Los riesgos de ignorar el olfato
La pérdida de la capacidad olfativa puede deberse a 300 enfermedades, desde un catarro a un tumor
El olfato humano es menos potente que el de algunos animales, pero no es en absoluto decorativo. Permite detectar unos 10.000 olores (una insignificancia frente a los 400.000 de otras especies) y, aunque carece de la estima de la vista o el oído, ignorarlo tiene un precio. La pérdida de olfato (anosmia), que afecta aproximadamente al 2% de la población, puede ocasionar un despido laboral, un accidente mortal o enmascarar más de 300 enfermedades, entre las que se incluyen desde un simple proceso catarral o una alergia hasta una gran variedad de tumores.
"El olfato relaciona, previene, alerta, recuerda, transmite sensaciones y puede dominar sexualmente, por lo que tiene una gran repercusión en la vida diaria. Y si sus trastronos no se tratan de forma adecuada, puede ocasionar la pérdida de otras facultades o provocar procesos más graves. Una persona que padece anosmia no podrá, por ejemplo, saber cuándo se produce un escape de gas en su casa, ni tampoco trabajar en el ramo de la hostelería o de la industria química e, incluso, en profesiones muy especializadas, como catadores de vinos y perfumistas, puede ser motivo de despido", afirma Josep de Haro, del servicio de Otorrinolaringología del Hospital Municipal de Badalona (Barcelona).
La causa más común de anosmia y que casi no precisa atención médica es el catarro
En el cerebro ciertos olores se asocian a la agresividad, el hambre, el sexo o la saciedad
Según explica De Haro, el olor se transmite por la respiración y la deglución hacia la zona de la mucosa olfatoria, que está en el techo de las fosas nasales y que tiene la capacidad de convertir el estímulo químico en un estímulo eléctrico. Dicho estímulo llega a través de los nervios del olfato al tercio anterior del cerebro (zona donde se localiza el 90% del olfato) y desde allí se dirige a los centros superiores (tercio medio del cerebro), donde se encuentra el gran lóbulo límbico de Broca. En esta estructura se procesan, distinguen y asocian los olores con otros estados, como la agresividad, el hambre o la saciedad.
La anosmia se puede desarrollar por predisposición genética, por la aparición de otros trastornos o por envejecimiento (se cree que se deteriora a partir de los 50). La pérdida de olfato se produce sistemáticamente por infecciones víricas (un simple catarro) o bacterianas (sinusitis) y poliposis nasal. Este sentido también desaparece, aunque no siempre, cuando se sufren atrofias y tumores cerebrales, algunas enfermedades psiquiátricas (depresión o trastornos de doble personalidad, que pueden hacer percibir sensaciones olfatorias alteradas) o traumatismos craneales.
El proceso más común responsable de anosmia y que apenas precisa atención médica es el catarro, mientras que en la consulta del otorrinolaringólogo las enfermedades más frecuentes son la alergia, los pólipos nasales y otros trastornos, englobados en las llamadas causas desconocidas, porque no se dispone de datos anteriores, no hay enfermedad aparente o el paciente no recuerda nada.
Las fosas nasales funcionan de forma independiente y, a lo largo del día, se puede tener una fosa más congestionada que la otra. Esto es normal, ya que la nariz sufre unos periodos de congestión y descongestión que se producen de manera fisiológica cada tres o cuatro horas.
El virus del resfriado parasita en o alrededor de las células olfatorias y destruye algunas de ellas, aunque normalmente se regeneran en un periodo breve. Pero a veces los virus permanecen ahí localizados y siguen destruyendo células hasta llegar a las células madre y, de esta forma, se llegaría a una pérdida en mayor o menor grado del olfato o a oler de forma distorsionada.
"El catarro puede producir pérdida de olfato cuando hay algo que interfiere en la nariz y el aire no llega a los centros correspondientes, que es lo que generalmente se siente cuando se tiene la nariz taponada. Sin embargo, otras veces, el catarro puede afectar al nervio olfatorio y generar una lesión que puede ser reversible y recuperable a lo largo del tiempo o permanente, y el paciente no volverá a reconocer ciertos olores", afirma Ramona Soler, del servicio de Otorrinolaringología del hospital Son Dureta de Palma de Mallorca.
La alergia, como proceso inflamatorio de la mucosa nasal, genera una obstrucción en las terminaciones sensoriales nerviosas que detectan las sustancias olorosas. Dicha inflamación tapa esos centros, aparece una alteración de toda la región afectada y, aunque pase el olor, éste no se detecta.
"Aunque la pérdida de olfato se asocia más a una rinitis no alérgica o intrínseca que a la alérgica o extrínseca, cuando una rinitis alérgica es crónica y no está bien tratada se produce una importante inflamación en la mucosa nasal que condiciona a los receptores nerviosos para que el olfato funcione correctamente", explica Tomás Chivato, alergólogo del hospital del Aire de Madrid.
Según este experto, las enfermedades alérgicas respiratorias, que afectan a unos 80 millones de europeos, están infradiagnosticadas y, por tanto, no se tratan de manera adecuada. Para reducir la prevalencia de la rinitis alérgica, que, junto con el asma, es la más frecuente, los alergólogos abogan por un tratamiento integral que incluya medidas de control ambiental, tratamiento farmacológico, inmunoterapia o vacunación y educación del paciente.
La pérdida de olfato es uno de los primeros síntomas que aparecen cuando surgen los pólipos nasales o se sufre una crisis de rinitis alérgica y, también, uno de los primeros en desaparecer cuando mejoran dichas enfermedades, según recientes estudios. En esta línea, se encuentran algunos trabajos presentados en el último congreso de otorrinolaringología celebrado recientemente en Madrid. "A veces, personas con problemas de rinitis alérgica pierden algunos olores cuando sufren una crisis, y la olfatometría (prueba diagnóstica para detectar la pérdida de olfato) nos sirve de guía para conocer cuándo empieza el proceso inflamatorio antes de que aparezca clínicamente", afirma Ramona Soler.
Otras patologías menos frecuentes, pero de gran importancia, son las atrofias cerebrales con pérdida de memoria, en las cuales el paciente, a pesar de detectar los olores y de definirlos, no tiene la capacidad de recordarlos.
La exploración de los olores y sus matices
Las características olfatorias de la población y los factores que pueden afectar a este sentido no son bien conocidos. Y esto es lo que pretende subsanar un estudio pionero en España, impulsado por los hospitales Municpal de Badalona y Clínico de Barcelona, mediante el reparto en Cataluña de 300.000 muestras de cuatro olores encapsulados junto con una detallada encuesta.
Los primeros resultados de este estudio se conocerán en marzo y darán pistas sobre la influencia de factores como la edad, el sexo, el lugar de residencia y trabajo, la exposición a tóxicos, los cambios hormonales, los accidentes domésticos, laborales y de tránsito, la contaminación, la polinización y las variables atmosféricas. Los responsables del estudio esperan recibir al menos 15.000 encuestas.
En la consulta clínica, existe una gran batería de pruebas para conocer el estado del olfato. Se comienza con una anamnesis (historia y exploración) otorrinolaringológica seguida de distintas pruebas: endoscopia nasal (para ver si hay algo que obstruya el paso del aire), rinometría acústica y rinomanometría (dos técnicas que miden la cantidad de aire que pasa por la nariz) y olfatometría. De esta prueba no existe un modelo único, y la mayor parte de las veces sólo se ofrece una visión de certeza o desconocimiento de cuatro olores.
"La olfatometría que nosotros hemos diseñado va mucho más lejos y responde a cuatro cuestiones muy importantes. Primero, empezamos por conocer si el paciente detecta el olor; a continuación, averiguamos si lo puede definir, si es capaz de opinar sobre él, si le evoca recuerdos; seguidamente, intentamos saber si tiene conocimiento del mismo, sin ningún tipo ayuda, y así se conoce la memoria instantánea. Por último, conocemos si recuerda o no ese olor. En este apartado se puede detectar, por ejemplo, cómo la edad también produce pérdida de olfato y no es porque la persona no huela, sino porque no recuerda ese olor", explica Josep de Haro.
En esta prueba se trabaja con 24 olores puros frecuentes en la vida diaria, cada uno por separado y en cada una de las fosas nasales. 20 de ellos son olores propios del nervio olfativo (melocotón, queso, coco o anís) y cuatro del trigémino o nervio sensitivo que reconoce los olores irritantes (el vinagre, amoniaco, formol, mostaza). Al mismo tiempo también se comprueban los cuatro sabores fundamentales (amargo, ácido, salado y dulce) tanto en la hemilengua derecha como en la izquierda. Los resultados se reflejan en una curva y muestran la situación de los nervios olfatorio y trigémino, así como de los sabores, que muestran si la persona tiene normoosmia (huele bien) o algún grado de pérdida olfativa.
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