_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Napoleónica

Bienaventurados los jóvenes, porque ellos regenerarán el centro, vino a decir Ruiz-Gallardón, confirmando una vez más que Pero Grullo es el pensador de cabecera de su formación política. El alcalde hablaba del centro histórico de la Villa, pero su frase también podría aplicarse al centro político, ese espacio virtual que obliga a sus moradores, los presuntos centristas, a moverse continuamente, renunciando a cualquier principio ideológico estable para alcanzar la deseada equidistancia entre unos extremos que tiran cada uno por su lado de forma autónoma e imprevisible.

La urgencia, expresada por el nuevo alcalde, para mudarse del vetusto entorno de la plaza de la Villa al catedralicio inmueble de la plaza de Cibeles, fue interpretada como un acto de "abandonismo" del casco antiguo de Madrid. El antañón y nada funcional barrio de los Austrias alberga, en su dédalo de callejones lóbregos y plazuelas recoletas, palacios y conventos, casonas blasonadas y caserones arrumbados. A la falta de vocaciones conventuales que vació los conventos de la zona y a la escasez de aparcamientos que diezmó su población viene a sumarse ahora la fuga de los funcionarios municipales y de los ciudadanos que acudían a sus dependencias, deserción que producirá un grave deterioro de la vida comercial del barrio, de sus cafés, sus tabernas y sus tiendas tradicionales, que pasarán a ser coto exclusivo de turistas, decorado, fachada de un parque temático del Madrid primigenio.

A tan negros augurios ha respondido el alcalde con un plan de renovación y regeneración del barrio austriaco que pasa por la compra o permuta de edificios históricos vacíos o infrautilizados. La inclusión en esa lista de varios monasterios y conventos ha inspirado a ciertos cronistas cortesanos a comparar a Ruiz-Gallardón con Mendizábal, no se sabe si para zaherirle o jalearle, por aquello de la desamortización, sin reparar que aquí ni se expropia, ni se incauta, sino que se paga a tocateja o mediante trueque. Un ilustre e ilustrado colega de la prensa diaria repara en lo impropio de tal paralelismo, pero propone otro aún más inapropiado y excesivo: "Napoleón, no Mendizábal", titula en uno de los apartados de su crónica, para aclarar, unas líneas más abajo, que se refiere a José Napoleón Bonaparte, conocido por los alias de Pepe Botella y de Rey Plazuelas. Enturbiada, tal vez, su mente por los vapores del entusiasmo que le suscita este plan "regeneracionista" (sic), el compañero le adjudica al bueno de don José, como segundo nombre, el primero de su celebérrimo hermano pequeño. José, primero de España y primogénito de los Bonaparte, no atendía por Napoleón, y era, por su talante pacífico y conciliador, el menos napoleónico de la familia del emperador.

Lo de Rey Plazuelas le cayó a don José, merecidamente, por haber ordenado el derribo de unos cuantos entre los innumerables conventos de Madrid para abrir plazas públicas y oxigenar un poco el abigarrado y enrarecido caserío madrileño. En el "napoleónico" proyecto del alcalde, las plazuelas serán plazas de aparcamiento, ideadas para satisfacer la demanda de los jóvenes colonos que vendrán pronto a regenerar el barrio y habitarán en nuevos y modernos apartamentos, escuetos como celdas monacales y empotrados entre muros venerables y edificantes fachadas.

Resulta comprensible el entusiasmo ante esta visión profética de un barrio regenerado y rejuvenecido, un centro vivificado y reanimado por jóvenes centrados y centristas, con sus modernos centros culturales, sus imprescindibles centros sociales y sus fastuosos centros comerciales, un emporio en el que convivirán fraternalmente el pasado y el futuro. Sólo hay que tener fe en Alberto y paciencia, muchísima paciencia, para afrontar un presente que se anuncia largo, tormentoso y ajetreado, ruidoso y saturado de obras, demoliciones y rehabilitaciones, especulaciones y comisiones.

Fe, paciencia y resignación ante los imprevisibles planes y los previsibles desmanes arquitectónicos y urbanísticos que alterarán la fisonomía y el carácter de uno de los enclaves más característicos y representativos de la ciudad, núcleo de su casco histórico.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_