, director general y responsable de relaciones internacionales de la Protección Civil italiana, está al frente de la misión. Por muy habituado que se halle a crisis como la presente, admite que el bautismo de fuego ha costado lo suyo. "Ha sido preciso obtener el reconocimiento de las autoridades iraníes y de los responsables de Naciones Unidas. Y la primera reunión con los jefes de las delegaciones de los países presentes ha sido complicada", no oculta el médico italiano.

En Bam, por primera vez, la enseña azul con las estrellas ondeaba en una zona siniestrada
No hay injerencia: la intervención es a petición del país damnificado y se opera bajo sus órdenes
Incendios, inundaciones y mareas negras no respetan fronteras ni nacionalidades
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En los terremotos de Turquía, agosto de 1999, y Argelia, mayo de 2003, el trabajo de los auxilios internacionales causó duplicación de esfuerzos. Explica Miozzo: "Aquí había que evitar esos dobletes", mientras que "la enormidad de los destrozos ha hecho que el número de personas que hemos sacado de los escombros haya sido escaso". Pero ni lamentaciones, ni insuficiencias hacen vacilar la fe del jefe del socorro italiano en la urgencia de crear una Europa de la emergencia.

Incendios, inundaciones, mareas negras, accidentes industriales no respetan fronteras, ni nacionalidades. "Estamos al servicio de las víctimas, quienes quiera que sean", resume Pedro Lahore, consejero técnico de Relaciones Internacionales en la Dirección General de la Protección Civil española. Con el tiempo, los franceses han llegado a habituarse a la presencia de ayuda internacional, como ocurrió con las tempestades de 1999, los incendios del verano o las inundaciones de otoño pasado. Igualmente, los españoles, con la catástrofe del Prestige en noviembre de 2002, vieron llegar a sus costas toda una flota europea de barcos de bombeo.

No hacen falta reuniones maratonianas, parar relojes o conciliábulos de pasillo para crear esa Europa. "Yo llamo a Agostino y le digo: 'Tenemos un problema' y sin discutir me responde: 'De acuerdo, envío gente'. Sólo después hacemos el papeleo, si es preciso poniendo fecha anticipada", explica el coronel Philippe Nardin, equivalente a los dos anteriores en la dirección de la Protección Civil francesa. "Tenemos documentos en blanco firmados de antemano", confiesa el español Lahore. Cuando se vieron en televisión las imágenes de las inundaciones que hace unos meses asolaron el sur de Francia, la Agencia Federal alemana de auxilios técnicos preparó de inmediato su maquinaria de bombeo, y así cuando el ministro del Interior germano, Otto Schily, llamó a su homólogo francés, Nicolas Sarkozy, para ofrecerle ayuda y se pudo cursar la petición oficial de París, la operación de socorro sólo tardó unas horas en ponerse en marcha.

Numerosos acuerdos bilaterales existen ya entre Estados europeos, con países de fuera de nuestra área como el Magreb o, en el caso de España, con América Latina. No cabe hablar en este caso de injerencia humanitaria: la intervención sólo se produce a petición del país damnificado, y la ayuda internacional se pone a las órdenes de las autoridades locales. El país anfitrión se hace cargo de los gastos sobre el terreno, notablemente, del alojamiento.

"Todos amigos"

En ese marco se abrió el 1 de enero de 2002 un centro de reacción, cuya misión es la de coordinar la ayuda anticatástrofe en Europa. Las instalaciones, protegidas con códigos de acceso, se hallan en el segundo piso de la Dirección General de Medio Ambiente, en las afueras de Bruselas. Hay un atlas sobre una mesa, cuatro ordenadores, tres televisores, uno conectado permanentemente con la CNN, tres relojes con la hora de Bruselas, Greenwich, y el país del siniestro: todo es aún embrionario, pero no deja por ello de haber una voluntad común.

Los 19 miembros de la unidad de Protección Civil se relevan las 24 horas del día y 7 días a la semana para responder a una llamada de urgencia, sea de un Estado o de otras procedencias, como el centro sismológico europeo. Cuando llega una petición de ayuda, el centro la retransmite a todos los países implicados, los 15 de la Unión Europea, los 10 en vías de adhesión, más Bulgaria, Rumania, Noruega, Liechtenstein e Islandia.

'Madame Catástrofe'

Esta unidad es todavía un servicio confidencial, encajonado al extremo de un pasillo. "No somos suficientemente visibles", se lamenta Pia Bucella, la directora de la operación. Esta funcionaria, natural de Padua, se ha convertido por azar en la Madame Catástrofe de la Unión Europea. Ha aprendido las maneras de hacer frente a las crisis de cada uno de los países implicados y debe, sobre todo, esforzarse en superar las susceptibilidades de unos y otros. Como todo el proceso se halla sometido a la limitación de la unanimidad, esa mutualización de medios puede chocar con las reticencias de algunos Estados.

Los recalcitrantes no se resignan a dar a conocer una lista exhaustiva de los medios de que disponen, argumentando que esas informaciones podrían ser utilizadas por bioterroristas. Un banco de datos europeo está ya, en cualquier caso, en vías de constitución y existen cursos programados de formación conjunta para todos los países previstos este año y el próximo.

La necesidad de poner en común los medios existentes es del todo obvia para los actores de la ayuda sobre el terreno. "Es un camino que hemos de recorrer juntos, si creemos en Europa", dice Miozzo. Pedro Lahore deplora que la UE no dedique más recursos a la tarea y, siendo español, este ingeniero nuclear cita sin dudarlo a Napoleón: "Un ejército marcha sobre su estómago", para explicar que Bruselas podría hacerse cargo del transporte de los equipos nacionales hasta la zona del siniestro. Bruselas añade que debería fletar aviones de transporte de gran capacidad, como los Iliushin rusos o los C-5 de Estados Unidos, que resultan demasiado costosos para que los financie uno solo de los Estados miembros.

"Pero no todos los países están dispuestos a colaborar, porque la protección civil todavía se ve como algo muy nacional", sigue Bucella. La llegada de grandes máquinas de bombeo alemanas a Arlés (Francia); la del impresionante barco de descontaminación holandés Arca a Galicia; y la de los aviones Canadair españoles a Portugal, han sido acogidos por las víctimas como si fueran la verdadera providencia. Pero también han suscitado despecho contra sus propios representantes políticos. "¿Por qué nosotros carecemos de esos recursos?", parecían decirse a una los afectados.

Los Gobiernos suelen ser juzgados -y con dureza- por la opinión sobre su capacidad de hacer frente a esas crisis que se viven como un desastre nacional. Y no les entusiasma en absoluto que su suerte electoral pueda depender de la celeridad en reaccionar de Bruselas. Por ello, sus visitas sobre el terreno revisten una escenificación, en ocasiones, espectacular, que es exactamente lo contrario de lo que ocurre con el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, quien apenas aventura tímidas apariciones, como la de 15 de agosto de 2002, con motivo de las inundaciones de Praga.

Pese a todo, opina Miozzo: "Europa ha cubierto ya un largo recorrido", y Lahore evoca con emoción la cantidad de llamadas que ha recibido de voluntarios de todos los rincones de Europa, ofreciendo su colaboración en la limpieza de las playas gallegas, para convencerse de que en verdad existe "un sentimiento común" europeo contra las catástrofes.

Un grupo de expertos inspecciona una casa destruida en Grimma (este de Alemania) en agosto de 2002.
Un grupo de expertos inspecciona una casa destruida en Grimma (este de Alemania) en agosto de 2002.ASSOCIATED PRESS

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