Marte, a la vista
Las fotografías de Marte obtenidas por el módulo Spirit que hemos podido ver estos días muestran un suelo rojizo, polvoriento y pedregoso, no muy distinto de algunos paisajes desérticos en nuestro planeta. Ese módulo ha recorrido en siete meses 400 millones de kilómetros hasta posarse en el lugar en el que ahora se encuentra. Algo que probablemente no ha conseguido el Beagle 2, transportado por la europea Mars Express, que acaba de ponerse en órbita alrededor de Marte, uniéndose a dos satélites norteamericanos que ya lo estaban. El 25 de enero está prevista la llegada del Opportunity, gemelo del Spirit, a un lugar situado en el lado opuesto del planeta.
Este impulso se debe a la favorable posición actual de Marte en relación con la Tierra, pero es la continuación de una historia cuyos hitos más espectaculares han sido el "amartizaje" con éxito de las naves Viking 1 y 2, que nos enviaron las primeras imágenes detalladas de la superficie marciana en 1976, y el minúsculo Sojourner, cuyo torpe deambular entre los pedruscos de la zona tuvimos ocasión de ver en directo en 1997.
El interés por Marte viene de antiguo. Se trata de un planeta no muy distinto a la Tierra, cercano en términos astronómicos y fascinante por las posibilidades de que se haya desarrollado alguna forma de vida a lo largo de su historia. Hasta hace un siglo se pensaba, incluso, que algunas de las estructuras geológicas vistas con ayuda de los telescopios de la época, los célebres canales, podrían ser la obra de ingeniería de una civilización extraterrestre. Pero desde entonces hemos aprendido que no hay ningún tipo de estructura artificial y que las condiciones físicas del planeta son, en la actualidad, muy desfavorables para la existencia de vida por la ausencia casi total de agua. Pero también hemos aprendido que podría haber existido agua en épocas pasadas y que, en consecuencia, podría haberse desarrollado algún tipo de vida microscópica que pudiera subsistir bajo la inclemente superficie o que, al menos, haya dejado algún indicio de su existencia. Y, aunque ambas posibilidades son remotas, es éste uno de los aspectos que más excita la curiosidad del público y que está en el centro de los proyectos de exploración del planeta.
Este aspecto de búsqueda de otros mundos, donde la exploración espacial representa hoy una continuación de los descubrimientos de nuestro propio planeta en el pasado, es uno de los motores de la aventura marciana, pero no el único. En los años de la guerra fría, la carrera espacial tuvo un fuerte componente militar, lo que facilitó un rápido progreso en los años sesenta y setenta, con la llegada del ser humano a la Luna y de artefactos terrestres a Marte y otros planetas. Pero entonces y ahora es importante también el componente de desarrollo tecnológico y el mantenimiento de un sector industrial y económico de gran importancia. La exploración del espacio no es una empresa desinteresada, pero, seguramente, no habría sido posible dedicar los ingentes recursos que absorbe sin su aspecto romántico, de búsqueda de lo desconocido y de estímulo a la imaginación de los humanos.
Sin duda, es este atractivo popular el que mueve al presidente Bush a anunciar un fuerte impulso al programa espacial, con la reanudación de los viajes tripulados a la Luna, suspendidos desde 1972; el posible establecimiento de una base permanente en nuestro satélite, y el proyecto de viaje tripulado a Marte.
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