Sin ciencia, sin ITER
El ITER (International Tokamak Experimental Reactor) es uno de los mayores instrumentos que se haya concebido para la investigación aplicada. Tan grande y tan costoso que sólo es posible abordarlo mediante un programa de cooperación mundial en el que participan la Unión Europea, EE UU, Japón, Rusia, China, India y Corea del Sur. Su finalidad es avanzar de forma decisiva en el dominio de la energía de fusión nuclear, el mecanismo que genera la energía del Sol en su núcleo central y que luego se difunde en el espacio en forma de luz y otras radiaciones electromagnéticas. La inversión necesaria será de 10.300 millones de euros y se contarán por miles los investigadores que trabajen directamente en el proyecto durante las próximas décadas.
Los científicos responsables del programa de fusión en España prepararon un buen proyecto con Vandellòs como sede del reactor, y el Gobierno ha defendido esta candidatura para que fuera propuesta por la UE al consorcio internacional que debe decidir su emplazamiento definitivo. Pero finalmente la candidatura única de la UE se ha decantado por Cadarache, en Francia. No es extraño que esto suceda en el momento más bajo en las relaciones de España con los dos países de mayor peso en la UE.
La construcción del ITER en España hubiera sido una buena noticia para la ciencia y la tecnología en nuestro país. Las grandes instalaciones científicas (y ésta será enorme) son un polo de atracción de investigadores de todo el mundo, sirven de acicate a la industria y al desarrollo tecnológico y tienen efectos saludables sobre la opinión pública, especialmente los jóvenes, que pueden apreciar con mayor facilidad lo que significa la ciencia. Pero la candidatura española tenía puntos débiles que han sido definitivos en la decisión tomada. Aunque los recursos comprometidos por las administraciones públicas para contribuir a este específico proyecto eran cuantiosos, España no es un país que pese en la ciencia internacional. España dedica a I+D en torno al 1% de su PIB, la mitad de la media europea y un tercio del porcentaje de EE UU. La comunidad científica europea es consciente de que la ciencia no ha sido una prioridad de los gobiernos españoles desde hace una década. Si se hubiera mantenidoel impulso registrado durante los años ochenta, hoy estaríamos en una situación muy distinta.
Francia, por su parte, tiene una tradición científica consolidada y destina una gran cantidad de recursos a mantener una amplia comunidad de investigadores. Muchos de sus laboratorios son de referencia en el mundo y Cadarache, en particular, es un complejo en el que se desarrolla un potente programa de investigación nuclear, particularmente en el campo de la fusión.
Esta desigualdad hubiera podido jugar a favor de España invirtiendo el argumento. En efecto, si desde un concepto bien entendido de política de cohesión se quiere desarrollar la ciencia en toda la UE, conviene distribuir los grandes centros de investigación entre todos los países y no concentrarlos en aquellos que ya disponen de muchos de ellos. Pero sobre el Consejo de Ministros de la UE ha pesado más la poca preocupación española por la investigación. Es una lección para el futuro: no se puede ir por el mundo proponiéndose para empresas científicas de envergadura si antes no se hace una labor continuada de fomento de la ciencia en nuestro país, de forma que quienes toman las decisiones perciban la solidez del sustrato en el que estos proyectos se asientan.
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