La honorable consejera
El pasado lunes hacía fresco en la calle, pero en la terraza del Morrysson, en la esquina de las calles de Rosselló y Girona, daba un solecico que a los pocos minutos te invitaba a quitarte el tabardo. Así pues, estaba yo cómodamente sentado en la terraza, fumando mi cigarro, bebiendo mi whisky, disfrutando del solecico y leyendo EL PAÍS, cuando de pronto un titular de nuestro diario hizo que me sobresaltase y a punto estuve de atragantarme, de tragarme el cigarro. El titular abría las páginas de la sección de Cataluña y decía así: El Ayuntamiento de Barcelona dedicará más del 7% de su presupuesto a cultura en 2004. ¿Más del 7%? "¡Qué bestialidad! ¿Se habrán vuelto locos?", pensé de inmediato. Luego, tras beber un buen trago, leí el subtítulo, en letras mucho más chicas, y me tranquilicé. El subtitular decía así: "El porcentaje es excepcional y se debe a las aportaciones especiales con motivo del Fòrum". Vamos, que ese 7% del presupuesto no era para la cultura: era para el Fòrum, para financiar, costear, pagar unas "aportaciones especiales" con motivo del Fòrum.
Porque una cosa es la cultura y otra es el Fòrum. Y aunque el Fòrum se autodenomine de les cultures, todavía hoy nadie sabe a ciencia cierta qué tienen que ver esas culturas con la cultura, con la nostra, como la leche esa que anuncian, ya sea una cultura, o una leche, de izquierdas, tripartita, republicana, ecológica, soberanista, y, claro está, municipal.
Dejemos, pues, a los señores Clos, Mascarell y compañía con sus problemas forumculares, como diría Pieyre de Mandiargues, y vayamos a la cultura que realmente interesa y que no es otra que la cultura del canvi, la que empezó a asomar la cabeza el pasado domingo, tras veintitantos años de pujolismo. Lo primero que llama la atención de esa nueva cultura es que después de un montón de años, de muchísimos años -tal vez por primera vez, pero no lo juraría, no soy ningún experto-, esa cultura es femenina, o feminista, como prefieran: El nuevp Departamento de Cultura del Gobierno de la Generalitat ha recaído en la honorable señora Caterina Mieras.
No tengo el gusto de conocer a dicha señora; más aún, hasta el pasado domingo, en que supe de su designación, jamás había oído hablar de la misma a mis amigos y conocidos. Y esa es una buena señal, porque mis amigos y conocidos suelen ser gentes del mundo de las letras, de la farándula, del cine y de un periodismo muy estupendo y barcelonés, que suelen confundir la cultura con el Ateneo de Oriol Bohigas (felicitats, Oriol; vaig a fer-me soci tan aviat com torni de vacances), con la melena de Josep Ramoneda o con los saltitos de júbilo que daba Lluís Pasqual en el Pati dels Tarongers, abrazado al conseller en cap, al capgròs de Carod Rovira.
La honorable señora consejera de Cultura es mallorquina, de Sant Joan, tiene 56 años, es doctora en medicina, diputada en el Parlament por el PSC y lleva ocho años como concejal responsable del área de Cultura del Ayuntamiento de Badalona. Es decir, que la señora Mieras no sólo es eso, una señora, una mujer, sino que es de ciencias (algo difícil de digerir en la cultura, la nostra, tan lletraferida). La señora Mieras es famosa por haber diagnosticado el primer caso de sida en España en un paciente con sarcoma de Kaposi. Algo que probablemente puede resultar la mar de gracioso a ciertas abuelitas de la gauche divine, pero que a mí me parece algo la mar de serio y meritorio, y de una higiene cultural -la higiene también es sinónimo de cultura- indiscutible. Pero además resulta que esa doctora, esa dermatóloga que tiene tres hijos y se ha separado de su pareja en dos ocasiones, estudió con becas, cursó en un año la carrera de magisterio y obtuvo el título de piano en el Conservatorio de Valencia. Vamos, que la honorable señora consejera toca el piano, y eso es toda una garantía para mantenerse en forma -¿Iberia , de Albéniz? ¿Children's Corner, de Debussy?- antes de un almuerzo con su paisana Carme Riera y los fantasmas de Ferrater, Barral, Goytisolo, Gil de Biedma... sobre la ocultada memoria histórica de este bendito país, o bien para relajarse después -¿Satie? ¿Las Sonatas de Scriabin?- de haber soportado durante un par de horas los arrebatos del canónigo Bru de Sala y sus secuaces pontificando sobre el futuro institucional de la literatura catalana.
En pocas palabras: me gusta que el nuevo Departamento de Cultura haya recaído en una mujer -las mujeres son más sensibles para ciertas cosas-, una mujer de ciencias y que toca el piano. Y así lo escribo, porque lo más probable es que no tenga oportunidad de conocerla y de poder decírselo en persona. Ahora bien, hay algo que me sorprende de su espléndido currículo que el pasado domingo leía en este periódico. ¿Cómo no se dice nada en él de lo que hizo esa señora en Badalona durante los años que estuvo al frente del área de Cultura? ¿No era relevante? Y otra cosa, ¿no será que Maragall la ha puesto ahí porque es mujer, para hacer bonito, reservándose él u otro magnífico el manejo de los hilos de la cultura del país? Confío en que no sea así. En cualquier caso, honorable señora, siempre le quedará el piano.
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