La genética y los robots ayudan a crear nuevos medicamentos y terapias selectivas
Corren malos tiempos para las farmacéuticas. Sacar un fármaco nuevo al mercado cuesta hoy el triple que hace 15 años. La industria intenta sortear la crisis con distintas estrategias. Una es de pura fuerza bruta: multiplicar por mucho la capacidad de probar la actividad de compuestos químicos. Las demás líneas de acción se apoyan en nuevas ideas procedentes de la genómica, como la de crear fármacos útiles sólo para sectores de la población con un determinado perfil genético.
"Un fármaco sólo es realmente efectivo para entre el 30% y el 40% de quienes lo toman, por término medio. El resto simplemente lo elimina al tirar de la cisterna, con gran coste para los sistemas públicos de salud", dijo Mark Beggs, de la consultora británica The Automation Partnership, durante el congreso sobre búsqueda de compuestos de interés farmacológico celebrado recientemente en Madrid, organizado por la Sociedad Española de Biotecnología y la Sociedad para el Screening Biomolecular.
"No conocemos lo suficientemente bien las fuerzas atómicas en las moléculas"
Los datos anteriores sirven a Beggs para explicar un nuevo concepto de creación y administración de fármacos basado en la genómica: de aquí a tal vez diez años, afirma este experto, los médicos podrán saber de antemano la reacción más probable de cada paciente a un determinado compuesto en función de sus genes, lo que evitará no sólo los efectos secundarios en pacientes sensibles sino también el gasto inútil de administrar una medicina a quienes no la aprovecharán.
Esa estrategia es además una de las posibles vías de salida a la crisis actual del sector farmacéutico: si a mediados de los ochenta se aprobaban unos 60 principios activos nuevos -técnicamente, New Chemical Entities- al año, en 2002 se aprobaron 14. Los costes de la investigación necesaria para sacar un fármaco al mercado se han triplicado en el mismo período, en parte porque ahora el proceso también es más lento -de 10 a 15 años-.
Con este panorama, la posibilidad de conocer la susceptibilidad genética de cada paciente a los compuestos es interesante, sobre todo porque hace realidad uno de los sueños de las compañías: eliminar de antemano de los ensayos clínicos a personas que no responderán bien al fármaco.
Los ensayos clínicos son la parte más cara del proceso de poner un nuevo fármaco en el mercado; suponen el 80% de los costes totales. Y son además el auténtico cuello de botella: nueve de cada diez compuestos candidatos se caen en esta fase. Puede que el fármaco no funcione, pero puede ser también que genere efectos secundarios en pacientes susceptibles, aunque a otros les vaya muy bien.
Eliminando del ensayo a los potencialmente susceptibles se resuelve el problema, aunque una vez aprobado el fármaco sólo podrá venderse a parte de la población. "Las compañías tendrán que hacer balance y ver si les interesa. Esto no ocurrirá mañana, pero la rueda ha empezado a rodar en esa dirección", afirma Beggs, que cita el caso de una compañía que estudia ya por qué su fármaco antiobesidad parece surtir mucho más efecto en unas personas que en otras.
La genómica también ayudará en la búsqueda de nuevas dianas terapéuticas, es decir, proteínas -en su mayoría- del organismo que intervienen en la enfermedad, y contra las que actúan los medicamentos. Como explica Modesto Orozco, de la unidad de Bioinformática del Parque Científico de Barcelona, "los fármacos actuales actúan sólo sobre unas 500 dianas terapéuticas, y se estima que hay unas 5.000". Aún quedan muchas por descubrir y la genómica ayuda a encontrar algunas. Cualquier gen implicado en enfermedades es una diana potencial, pero hasta ahora la forma más eficaz de buscarlas sigue siendo el método de prueba y error. Las compañías almacenan alrededor de medio millón de compuestos cada una y miles de potenciales dianas; una de las primeras fases de la búsqueda de fármacos consiste sin más en tratar de emparejar unos y otras. Se canta bingo cuando por ejemplo un compuesto bloquea la actividad de una diana. Ahora bien, ese método exige hacer una enorme cantidad de ensayos biológicos en poco tiempo. Y para eso están las técnicas llamadas de High Throughput Screening (HTS), basadas en el uso de superrobots.
"Las técnicas actuales de HTS permiten realizar hasta 150.000 ensayos por día", explican Ricardo Macarrón y Emilio Díez, de GlaxoSmithKline. "Hace diez años no pasábamos de 160 compuestos en tres días. El crecimiento ha sido especialmente fuerte en los últimos años".
Para algunos es sólo cuestión de tiempo el que estas nuevas herramientas den frutos. Pero todos coinciden en que ésa no puede ser la única estrategia. La solución ideal sería el diseño racional de fármacos: conociendo la estructura de una proteína -una posible diana- se podría diseñar la molécula capaz de interactuar con ella, pero hay muchos obstáculos. Se conoce la estructura de relativamente muy pocas proteínas, y no se sabe aún cómo pasar de una secuencia lineal de aminoácidos a la estructura tridimensional que da forma a la molécula.
No obstante las compañías sí recurren hoy al diseño por computadora, pero más que nada como apoyo cuando ya tienen una buena diana potencial y un compuesto que parece interactuar con ella. "El diseño racional de fármacos es el sueño de todo el mundo, pero hoy por es irrealizable", dice Beggs. "Cuando empezó a hablarse de esta herramienta, hace más de una década, creímos que sería más sencillo. Por desgracia la capacidad actual de computación y nuestro conocimiento sobre las fuerzas atómicas en las moléculas no son todavía lo bastante buenos".
Dianas en el ordenador
Si no se conoce la estructura de una proteína se puede intentar modelarla en el ordenador, partiendo de información que hay en las bases de datos de secuencias genéticas y proteínas. Por ejemplo se puede simular la estructura de una proteína conociendo la de otra que se sabe que interactúa con ella, o las posiciones atómicas específicas donde se produce la interacción. Es el tipo de trabajo que lleva a cabo el grupo de bioinformática de Modesto Orozco, del Parque Científico de Barcelona, con proteínas que intervienen en diabetes y en Alzheimer. Este mismo grupo tiene otra idea ambiciosa: tratar de predecir qué rasgos genéticos personales -en concreto los SNP, variantes de una misma secuencia genética que aparecen en distintas personas- predisponen a que, por ejemplo, un determinado fármaco no siente bien.
El grupo de Mariano Barbacid, en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), ensaya otra estrategia para saber si un fármaco antitumoral dará resultado en humanos antes de llegar a los ensayos clínicos. En cáncer hay muchas dianas potenciales, pero es frecuente que no funcionen en humanos después de haber dado buenos resultados en animales. "Hoy los modelos animales no son predictivos", dice Barbacid. Su intención es lograr que lo sean. Para ello inducen en ratones portadores de oncogenes humanos mutaciones capaces de activar esos oncogenes.
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