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Columna
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Oración fúnebre

Fernando Vallespín

La solidaridad con los muertos por la patria ha sido siempre un rasgo de honor de toda comunidad política. En algún caso concreto, la despedida pública por los caídos ha dado lugar incluso a textos inolvidables. Ahí están la Oración fúnebre de Pericles o el Discurso de Gettysburg de Lincoln, en los que el elogio a los muertos se trasforma en realidad en una loa al sistema político por el que han dado su vida. No por casualidad, en los dos casos dicho sistema es el sistema democrático. El ateniense, en las palabras que Tucídides atribuye a Pericles, y el estadounidense en la contenida proclama de Lincoln. Si en uno y otro hablamos de textos imperecederos es porque el homenaje no se hace en nombre de la patria en abstracto -dulce et decorum est qui pro patria mori-, sino en el de una patria de ciudadanos, de iguales, que quienes perdieron la vida contribuyeron a defender.

No era de esperar, desde luego, que la sesión del Congreso proporcionara discursos dignos de acercarse en lo más mínimo a dichos textos. A ese respecto ya hace mucho que hemos perdido toda esperanza. Tampoco era su función. Pero nuestros hombres caídos en Irak y sus familiares sí hubieran merecido algo más que la unánime solidaridad retórica de todos los grupos políticos.

Para empezar, evitar la disputa partidista, que se vio favorecida por la precipitada convocatoria de la "sesión informativa". No es la mejor manera de cerrar un día de luto nacional. Parecía diseñada, además, para apuntalar la escenificación favorita de este Gobierno, su supuesta defensa en solitario de los intereses generales y la "irresponsabilidad" de todos los demás. Ocurre, sin embargo, que esta vez Aznar calculó mal su jugada. No fue él precisamente quien dio la talla como hombre de Estado, sino el líder de la oposición.

En contra de lo que fue su principal actitud durante la guerra de Irak y el tiempo inmediatamente anterior, Zapatero supo entreverar sus convicciones morales con un discurso atento a las cuestiones de Estado. Era el momento más propicio para tender la mano a un consenso imprescindible después de la difícil situación a la que nos ha conducido nuestra posición en el laberinto iraquí.

Lo hizo, además, sin reproches y sin el fácil recurso al abandono de nuestras responsabilidades ya asumidas en la zona. Obviando incluso la maligna alusión de Aznar del pasado verano respecto a las esperanzas puestas por la oposición en la llegada de féretros españoles desde Irak. ¿Hay mejor homenaje a los caídos y a quienes aún permanecen allí que tratar de relegitimar democráticamente su presencia en la zona del conflicto? ¿No pasa esta legitimación acaso por una mayor implicación de la política exterior española con instancias de decisión internacionales? La defensa de la patria con ejércitos populares se ha convertido ya, afortunadamente, en una posibilidad bastante remota.

Bajo las nuevas condiciones de la sociedad internacional, las acciones de nuestras fuerzas armadas van más en la línea de las intervenciones humanitarias, de interposición entre grupos enfrentados o, como en el caso de Irak, para satisfacer las necesidades de "intereses de civilización" o amenazas no del todo claras. De ahí que requieran el acuerdo político y social más amplio posible y un pleno consenso internacional.

Frente a esta actitud de la oposición socialista, la búsqueda de la "unidad" que reclamó Aznar en torno a su política unidimensional hubiera supuesto una aceptación ex post facto de una política que ha mostrado de sobra su falta de rumbo. Los hechos han desnudado el discurso sobre el que originalmente se asentaba. Ante el ineluctable goteo de sangre de la aventura iraquí, ya no cabe revitalizarlo mediante el recurso a un ambiguo "combate al terrorismo". Las estrategias de justificación no pueden renovarse de forma indefinida y apelando a justificaciones de difícil demostración. Por su falta de reflejos y de sensibilidad política en un acto tan señalado, bien puede haber cantado el presidente del Gobierno su oración más fúnebre, no ya a los caídos, sino a su propia política exterior y de defensa. Mala forma de terminar un mandato.

José María Aznar.
José María Aznar.GORKA LEJARCEGI

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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