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Columna
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Las barbas del vecino de un zulo muy cercano

Ver al presidente George W. Bush elogiando las virtudes del líder libio Muammar el Gaddafi es un espectáculo tan inesperado como refrescante. Que la actual Administración norteamericana declare oficial y solemnemente que tiene un enemigo menos es algo hasta hoy perfectamente insólito. "Como el Gobierno libio está dando pasos esenciales para demostrar su seriedad, su buena voluntad será recompensada". Ni más ni menos. Combinar Gaddafi y seriedad en una sola frase requiere algo más que la conocida capacidad del presidente norteamericano de poner patas arriba gramática y sentido en su lengua materna y por supuesto única.

Pero resulta que son legión los que en los últimos dos días coinciden con Bush en que el gran caudillo del desierto se ha caído del gran guindo de la revolución permanente, abjura de aquel estrafalario Libro verde que tanto nos divirtió en nuestra juventud y se ha vuelto buena gente. Para Jack Straw, Gaddafi ha demostrado ser -tampoco está mal como piropo- "un gran hombre de Estado".

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Resulta que Gaddafi ha decidido renunciar a sus programas de armas de destrucción masiva, especialmente a su programa nuclear al que tantos recursos e interés dedicó durante pasados lustros y ha decidido firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y permitir a partir de ya, las inspecciones del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) sin límites ni previo aviso. Inspectores contarán con la colaboración de las autoridades libias para poner fin asimismo a programas de producción de armas químicas y biológicas y liquidarlas si acaso ya han sido producidas.

Ante tan ejemplar conversión como la que certifican con práctica unanimidad los líderes de la comunidad internacional, desde el jefe de la política exterior y de seguridad de la Unión Europea al secretario general de la Liga Árabe, Abu Musa, hay que interrogarse sobre las causas porque en la larga biografía de Gaddafi puede uno encontrarse de todo menos arrebatos de sentido común.

Todo indica que esta razonable decisión justamente aplaudida, aunque quizás en términos excesivamente hiper-bólicos, tampoco ha sido un arrebato. El líder libio sufre desde hace muchos años la vida de un paria y con él su pequeño pueblo que podría vivir en la opulencia si no hubiera sufrido las consecuencias del mesianismo enajenado del galán de la jaima. Su primer gesto de cansancio ideológico lo tuvo cuando entregó para ser juzgados en Europa por la voladura de un avión sobre la localidad escocesa de Lockerbie a dos agentes suyos. Durante dos décadas ha tenido a cientos de ellos dedicados a organizar atentados y estragos en Occidente y a pagar a orientales y occidentales por hacer otros tantos, jalearlos o justificarlos. Lo único que consiguió con todo ello fue el más absoluto ostracismo y un par de bombas sobre Trípoli. Ahora sabe que no le compensa.

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Esto es precisamente lo que marca el éxito de la operación llevada a cabo por EE UU y Gran Bretaña para convencer a Gaddafi de lo que no se pudo convencer a Sadam Husein, que es un hecho que se vive mejor en la comunidad internacional con sus reglas y leyes que como proscrito irredento. Quizás Sadam hubiera hecho lo mismo si no hubiera tenido esperanzas de que podía seguir tomando el pelo a la ONU gracias a la actitud de algunos países que, de ser por ellos, lo habrían eternizado en el poder.

Las imágenes de Sadam con su barba y del zulo en el que se escondía no habrán sino animado a Gaddafi a no equivocarse una vez más. Washington y Londres le han ayudado a hacerlo. Probablemente también el presidente del Gobierno español del que tanto se rieron algunos por su visita a Libia.

Todo el tablero de Oriente Medio se está moviendo con rapidez y pese a todas las tragedias habidas y las que hay que esperar, lo hace en un sentido que mejora la seguridad internacional y la europea especialmente. También en Siria se sabe ya que está cambiando la historia de la región y conviene adaptarse a los nuevos tiempos. Ahora hace falta que también Israel sepa reaccionar ante los mismos y no se convierta en un obstáculo para un proceso que le permita por primera vez en su historia, junto a un Estado palestino, vivir sin miedo.

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