Contrastes
LA RENTA POR HABITANTE es el indicador más expresivo, de los que pueden echar mano los economistas, para medir la prosperidad de un país. Su crecimiento está determinado por el empleo, el número de horas trabajadas y la productividad. La importancia de esta última -que mide el valor de la producción por empleado o, más frecuentemente, por hora trabajada- es determinante en la consecución de una mayor competitividad y, en definitiva, de mayores cotas de bienestar. El éxito de una economía, la correcta orientación de la política económica, se alcanza cuando, además de conseguir que una mayor parte de la población trabaje, ese trabajo es utilizado eficientemente. Para ello es necesario invertir: fortalecer las dotaciones de capital físico, tecnológico y humano; tanto más cuanto más acusadas sean las diferencias respecto a las economías más avanzadas.
El éxito de una economía, la correcta orientación de la política económica, se alcanza cuando, además de conseguir que una mayor parte de la población trabaje, ese trabajo es utilizado eficientemente
La revisión del crecimiento de la economía estadounidense en el tercer trimestre de este año, además de sorprender con una tasa excepcional de avance de su PIB superior al 8%, lo ha hecho con el del valor de la producción por hora trabajada en los sectores no agrarios; el 9,4% es el mejor registro trimestral desde 1983 y sitúa la tasa de incremento de los últimos 12 meses en el 5%. En los dos últimos años hasta septiembre de 2003, el aumento promedio de ese indicador de eficiencia alcanzó el 5,5%, el mejor comportamiento bienal desde 1953. Caben ya pocas dudas de que, en la consecución de esas mejoras de eficiencia, la intensidad de la inversión en tecnologías de la información, el aumento de la correspondiente en I+D y el consecuente cambio organizacional y modernización llevados a cabo por las empresas americanas durante los últimos años de la pasada década, han desempeñado un papel fundamental..
Sobre bases tales, la diferencia en renta por habitante entre EE UU y la UE volverá a ensancharse en 2003, como lo ha hecho en los últimos años, de forma particularmente intensa a partir de 1996. En 2002, esa brecha era de 30 puntos porcentuales, según la última edición del European Competitiveness Report de la Comisión Europea. De ellos, 12 puntos son atribuibles a una menor tasa de empleo en la UE, 4 al menor número de horas trabajadas en la UE y los 13 restantes se deben a la obtención de un mayor valor de la producción por hora trabajada, a la productividad. Que la pertenencia a la UE no constituye un obstáculo para producir eficientemente lo demuestran las importantes diferencias que se aprecian en el seno de la región.
Irlanda ha sido el único país europeo con un mayor crecimiento al de EE UU en productividad y en empleo durante todos los noventa. Favorable ha sido igualmente la evolución de las economías de Suecia, Finlandia, Holanda y Dinamarca, en donde coexiste una combinación de elevados salarios y avanzados sistemas de bienestar. El denominador común de la estrategia de estos países, tal como destaca la Comisión Europea, ha sido el fortalecimiento de la educación y la investigación, además de una difusión relativamente intensa de las nuevas tecnologías. En los años en que la aplicación empresarial de las tecnologías de la información ha sido más intensa, entre 1996 y 2002, algunas economías europeas obtuvieron tasas de crecimiento anual en el valor de la producción por hora superiores a las estadounidenses, pero es cierto que entre ellas no se encontraba ninguna de las grandes. De las economías con mayor peso especifico en la UE, la productividad de Italia fue la más baja, con un 0,69% de crecimiento anual, frente a una media europea de 1,27%. La variación de la productividad de España, medida de igual forma, fue de -0,41%, el peor registro de la unión.
Contrastes acusados, en cuya determinación concurren circunstancias muy distintas, que explicarían la diversidad de patrones de crecimiento, pero que no impedirían convenir en una necesaria elección política: la necesidad de asignación de mayores recursos públicos y privados a la inversión en conocimiento, en futuro, como base para eliminar las barreras al crecimiento y a la eficiencia.
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