"Un niño sin escuela es una bomba de relojería"
El jesuita nicaragüense Fernando Cardenal fue ministro sandinista de Educación de 1984 a 1990 y en 1980 coordinó uno de los hitos de la instrucción pública en Latinoamérica: la Cruzada Nacional de Alfabetización, que redujo en cinco meses el analfabetismo de un 51% a un 12,9%. Expulsado de la Compañía de Jesús en 1984 por su participación en el Gobierno sandinista (su hermano Ernesto fue apartado del sacerdocio), fue readmitido en 1996. Hoy es el director nacional de la ONG educativa de los jesuitas, Fe y Alegría. Ha visitado Madrid invitado por Entreculturas, ONG vinculada a la Compañía.
Pregunta. ¿Qué herencia queda del sandinismo en la educación nicaragüense?
Respuesta. La memoria de una generación cuya vida adquirió sentido, sobre todo los campesinos. Pero los datos actuales hablan por sí solos: el Gobierno reconoce 800.000 que quedaron sin acceso a las escuelas el año pasado, y un 35% de analfabetos. En un país de cinco millones de habitantes.
"El sandinismo redujo el analfabetismo del 51% al 12,9% en sólo cinco meses"
"El Gobierno de Nicaragua reconoce 800.000 menores sin colegio el año pasado"
P. ¿Cómo se llega a eso?
R. Tras la derrota electoral del sandinismo, en 1991, el ministro Humberto Belle eliminó, escudándose en problemas presupuestarios, la educación para adultos. Era la sumisión al Fondo Monetario Internacional (FMI), que exige reducir los servicios sociales para lograr una economía sana, que realmente produce enfermedad y muerte. Un catedrático de Harvard me comparó esas directrices a lo que sería que un médico, para combatir la obesidad de un paciente, le cortase las piernas. Es una buena metáfora, porque describe dolor y pérdida. Fe y Alegría tiene un eslogan: "Un niño sin escuela es un problema para todos". Los niños y niñas tienen que trabajar y no estudian, se les cierran todas las oportunidades de futuro, y no les queda más camino que delinquir: el resultado es inseguridad para todos los ciudadanos. Un niño sin escuela es una bomba de relojería. Es hora de que al ver un niño pidiendo en un semáforo no digamos sólo: 'Pobre niño', sino 'Pobre país'.
P. ¿Hay esperanza para la educación en Nicaragua?
R. La Constitución obliga a un 6% del presupuesto para universidad, y gracias a eso la Universidad Centroamericana (UCA) puede mantener 1.800 becas. Los colegios privados lo tienen todo a favor: 25 alumnos por aula, buena alimentación, instalaciones confortables, calidad. Pero el sistema público está muy golpeado: los maestros se manifiestan a diario para que el 15 de diciembre el Gobierno apruebe un presupuesto suficiente y para que se les aumenten los salarios. Por supuesto, los admiradores del FMI sienten alergia de la palabra aumento, y hablan de recalificación salarial. Lo cierto es que un maestro gana 80 euros.
P. ¿Qué alternativa ofrece Fe y Alegría?
R. Desde su fundación en Caracas, planteó que el camino a la justicia social se inicia en la calidad de la educación. Ningún país ha llegado al desarrollo sin inversiones serias, constantes y bien orientadas en educación. Fe y Alegría educa 1,2 millones de alumnos en América, África y Asia. En Nicaragua tenemos 10.000 alumnos, pero desde que me hice cargo de la dirección no he querido más de los 22 centros que teníamos, porque lo importante es asegurar la calidad. Nosotros estamos donde termina el asfalto, donde acaban los servicios públicos. Por eso es aún más necesaria una enseñanza de calidad. Incluso el ministro de Educación, Silvio de Franco, reconoció: "Fe y Alegría hace lo que según la Constitución me toca, y lo hace bien y más barato".
P. ¿Cuál es el balance histórico de la Cruzada de Alfabetización?
R. A los 15 días de triunfar la revolución, un comandante me dijo: 'Prometimos alfabetizar a los campesinos, y llevamos dos semanas y no hemos empezado'. El resultado fue que el campesino recibió el mensaje: 'Ustedes nos importan". Hubo 100.000 voluntarios alfabetizadores, en un país que entonces tenía tres millones de habitantes. Dedicaron su tiempo libre a enseñar en las montañas o en los municipios. Y además de la Cruzada hubo educación gratis en todos los niveles: tras la alfabetización, se cursaba una primaria acelerada, y tendimos un puente entre analfabetismo y universidad.
P. ¿Y un balance de su trayectoria en la Iglesia?
R. Las presiones para que Ernesto y yo dejáramos el Gobierno duraron cinco años. Es cierto que hay un canon en el derecho canónico que prohíbe el desempeño de cargos a los sacerdotes. Nosotros pedimos una excepción, argumentado que por vez primera una revolución no se hacía sin o contra los cristianos, sino que los cristianos teníamos una oportunidad única. El propio secretario de Estado del Vaticano, cardenal Agostino Casaroli, logró que los obispos nos concedieran por escrito esa excepción "por razón de la emergencia que está viviendo el país". Pero finalmente se nos despojó de ese permiso. Ernesto tuvo que dejar de ejercer como sacerdote diocesano. Yo fui expulsado de la Compañía, pero me quedé 12 años viviendo entre jesuitas, incluso cumpliendo con los votos. Finalmente fui readmitido. Es el único caso de readmisión en 460 años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.