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Columna
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Más allá del Pacto de Estabilidad

Joaquín Estefanía

La incorporación de Pedro Solbes al equipo de notables de Rodríguez Zapatero es un acierto del secretario general del PSOE. Por la credibilidad que tiene en los medios empresariales, por su solvencia técnica y por la honestidad de sus comportamientos. Si la batalla política lo permitiese -y debería permitirlo-, los dirigentes del PP, en especial Rodrigo Rato, deberían reconocer su labor en la entrada de España, en un primer momento, en la Europa del euro.

El comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Pedro Solbes, se encuentra esta semana en una encrucijada. Los servicios jurídicos de la Comisión Europea entienden que la votación del Ecofin en que se suspendió la vigencia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) para salvar a Alemania y Francia no se ajustó a la ley europea. Mañana, por iniciativa de Solbes, la Comisión debe decidir si lleva esa votación a la Corte Europea de Justicia para salvar la seguridad legal. Ello, independientemente de la opinión que se tenga de la eficacia del Pacto de Estabilidad en tiempos de estancamiento o de recesión económica.

Pero, más allá del futuro del PEC, la crisis abierta ha servido para reflexionar sobre la necesidad de un gobierno económico europeo y los instrumentos de los que debe disponer para actuar. Si a la voladura incontrolada del PEC se unen el fracaso de la Constitución europea y las declaraciones de los principales países donantes de fondos de no superar el 1% del PIB comunitario para el presupuesto de la zona, la coyuntura no puede ser calificada precisamente de optimista.

Estos asuntos de debate están ya abiertos y se multiplicarán en el futuro inmediato. Las tres únicas patas de la política económica europea son ese escuálido presupuesto (mucho más escuálido para una Europa de 27 miembros), la tendencia a conseguir un equilibrio de las cuentas públicas (no permitiéndose más que una desviación del 3% del PIB de cada país en su déficit público, sea cual sea la coyuntura) y la política monetaria -ésta sí, autónoma- del Banco Central Europeo (BCE), bajo la filosofía única de conseguir la estabilidad de los precios, obviando sus consecuencias sobre el crecimiento económico y el empleo.

La gobernanza económica de Europa debería contemplar, además, otras cuestiones: los propios objetivos del BCE (acercándose más a los estatutos de la Reserva Federal de EE UU); la funcionalidad del PEC (incluyendo como elementos de flexibilidad las circunstancias de cada país, la diferencia entre déficit estructural y coyuntural, el peso de la deuda pública acumulada, la composición del gasto corriente o de inversión, etcétera); la armonización fiscal; la reglamentación de los mercados financieros; la representación de Europa en los organismos multilaterales (en los que, como conjunto, tiene mucho más poder real del que ejerce); la relación entre las políticas económicas y las medioambientales, etcétera.

En su libro Construyendo la Constitución europea (Fundación Elcano) -ya citado en otra de estas columnas-, Diego López Garrido, José Borrell y Carlos Carnero hacen unas propuestas alternativas muy oportunas para la gobernación económica. Entre ellas, la de definir principios de política económica que vayan más allá del déficit presupuestario, considerando el uso coordinado de éste y otros instrumentos ante choques exógenos imprevistos; definir la disciplina presupuestaria en una perspectiva a medio y largo plazo, teniendo en cuenta la situación patrimonial del sector público (su endeudamiento y los procesos de inversión en capital fijo y humano); asociar los parlamentos nacionales al debate sobre las recomendaciones no vinculantes decididas en común, de las que en la actualidad están completamente ausentes, o establecer compromisos recíprocos y vinculantes entre los Estados de la zona euro de no proceder a modificaciones sustanciales de las políticas económicas, en especial en materia impositiva.

Si la crisis no finalizada del PEC flexibiliza sus contenidos y sirve para ampliar la coordinación de la política económica europea, habrá valido la pena.

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