Contagios metafóricos
Tiene todo lo que suelen tener los productos rodados con pocos medios y adscritos al género más en boga entre los adolescentes, el terror teñido de gore: cinco amigos que, para festejar que han acabado el instituto (un guiño necesario es siempre el recordar que se trata de personajes en la misma edad que su platea) se adentran en un territorio que no conocen, que tienen encontronazos con los nativos y que acaban enfrentándose a la turbiedad del lugar, aquí en forma de una extraña enfermedad virulentamente contagiosa, que los va cercando y, lo adivinará hasta el menos avisado de los espectadores, eliminando sin contemplación.
Tiene, ya quedó dicho, una humildad de producción notable, un desmadre hemoglobínico superior a la media y un abuso de situaciones mil veces vistas. Pero tiene también, y eso es lo que singulariza el producto y lo hace más interesante que la inmensa mayoría de este tipo de cine, una zumbona voluntad de discurso, de forma que el contagio que parece ser la clave de todo se convierte en una metáfora de otros males, que la película explicita implacablemente: del racismo y, sobre todo, de la insolidaridad, que es la causa última, afirma Roth, de la eliminación de los personajes. Estamos lejos de lecciones de voluntarismo frente a la adversidad del estilo, con perdón, de La diligencia: en un mundo de seres aislados, el mal se extiende imparable, demoledor, sin adversarios.
CABIN FEVER
Dirección: Eli Roth. Intérpretes: Rider Strong, Jordan Ladd, Joey Kern, Cerina Vincent, James LoBello. Género: terror. EE UU, 2002. Duración: 90 minutos.
Babelia
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