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Columna
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Carambola

Enrique Gil Calvo

Pese al fiasco electoral de Maragall, y gracias a la carambola de Carod a tres bandas, la alternancia catalana ha llegado por fin, pues el nacionalismo burgués que gobernaba con la derecha centralista ha perdido el poder. Y así se produce una ruptura histórica que nos retrotrae a la II República. Aquello terminó muy mal porque, aprovechan-do la oportunidad del levantamiento fascista, la izquierda catalana optó por hacer la revolución, contribuyendo a la quiebra de la democracia. Como 70 años no pasan en balde, es seguro que aquella dramática experiencia no se volverá a repetir, por mucho que se amenace con un drama si España no asume la voluntad soberana de Cataluña. Pero lo cierto es que la izquierda catalana de hoy, heredera de la que hizo la revolución en el 36, ha regresado al poder. ¿Cómo lo ejercerá?

Desde luego, cabe descartar que se intente hacer la revolución social, pues la globalización de la economía lo hace imposible. Pero algo tendrá que hacerse, si se quiere continuar el "hilo rojo" de aquella efervescencia colectiva, aquel entusiasmo popular que mitificó a Cataluña hasta elevarla a los altares de la memoria histórica cultivada por la ciudadanía progresista. Tampoco es factible la revolución política, entendiendo por ésta la independencia del Estat Catalá que proclamó el antecesor de Carod al frente de ERC, Lluís Companys, con ocasión de la revolución de Asturias forzada por los socialistas en octubre del 34. Así que habrán de conformarse con hacer la revolución simbólica: retórica, figurada y ficticia. Aquí es donde aparece la lírica del drama: la "consulta popular" como palabra sagrada proferida por Maragall para representar la reivindicación del soberanismo como melodrama ritual. ¿Bastará esta política de gestos para hacer creíble el retorno de la izquierda catalana al poder? ¿O hará falta algo más dramático, con suficiente poder de convicción para entusiasmar a la calle?

Pero la cuestión planteada desborda el marco de Cataluña, pues de cómo salga el experimento catalán también depende que se produzca un cambio en la opinión pública española, capaz de provocar la alternancia en las Cortes de Madrid. ¿Acertará Maragall a liderar el cambio catalán, sirviendo de ejemplo para que algún día el PSOE pueda liderar el cambio español? Si las cosas se desbordan y Maragall pierde los papeles, Rajoy barrerá en marzo y se eternizará la mayoría absoluta del aznarismo ultramontano. En cambio, si Maragall acierta y logra moderar a Carod, entonces no estará todo perdido, y aún cabría cierto margen de esperanza. ¿De qué depende que el experimento catalán sea un riesgo o una oportunidad? Es verdad que Maragall no es Ibarretxe. Pero un Maragall débil, vencido por Mas y condicionado por Carod, tampoco es aquel otro Maragall posible, dueño y señor de su propio liderazgo si hubiera vencido a Mas sin necesitar a Carod.

Hace un mes avancé un pronóstico sobre la coalición por la que optaría ERC que se reveló errado, pues no eligió a CiU, el candidato posible cuantitativamente más débil en número de escaños -tal como prevé la teoría de coaliciones-, sino al PSC + ICV. Ahora bien, esta elección también respeta el espíritu de la regla, pues al optar por el PSC de Maragall, Carod estaba eligiendo al candidato cualitativamente más débil, dada su patente derrota en las urnas. Además, de este modo Carod mata varios pájaros de un tiro, pues no sólo aspira a seguir vaciando electoralmente a CiU, por si algún día logra el sorpasso catalanista, sino que además mantiene al PSC y a Maragall cogidos por sus partes más débiles. Al PSC porque así espera lograr que el PSOE vote favorablemente en las Cortes de Madrid un nuevo Estatuto catalán de corte confederal. Y a Maragall porque Carod se guarda en potencia la llave de su presidencia mediante la moción de censura. De ahí el temor a que Carod haya hecho su carambola a costa de Maragall y Zapatero. ¿Y por qué habrían estos de caer en la trampa? Muy sencillo: porque para ambos se trata de su última oportunidad, que por arriesgada y peligrosa que parezca no podían dejar pasar.

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