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Columna
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"Granada a José Antonio"

"En Granada me he distinguido bastante. Fui de los que asistieron, en una mañana de agosto, al fusilamiento, en el cementerio, ante las fosas abiertas, de setenta rojos, todos ellos bandidos, asesinos, criminales, violadores, incendiarios... y gocé mucho, muchísimo, porque se lo merecían. Entre ellos estaban el presidente de la Diputación roja, Virgilio Castilla; el ex gobernador rojo de Alicante; Vicente Almagro; el alcalde rojo de Granada, Montesinos... Hicimos una buena limpia". Así le escribía a Melchor Fernández Almagro, parece que hacia 1939, un conocido suyo de nombre Manuel Luna. Y seguía: "Algunos días después, cogimos al gran canalla de García Lorca -el peor de todos- y lo fusilamos en la Vega, junto a una acequia. ¡Qué cara ponía! Alzaba los brazos al cielo. Pedía clemencia. ¡Cómo nos reíamos viendo sus gestos y sus muecas!". Fuente: Federico García Lorca y Granada, catálogo de la exposición celebrada durante el otoño de 1998 en el Centro Cultural Gran Capitán, Granada, página 272.

Recordé este documento vil (y lleno de inexactitudes, fruto de la jactancia) al contemplar una vez más, el otro día, el monumento al fundador de Falange Española erigido en 1962 justo delante del Palacio de Bibataubín, sede de la Diputación Provincial de Granada, que presidía en julio de 1936, efectivamente, Virgilio Castilla Carmona. Está ubicado en una bonita glorieta, con naranjos, setos y árboles. La inscripción reza: "Granada a José Antonio".

Los sublevados se hicieron de prisa con la ciudad de los cármenes, como se sabe. Los republicanos no tenían armas y apenas hubo oposición. Empezaron en seguida los fusilamientos. Según el libro de entierros del cementerio municipal, para mediados de agosto de 1936 ya habían caído contra las tapias del mismo unas 270 personas. La cifra real era mucho más alta -hay que tener en cuenta la dura represión llevada a cabo en los pueblos cercanos-, y para toda la guerra y la posguerra el total de víctimas ascendería a miles.

Siendo así, ¿cómo se explica que este monumento a Primo de Rivera, uno de los mayores responsables de la contienda, se encuentre todavía delante de la Diputación de Granada, veinticinco años después de aprobada la Constitución democrática? ¿No representa su continuada presencia un insulto diario a las familias de los sacrificados, empezando con la de Virgilio Castilla? Comprendo que el Partido Popular no lo quitara durante su primer mando en el Ayuntamiento, y que no lo vaya a hacer ahora que ha vuelto a ocupar la alcaldía, ¿pero me equivoco al encontrar monstruoso el hecho de que no se encargasen de retirarlo las izquierdas durante sus años de mayoría?

Cualquiera entiende que en la fachada de la iglesia del Sagrario figure aún, en ingentes letras esculpidas, el nombre de José Antonio Primo de Rivera. Al fin y al cabo, la jerarquía católica estuvo con los rebeldes desde el primer momento. Pero la vía pública es otra cosa. Me confieso indignado. Ha habido, y hay -y no sólo en Granada-, desidia a la hora de desterrar los símbolos de la dictadura de Francisco Franco. Pero, ¿y si se tratara de indiferencia? Mejor ni pensarlo.

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