Reformar otra vez, ahora "por Europa"
Una nueva ola de cambios nos viene impuesta, esta vez en nombre de Europa y la homologación de los títulos en ese espacio, mientras la vida universitaria transcurre con una inquietante normalidad. A mi me interesa que me homologuen, si es para hacerme igual a los demás europeos ("de los 15", que tengo más datos). Quizá la quietud se deba a que esta reforma no alude directamente a los intereses inmediatos del profesorado, ni a las pequeñas cosas que generan las grandes luchas por el poco poder real que se dirime en la micropolítica universitaria. Además, ya todas y todos tenemos experiencia acerca de qué representan las "reformas", por haber participado en ellas, resistido, aplicado o, simplemente, padecido. Sabemos que al agitado oleaje se suele imponer la paz abisal, donde cada cual, si quiere, tiene su personal espacio en el que vivir con tranquilidad. Cumpliendo, nadie se va a preocupar por el cómo lo haces. El mérito se da por descontado.
"Informar de lo que se hace no implica cronometrar procesos imprevisibles, como lo es la enseñanza"
Desde la condición funcionarial poco parece preocupar que las carreras puedan disminuir un año (sobre todo las más indefensas por su escaso valor en el mercado del conocimiento), lo cual supone un ahorro del 20% de los recursos docentes, de golpe. Si se incrementa la sustancia de lo que quede dará lo mismo. Pero el mercado puede cambiar muchas cosas, y de un gobierno que alardea de que le sobra dinero, qué se puede esperar, cuando hay largas listas de espera, un gasto en I+D bajísimo, una implantación deficiente de las nuevas tecnologías.... Sin embargo, sí podrá exhibir un incremento del gasto por estudiante, disimulando el poco boyante antepenúltimo lugar en la Europa de los 15. Ahora, por cada alumno de enseñanza superior, se dedican 6.666 dólares en España, frente a los 10.898 de Alemania o los 20.358 de EE.UU (OCDE, Education at a glance, 2003). Repito: nos interesa homologarnos con ellos.
Además, si se reduce el número de quienes podrán acceder a los títulos de postgrado, profesionalizados, más selectivos y con coste de matrícula más alto, la situación hasta puede ser atractiva para el profesorado. Como es una reforma para los que ahora no están dentro, tampoco el alumnado se siente incomodado. Y si les dan el título en menos tiempo, tanto mejor. Tampoco hay amenazas ciertas en el horizonte que vayan a trastocar necesariamente los estatus de titulaciones de niveles ahora desiguales, si se cumple lo previsto en el borrador de decreto regulador de las enseñanzas de grado. Dejando oscilar entre 180 y 240 los créditos del título, pueden seguir manteniéndose las "distancias" entre titulaciones de 3 y 4 años, con otro nombre y diferente mecanismo.
El suplemento europeo del título es un problema de puesta al día de las secretarías, pues, al fin y al cabo, no deja de ser una suma de la información que ahora dan por separado los títulos, la certificación de los estudios cursados y algunos datos más del plan de estudios. Es una fórmula para hacer más transparente la acreditación, tal como se hace con el etiquetado de cualquier producto en el mercado. Se podrían añadir datos acerca de la calidad de la institución, pero eso inquietaría al personal.
A mí lo que me decepciona es que no nos homologan igualándonos, sino que sólo quieren unificar el sistema de pesas y medidas, lo que parece necesario, para evitar las masivas peticiones de convalidaciones, al parecer. Lo que me deja atónito es la pretensión de cambiar la pedagogía universitaria de la forma como se está haciendo (empezando por rellenar papeles).¡Menos clases magistrales!, cuando yo creo que se dan realmente pocas. Sólo en los ámbitos académicos "lo magistral" es peyorativo. "Punto de referencia el aprendizaje", se dice "y no la enseñanza". Consigna que puede significar las cosas más contrapuestas que imaginarse pueda.
Pero, como académico, estoy perplejo y muy preocupado, por varias razones. La primera, porque, aunque me parece bien que se rebajen los créditos al alumno (así podrá, quizá, estudiar y pensar), al acortar la carga de lectiva del crédito al alumno (el tiempo de clase) no sé cómo se regulará mi dedicación, que ahora se mide por la actividad lectiva, y nadie sabe nada. Tampoco sé si habrá suficientes plazas de bibliotecas, si éstas abrirán el tiempo necesario, si se construirán salitas para seminarios o cómo repartiré mi calendario para realizarlos con los grupos que ahora tengo.
La segunda radica en que el real decreto que regula el crédito, dice que en "cada una de las materias que configuren el plan de estudios se computará el número de horas de trabajo requeridas para la adquisición por los estudiantes de los conocimientos, capacidades y destrezas correspondientes" y que, además de las horas de clase, teóricas o prácticas, "se tendrán en cuenta las horas de estudio, las dedicadas a la realización de seminarios, trabajos, prácticas o proyectos, y las exigidas para la preparación y realización de los exámenes y pruebas de evaluación". Lo de los seminarios lo veo fácil, pero va a ser un aliciente para la creatividad pedagógica y organizativa el llegar a saber cuánto cuesta adquirir un conocimiento u otro, teniendo en cuenta que los profesores los dificultan a veces, que hay alumnos que tienen que cursar materias a la fuerza, que los hay más o menos despiertos o que una prueba objetiva se realiza generalmente en menos tiempo que si se desarrolla un tema como formas de evaluar. Desde el conocimiento de mi especialidad, puedo declarar que esta pretensión no la ha expresado nadie, no sé si porque somos ignorantes o por sensatez. Lo mismo me ocurre al tener que distinguir entre conocimientos, capacidades y destrezas.
Lo que sí sabemos es que la cuantofrenia hipnotiza a quien confunde el mundo de la vida y de las acciones humanas con el de lo regulable y susceptible de ordenar burocráticamente. El que tengamos que informar de lo que se hace no implica cronometrar procesos imprevisibles, como lo es la enseñanza.
Mi tercera inquietud se refiere a que yo estaba seguro de que la universidad tenía que formar a jóvenes competentes, aparte de otras funciones no observables que no me atrevo a mencionar, y ahora me reclaman desarrollar competencias en los alumnos, cuando los empleadores decían hace poco lo mismo que yo, aunque por distinto motivo. Finalmente, tengo la preocupación por la torpe imagen que se empieza a dar de lo que representa el conocimiento acerca de la educación; es decir, de la pedagogía. Sólo me atrevo a pedirle al amable lector que si no tiene otras evidencias, para que me crea, busque en la base informatizada de la biblioteca con los términos: métodos, enseñanza superior o universidad (o sus equivalencias en otros idiomas) y lea algo para que comprenda que hay otras formas razonables de hacer educación que se practican aquí y en otros lugares y que en ese hacer ya estamos homologados algunos hace tiempo.
Sospecho: ¿No estaremos ante ese sentido lampedusiano de la política consistente en hacer cambios para que nada cambie?
José Gimeno Sacristán es catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Unversitat de València.
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